Portada » Filosofía » Verdad, Bien y Trascendencia en la Filosofía: De Sócrates a Tomás de Aquino
Conocer las cosas no de cualquier manera, sino tal como son. El resultado del conocimiento es verdad cuando se adecua a la realidad. El valor de la verdad espera ser alcanzado por nosotros, pero no es creado por nosotros.
Todo hombre guarda en lo más hondo de su ser el deseo invencible de ser bueno y de hacer el bien. Ética: implica la formulación de criterios abstractos y racionales desde los cuales evaluar y juzgar las acciones como buenas o malas; propone criterios universales para juzgar los actos morales. Aristóteles decía que ‘el bien es lo que todos desean’. Todos deseamos el bien porque nos beneficia. Se suele considerar el bien como algo relativo o subjetivo, lo cual, desde ciertas perspectivas filosóficas, es un grave error. El bien depende, pues, del ser (real, objetivo, que está ahí) y del modo de ser. Y hay algo que el ser humano nunca podrá dejar de ser: precisamente, humano.
Es el valor que más sentido puede proporcionar a la vida. Trascendencia remite al verbo trascender, que, en dos de sus acepciones, significa ‘estar o ir más allá de algo’ y ‘extenderse o comunicarse a otras cosas, produciendo consecuencias’. Ahora bien, debido a que poseemos vida racional y espiritual, los seres humanos estamos, de alguna manera, destinados a trascendernos a nosotros mismos. La necesidad y, a la vez, capacidad de ir más allá de lo humano y aspirar a algo sobrehumano es lo que entendemos por el valor de la trascendencia (a través de las religiones, que, al dar respuesta a ese anhelo de trascendencia, abren la puerta a un Ser sobrenatural y todopoderoso al que se ha denominado Dios). La aceptación de un Ser superior que presupone nuestra capacidad de trascendencia tiene varias implicaciones para nuestra vida: el reconocimiento de la supremacía de Dios respecto al ser humano y, por otro lado, el de nuestra dependencia de ese Ser superior que es perfecto, infinito, todopoderoso, omnisciente, etc.
Conocido como ‘El tábano de Atenas’ (por su carácter incisivo, a veces interpretado como ‘bicho raro’). Es considerado a menudo el más grande sabio de su época, aunque él mismo se consideraba ignorante. Fue acusado de despreciar a los dioses del Estado y de introducir nuevas deidades, una referencia al daemonion (o voz interior mística) a la que Sócrates aludía a menudo. También fue acusado de corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia. Se le confundió con los sofistas, quienes, como maestros de la palabra, enseñaban a los jóvenes a hacer que la peor razón pareciera la mejor. Sus acusadores principales fueron tres ciudadanos: Anito, Melito y Licón. La Apología de Platón recoge lo esencial de la defensa de Sócrates en su propio juicio: una valiente reivindicación de toda su vida. Fue condenado a muerte, aunque la sentencia sólo logró una escasa mayoría.
Últimos años del Imperio Romano, crisis del imperio y llegada de Constantino al poder (promulgación del Edicto de Milán).
Agustín plantea que la verdad se encuentra en un ejercicio que realiza el ser humano al poner en relación ciertas operaciones del espíritu con lo que perciben sus sentidos y lo que dicta el juicio. Para llegar a la verdad lógica, se debe pasar por las operaciones del alma; solo a través de este juicio del alma se puede determinar si algo es verdad o no. Por lo tanto, la fuente real de la verdad se encuentra en el alma de cada persona. Agustín plantea la teoría de la iluminación, según la cual ‘la verdad se irradia desde Dios sobre el espíritu del hombre’.
Jesús se identifica a sí mismo como la Verdad y lo testimonia a través de su entrega total, hasta la muerte en cruz, por cada hijo de Dios que ha de ser redimido. Este testimonio verdadero remite a Dios Padre como la Verdad absoluta. Así, Jesús se autoproclamará ‘el Camino, la Verdad y la Vida’. A diferencia de otros pensadores, la relación de Jesús con la verdad no es de búsqueda o hallazgo más o menos imperfecto, sino de identificación; porque se sabe el Camino y la Meta, Él mismo se propone a todos los seres humanos como única vía de acceso a la Verdad.
El Bien se identifica con la justicia, que consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios y de sus mandatos. Tales mandatos se reducen a dos: ‘Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo’. Así, el Bien consistirá en una vida conforme a lo que Dios quiere y espera de sus hijos.
La máxima trascendencia es el encuentro con Dios. En el caso de Jesús, se expresa literalmente como estar ‘sentado a la derecha del Padre’. Esta trascendencia es el sentido último de la vida, en tanto que orienta todo a Dios y, además, como encuentro aquí y ahora siempre que se hace presente el Reino de Dios, y después, en plenitud, en la otra vida.
El ser humano apetece naturalmente el bien como requisito para ser feliz. Vemos, de esta manera, que todo lo vivo en nosotros tiende a un fin específico que es su bien. Esto mismo podemos decir del ser humano como unidad: tendemos a un bien como seres humanos. Ese bien es nuestra plenitud como personas e implica que cada una de nuestras facultades y potencialidades logren el fin que les es propio: su bien particular.
La Verdad es el fin u objeto de una de las inclinaciones más profundas del ser humano: la de conocer. El punto de partida para alcanzar la Verdad es la realidad misma, el ser objetivo de las cosas. Es admitido por todos que las cosas son, con una realidad objetiva independiente de nuestra razón. La Verdad es la adecuación del ser y el entendimiento (adaequatio rei et intellectus).
En su experiencia personal, Tomás siempre tuvo la certeza de la existencia de Dios y de su cercanía real. Gracias a la relación personal, a través del diálogo sobrenatural de la oración, Tomás creció en el conocimiento de quién y cómo es Dios, desde su fe católica. Su punto de partida es la admisión de que se puede conocer a Dios, no sólo por fe, sino también por la sola razón. A partir de la razón, se puede afirmar que el alma humana, por el hecho de ser espiritual, solamente puede comenzar a existir por la acción creadora de Dios.