Portada » Lengua y literatura » Vida amor y muerte en la poesia de miguel hernandez
7 EL TEMA DE LA NATURALEZA.
Temática casi perpetua en la trayectoria hernandiana. Hasta en el uso del papel de estraza donde comenzó escribiendo hay huella de esa naturaleza consustancial a él. Será en 1926 cuando recoja sus composiciones poéticas en un cuaderno pautado con líneas horizontales. Según declaraciones de quien fuera su viuda, Josefina Manresa, “el poeta nunca escribía en casa, siempre lo hacía en el campo o en la sierra”. Era pastor, “el oficio de los dioses paganos y los héroes bíblicos”, tal como le escribiría en una carta a Juan Ramón Jiménez. Llegó a escribir también a lomos de una cabra tal como él mismo confirma verbalmente en su “Carta a todos los oriolanos” donde dice: “Alma de mis oriolanos / ¡digo!, oriolanos de mi alma. / A vosotros me dirijo / desde esta carta “arrimada”, / que escribo, teniendo por / mesa el lomo de una cabra, / en la milagrosa huerta. / Mientras cuido la manada (…)”.
En los primeros escritos que marcan sus inicios como poeta se advierte ya la estrecha vinculación entre su oficio poético y su cotidianidad en versos como “en cuclillas, ordeño / una cabrilla y un sueño”. Miguel nunca ocultó esta inseparable dualidad, más bien muestra sus sentimientos más exaltados en poemas como “Canto exaltado de amor a la naturaleza”. Miguel empieza cantando sus propias vivencias, aunando poesía y vida, y aún no sabe dar autonomía poética a la materia vital. Toda su poesía está envuelta en un sentimentalismo nato, las escenas huertanas, las de pastoreo y los cultivos son todavía típicos de una poesía regional que carece de universalidad, al menos temática. Su naturaleza es ahora, en estas publicaciones primerizas un paisaje colorista, perfumado, levantino y auténtico, él mismo lo dice al afirmar que “el limonero de mi huerto influye más en mí que todos los poetas juntos”.
En esta primera etapa es cuando escribe con mayor intensidad sobre esta temática y lo demuestran poemas como “Pastoril”, “El alma de la huerta”, “La bendita tierra”, “Lluvia”, “Atardecer”, “La palmera levantina” auténtica vegetación de Orihuela donde es conocido el palmeral, “Plenitud”, “Flor de almendro”, “Naranjo” u “Olores”, un tributo, en definitiva, al paisaje visto y sentido. En este último poema citado dice así: “Para oler unos claveles / este muchacho de hinojos. / Tiros de grana. El olor pone sus extremos rojos. Para oler unos azahares / este muchacho con zancos /. Espuma en luz. El olor / pone sus extremos blancos. Para oler unas raíces / tendido el muchacho este. / Uñas de tierra. El olor / lo pone todo celeste.” Un auténtico panegírico al olor y al sentido del olfato que lo inunda todo, no en vano, Miguel conoce el fuerte olor a tierra húmeda y a estiércol.
El poema “Pastoril” (declamarlo al alumnado) abre el ciclo público de este oriolano de pro y a modo de tarjeta de visita, a guisa de presentación. Los protagonistas son una pareja de pastores donde el componente masculino, quizá el propio Miguel, es un nato conocedor del ambiente bucólico poblado por: un río transparente, el astro rubio y el aura naciente. En medio, el llanto apenado de Leda, una pastora llora su abandono amoroso. De corte garcilasiano hasta la mitad del poema donde acontece el quiebro sentimental y luminoso. El sol declina, “la sierra roza”, la oscuridad se adueña de los sentimientos y la pastora “sepulta su negra pena”. De Garcilaso a Lorca en menos de sesenta versos marcados por la transformación de la naturaleza que a su vez señala con exactitud cronológica el paso del tiempo, de la mañana a la noche. Sentimientos y naturaleza son también un tándem inseparable.
Los espacios cantados son aquellos donde el poeta desarrolla su andadura vital, en estrecho contacto con ellos. Así la ciudad de Orihuela es pasto continuo de sus musas, elogiada y enaltecida, descrita con detalles de minuciosidad realista. Su huerto no le pasa desapercibido a su pluma, y vinculado a su biografía común: “Paraíso local, creación postrera, / si breve de mi casa; sitiado abril, tapiada primavera, / donde mi vida pasa / calmándole la sed cuando le abrasa. / Adán por afición, aunque sin Eva, / hojeo aquí mis horas / viendo al verde limón cómo revela / de amarillo sus proras / y al higo verde hacer otras mecedoras (…)”.
Hay también mezcla de sexo y erotismo que se expresa a través de símbolos, así en “Oda a la higuera” canta la virginidad de María. Las naranjas, los racimos, los vergeles y los rosales albergan también connotaciones eróticas. El limón, que tal como ya hemos señalado, es primero un elemento de inspiración, luego, en El rayo que no cesa, evoluciona a pena de amor, recordemos que ese limón imaginado que la amada le tira, abre en su pecho la herida de “una picuda y deslumbrante pena”.
Más tarde, aparece su primer libro de poemas, Perito en lunas, donde sigue embelleciendo lo natural a través del empleo de numerosos recursos literarios. Ya en el mismo título aparece el astro lunar, símbolo de fecundidad. Evoca la belleza mediante la flora: azucenas, nardos, lirios, alhelíes, claveles y rosas. Pero no sólo la flora, también la fauna forma parte del corpus de su naturaleza, así la oveja a la que asemeja con la mujer, el toro con quien él mismo se identifica, “como el toro he nacido para el luto” o la abeja, el ruiseñor, el gallo son algunos de los animales utilizados poéticamente para expresar la pasión amorosa. El agua, un heterónimo que agrupa al río, al mar y a la lluvia como constituyentes naturales. Canta al río Segura que cruza la ciudad orcelitana, al Manzanares, a su paso por Madrid, donde cuentan coetáneos suyos, como los poetas Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, los baños del oriolano en sus aguas durante el periodo estival que pasó en la ciudad madrileña. Y al mar Mediterráneo, que en palabras de otro poeta, Leopoldo de Luis, “refleja el levantinismo hernandiano” igual que la palmera a la que le dedica varias composiciones como “El palmero”, “Palmeras”, “La palmera levantina” y “Canto a Valencia”. En Silbo de afirmación de aldea, el propio poeta se siente identificado con este árbol al decir: “alto soy de mirar a las palmeras”.
En Perito en lunas se produce un alejamiento de la naturaleza, lo que la crítica ha dado en llamar “un desgarrón entre el hombre y su paisaje”, si bien la relación con aquel terruño vivido y sentido no se rompe definitivamente. Por esta razón aparecen elementos todavía imbricados con lo natural, por ejemplo el gallo o el mar y el río, la granada, aunque cada vez más Miguel no busca la vertiente esteticista sino profundizar en el trasfondo humano y social. En este poemario la cosmología natural va cambiando. Ningún elemento más significativo como la higuera de la que ya hemos hablado. Ahora es un símbolo de lo masculino y viril. Su connotación erótica se manifiesta y la planta que estuvo consagrada a Dionisio es símbolo de la conjunción hombre y mujer cuando habla de “cociente higuera” y símbolo fálico al hablar del acto de la violación en los siguientes términos: “su más confusa pierna, por asalto, náufraga higuera fue de higos en pelo sobre nácar hostil, remo exigente”.
La lluvia, en ocasiones, se muestra vinculada a la sangre, “llueve como una sangre transparente, hechizada…”, otras veces, aparece acompañada de truenos, rayos y tormentas. El término rayo lo emplea Miguel Hernández para titular uno de sus libros, El rayo que no cesa, simbolizando en el rayo el destino trágico del amor, como si hubiera presagiado la premonición de sus propias circunstancias amorosas. La tormentas se dejan oír en versos estruendosos como el emblemático de la “Elegía” a Ramón Sijé, “en mis manos levanto una tormenta de piedras, / rayos y hachas estridentes”. El trueno lo emplea en la “Elegía primera” para definir a Federico García Lorca como “trueno de panales”. Otro fenómeno atmosférico relevante en la poesía de Hernández es el viento, fuerza natural en quien deposita los valores de la paz y la libertad: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran”.
La tierra es otro de los componentes trascendentes a su poesía. “me llamo barro, aunque Miguel me llamo”, así escribe el poeta al mezclar agua y tierra, porque concibe la tierra como madre, esa que le ha visto nacer y que lo acogerá tras su muerte, por ello es motivo de inspiración poética. Tal era su unidad con la naturaleza. Esta es una de las razones que impulsa a numerosos críticos a referirse a Hernández más como “el poeta de la tierra” que como “el poeta-pastor”. Este elemento es en el conjunto artístico de Hernández un motivo primigenio, de principio a fin la cruza. Se deja sentir también en sus creaciones teatrales y en la titulada El labrador de más aire hace decir Encarnación, personaje femenino: “La tierra que removía con la reja y con la yunta / se alzaba de punta a punta / ruidosamente sombría. / La tierra se descubría / y abría su espesa rosa, / y al preparar una fosa / para la lluvia y la mies / le tiraba de los pies / como una novia celosa”. Pregunta, ¿observamos reminiscencias quevedescas?
En Hijos de la piedra continúa esta ósmosis y el personaje Pastor habla y dice: “A la tierra, retama mía, a la buena tierra llena de abrazos”. Es, en conclusión, el destino de todo lo creado, tal como asevera Jesucristo Riquelme que, como estudioso de su paisano, defiende “la fusión de Hernández con la naturaleza, ya como ser cósmico o telúrico, ya como ser social”.
En las cancioncillas de El labrador de más aire vuelve a utilizar una ingente naturaleza en expresiones líricas como: “Como madreselvas, florezco en mayo, / y me crecen los ojos como los racimos”, y esta otra, “lo mismo que un chivo / con una encina / me juntaré contigo”.
En la prosa Momento campesino publicada en el diario La Verdad de Murcia el 8 de febrero de 1934 escribe Miguel, “Vuestra vida es de la tierra como vuestra muerte”. Una vez más no abandona este tópico que abandera gran parte de su producción.
Durante el periodo bélico el poeta tampoco abandonó la naturaleza y buena muestra de ello la encontramos en el poema “España en ausencias” (leerlo al alumnado).
Vicente Ramos habla en Miguel Hernández de hilozoísmo (del griego “hyle”, materia y “zoe”, vida, considera que toda la realidad incluso la inerte está dotada de sensibilidad. Fue la doctrina de la Escuela Jónica griega perteneciente al grupo de filósofos presocráticos), concepto heredado de la cultura griega, mediante el cual el poeta es identificado con la tierra levantina y sus particularidades, y permite relacionar a este poeta con otros escritores alicantinos como Azorín o Gabriel Miró, a quienes cita varias veces en sus versos, extraemos a modo de ejemplo el poema “La palmera levantina” donde dice: “vedla presa, en la retina / de Azorín. / Contempladla entre los ojos / rojos de belleza, rojos / de crepúsculo y pena de Miró”.
Pero el reino natural de Hernández no es exclusivo de historias contadas por una voz lírica omnisciente. También elementos unitarios son objeto de testimonio poético y tienen impronta inmediata de un poeta que canta lo que ve. La palmera levantina es digna del elogio procedente de la egregia pluma de Hernández. De ella conoce su anatomía de la raíz a la copa. A ella la culmina de metáforas definitorias al llamarla “señora de paisajes”, o metáforas puras, al hablar de “la que acuna / al arcángel de la luna”, e incluso metáforas culturalistas, al referirse a esos vates alicantinos que fueron Miró y Azorín, tan literariamente conocidos por nuestro poeta.
Miguel Hernández nunca necesitó de analógicos ni digitales aparatos avisadores del suceder inevitable del tiempo. La cronología poética es eminentemente natural. La llegada y marcha del día y la noche, de las estaciones del año, materializan el tiempo. “¡Marzo viene!” y “Horizontes de mayo” (lectura en clase) son dos de las composiciones emblemáticas alusivas al factor tiempo. En el primer caso encuentra el lector un prodigio natural, que no naturalista, donde confluyen una serie de constituyentes organizados, uno por cada dos versos: el horizonte, el cielo, las flores, el ruiseñor, los huertos, las aves, las moreras, los jilgueros.
Pero el ciclo de la naturaleza como tal se cierra en Silbo de afirmación en la aldea. En este se produce la controversia entre sus líneas poéticas seguidoras de un culturalismo adquirido, el barroquismo gongorino asimilado, aceptado y practicado, una amistad conservadora católica, la de Ramón Sijé, el ejercicio verbal y estilístico frente a la espontaneidad del genio lírico innato en Miguel. Ahora toda la tradición lírica se enfrenta a la urbe y a las nuevas amistades del oriolano, Neruda y Alberti, son sus nuevas conquistas amistosas, ellos le imbuirán una ideología distinta, alejada del conservadurismo y tendente a la progresía.