Portada » Lengua y literatura » Valle-Inclán y Lorca: Renovación del Teatro Español del Siglo XX
La obra de Valle-Inclán obedece al rechazo del realismo tradicional, que se manifiesta de formas diferentes en su producción.
Valle-Inclán comenzó su trayectoria narrativa en el modernismo. Defiende su concepto aristocrático como expresión estética antiburguesa y reivindicó la ficción, la fábula y la leyenda.
Poco a poco, Valle-Inclán introduce innovaciones en su técnica novelística hasta culminar en su creación máxima: el esperpento.
Con el esperpento se produce una deformación sistemática de la realidad en forma de caricatura. En esta forma de expresión se escoge lo grotesco:
Escritas en forma de memorias, las Sonatas representan una alegoría de la vida humana.
El Marqués de Bradomín, un don Juan «feo, católico y sentimental», funciona como hilo conductor en las cuatro novelas.
El tema dominante es el amor carnal, con un trasfondo pecaminoso donde no faltan la homosexualidad y el incesto. Cobran relevancia la muerte y la religión (Bradomín, encarnación del satanismo, tienta a la novicia María Rosario y a la monja Maximina).
En las Sonatas hay dos imágenes femeninas arquetípicas:
La Guerra Carlista: Esta trilogía, compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera (1909) y Gerifaltes de antaño (1909), brinda una visión de la España tradicional (los carlistas) enfrentada a la liberal (los isabelinos o «cachuchas»).
Las tres novelas consideran que el liberalismo es el origen de muchos males y contrastan la sociedad carlista (patriarcal y arcaica) con la liberal.
Los protagonistas pertenecen a distintos sectores de la sociedad:
Tirano Banderas: Es una novela publicada en 1926 y un interesante experimento en el género de la novela histórica y la «novela del dictador».
Narra la caída del dictador Santos Banderas, síntesis simbólica de gobernantes hispanoamericanos reales. La acción transcurre durante las fiestas de Todos los Santos y de Difuntos, en Santa Fe de Tierra Firme, una imaginaria ciudad americana.
Tirano Banderas ofrece los rasgos del esperpento, técnica con la que se degradan personas y acciones.
Por un lado, el dictador inspira temor, pero por otro, es objeto de burla, al describirlo como si fuera un elemento de una fiesta popular. Este tratamiento carnavalesco afecta a otros personajes poderosos que tienen rasgos negativos: arrogancia, avaricia, crueldad… Los únicos no deformados son Filomeno Cuevas y Zacarías el Cruzado.
El tratamiento del tiempo se caracteriza por:
Con esta novela, Valle-Inclán anticipa la temática y la técnica de algunas corrientes de la narrativa hispanoamericana posterior, en especial la alternancia entre lo mágico y lo racional, lo mítico y lo histórico.
El Ruedo Ibérico: Está constituido por una serie de novelas que pretendía abarcar un periodo de la historia española, desde finales del reinado de Isabel II hasta la Restauración.
Valle-Inclán diseñó el proyecto en tres trilogías, pero solo se terminaron dos novelas de la primera (Amores, amoríos y vicios reales): La corte de los milagros (1927) y Viva mi dueño (1928). Valle-Inclán dejó sin terminar Baza de espadas (tercera de la primera trilogía) y apenas esbozó la segunda trilogía, Aleluyas de la Gloriosa.
Se concibió como un gran fresco sobre la España de la época, con la intención de desenmascaramiento propia del esperpento.
El protagonista es colectivo, el pueblo español, presentado sin perspectiva de futuro, donde Valle-Inclán incide en aspectos ridículos y dolorosos.
En el tratamiento del tiempo se combinan la reducción temporal con un ritmo narrativo vertiginoso.
El espacio, España, se configura como un coso taurino o ruedo, donde se representa un espectáculo esperpéntico de violencia y corrupción.
Los escritores de la Generación del 27 son reconocidos principalmente como poetas, aunque algunos de ellos también se acercaron al teatro con mayor o menor fortuna. Al igual que hicieron con su poesía, los autores de la Generación del 27 sirven de crisol para tendencias antagónicas como el «teatro poético», depurado y actualizado, y el «teatro de vanguardia».
El teatro se concibe como una forma de acercar la cultura al pueblo; el grupo La Barraca, impulsado por Lorca, es una buena muestra de ello.
El compromiso político republicano va calando en los distintos autores a lo largo de los años 30, de forma que abandonan las «veleidades» vanguardistas para abrazar un nuevo teatro más social.
Los autores teatrales más representativos de la Generación del 27 son:
Alberti seguirá escribiendo un teatro político, cuya obra más importante del exilio es Noche de guerra en el Museo del Prado (1956).
Merecen una mención especial tres autores coetáneos de los del 27, aunque no se suelen adscribir estrictamente a este grupo: Alejandro Casona, Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
La evolución teatral de Lorca se puede dividir en tres etapas:
Los primeros dramas lorquianos están emparentados con el teatro modernista.
Las farsas desarrollan a menudo el conflicto derivado del matrimonio desigual entre el viejo y la joven. El autor experimenta con recursos del teatro de títeres y se opone al teatro comercial. Destacan:
La crisis vital que experimenta el autor durante su estancia en Nueva York da lugar a su poemario Poeta en Nueva York y también a obras teatrales que él denominó «comedias imposibles» o «misterios», de clara influencia surrealista.
En estas obras experimenta con:
Las principales obras de esta etapa son:
En su última etapa, Lorca dará un giro decisivo hacia un teatro de gran rigor estético y alcance popular, logrando la plenitud de su arte dramático y un éxito multitudinario. A esta etapa corresponden sus obras más conocidas, donde la mujer suele ocupar un puesto central, enfrentada a códigos sociales opresivos. Las principales son: