Portada » Español » Trayectoria poética de Miguel Hernández: Tradición, vanguardia y compromiso social
Miguel Hernández, poeta de origen humilde, forjó su voz culta a través de un arduo camino marcado por dramáticas circunstancias: dificultades económicas (1933-1942), la Guerra Civil (1936-1939), y la enfermedad y el encarcelamiento que culminaron con su muerte en 1942. Su padre, permitiéndole asistir a la escuela solo hasta 1924, lo destinó al cuidado del rebaño familiar, contexto que inspiró sus primeros versos. Sus manuscritos, acompañados de diccionarios de mitología, rima y lengua, revelan una autoformación constante.
Tras sus tanteos adolescentes, la búsqueda de una disciplina poética coincidió con la moda gongorina, resultando en Perito en Lunas (1933), obra que pasó desapercibida. Su plenitud poética se alcanza con El Rayo que no Cesa (1936), libro iniciado en 1934, donde explora el amor, la vida y la muerte, centrándose en el amor. Compuesto por sonetos, destaca la Elegía a Ramón Sijé, un emotivo poema a la amistad dedicado a su amigo de la infancia, Ramón Sijé, cuya influencia intelectual y literaria fue crucial. Esta obra marca la transición de una poesía purista a una comprometida. Hernández se aleja de Orihuela y de Sijé, estableciéndose en Madrid, donde entabla amistad con Neruda y Aleixandre. A pesar del éxito inicial de El Rayo, el estallido de la guerra trunca su difusión.
Con la llegada de la guerra, Hernández pone su arte al servicio de la causa republicana, publicando Viento del Pueblo (1937), dando inicio a una etapa de poesía comprometida. Destacan poemas como Aceituneros, El Sudor, Las Manos y El Niño Yuntero. En esta línea se inscribe El Hombre Acecha (1939), donde el dolor por la tragedia bélica se hace patente con un lenguaje más directo.
Finalmente, en la cárcel, compone el Cancionero y Romancero de Ausencias (1938-1941), cuyos versos de inspiración popular reflejan la amargura de su última etapa: el encarcelamiento, la angustia por su familia y la muerte de su primer hijo. Nanas de la Cebolla, escrito a su hijo desde la prisión, ejemplifica esta etapa conmovedora por su tono humano, simplicidad e intimismo.
La trayectoria de Hernández es representativa de la evolución poética de su tiempo. Comparte tendencias con la Generación del 27, alejándose del arte deshumanizado. Su contribución a la poesía social abrió el camino a la poesía de posguerra, con una influencia solo superada por Antonio Machado.
Miguel Hernández es una figura esencial en la poesía española del siglo XX. Su vida y obra representan un puente entre dos etapas: antes y después de 1936. Su formación poética, aunque autodidacta, se nutrió de lecturas constantes, desde autores clásicos hasta poetas líricos del Siglo de Oro.
Su primer viaje a Madrid, para publicar en la «Gaceta Literaria», lo introduce en la actividad poética del momento, marcada por el cultivo de la metáfora, influencia visible en Perito en Lunas. El neogongorismo le permite elevar lo humilde y cotidiano a categoría poética.
En su segundo viaje a Madrid (1934), establece contacto con la Generación del 27, especialmente con Pablo Neruda, lo que lo acerca al surrealismo. El Rayo que no Cesa (1936), con la Elegía a Ramón Sijé, es crucial en esta etapa. Dos versiones previas, El Silbo Vulnerado e Imagen de tu Huella, muestran la coexistencia de la poesía amorosa y religiosa, impulsada por Sijé, fundador de la revista «El Gallo Crisis».
Si Sijé y sus amigos de Orihuela lo orientaron hacia el clasicismo y la poesía religiosa, Neruda y Aleixandre lo introdujeron en el surrealismo y la poesía comprometida. El estallido de la guerra da lugar a una poesía más pesimista e íntima, como se ve en Viento del Pueblo (1937), El Hombre Acecha (1939) y Cancionero y Romancero de Ausencias (1938-1941).
En la evolución de Hernández, la ruptura se manifiesta en la fusión de tres vertientes: poemas de veta populista (El Niño Yuntero, Aceituneros), composiciones de tono cultista y versos amorosos.
Durante la Guerra Civil, la poesía en España, tanto en un bando como en otro, adoptó un carácter combativo. La verdadera ruptura en la obra de Hernández no se produce con el inicio de la guerra, sino a finales de 1935, con la revista Caballo Verde para la Poesía, donde Pablo Neruda defendía una poesía rehumanizada.
Ya en la guerra, Hernández pone su arte al servicio de la causa republicana. La guerra lo lleva a incorporar el sentir del «hombre del pueblo», publicando en 1937 Viento del Pueblo, con cantos épicos y poemas de combate. Destacan poemas de preocupación social como Aceituneros, El Sudor, Las Manos y El Niño Yuntero, que denuncian la injusticia social. Canta a los héroes republicanos en poemas como La Canción del Esposo Soldado.
Con el avance de la contienda, el tono entusiasta se atempera en El Hombre Acecha (1939), donde la visión se torna desalentadora. El título, tomado de la Canción Primera, transmite desencanto. La guerra, con su carga de hambre, cárceles y muerte, ensombrece su poesía. Destaca Llamo a los Poetas, que exalta la solidaridad entre poeta y pueblo.
Finalmente, entre 1938 y 1941, compone el Cancionero y Romancero de Ausencias, marcado por la muerte de su primer hijo. Son poemas de soledad, desánimo y amor por su esposa e hijo. Los versos se acortan, acercándose a la lírica popular. Nanas de la Cebolla, escrito a su hijo en tiempos de carestía, ejemplifica la conmovedora simplicidad e intimismo de esta etapa.
En sus primeras obras, domina el vitalismo y el optimismo, con un homenaje a la naturaleza, la vida y el erotismo. En Perito en Lunas (1933), la naturaleza levantina se mezcla con sensualidad. En El Rayo que no Cesa (1936), el amor se configura como un sentimiento trágico, una tortura. El binomio amor-muerte se expresa mediante el símbolo del toro, imagen de virilidad, y símbolos de la herida de amor.
Durante la Guerra Civil, la solidaridad se convierte en lema. En Viento del Pueblo (1937), la muerte es parte de la lucha y la vida. El amor se funde con la poesía de combate, como en La Canción del Esposo Soldado. En El Hombre Acecha (1939), el tono entusiasta decae, dando paso a una visión desalentadora.
En la cárcel, los poemas expresan desengaño y tristeza. En Cancionero y Romancero de Ausencias (1938-1941), alcanza la madurez con una poesía íntima y desgarrada. El amor, la vida y la muerte, sus tres «heridas», se entrelazan. Su esposa se convierte en energía para sobrevivir.
En Perito en Lunas, la poesía refleja una naturaleza festiva e inconsciente. En El Rayo que no Cesa, el amor se presenta como exaltación y dolor. La muerte se acerca al amor frustrado. La Elegía a Ramón Sijé expresa dolor y rebelión ante la muerte.
En Viento del Pueblo y El Hombre Acecha, la muerte se convierte en protagonista. El dolor se intenta superar a través del recuerdo de la amada y la esperanza en el fin de la guerra. En Cancionero y Romancero de Ausencias, vida y muerte se unen. La muerte de su hijo da lugar a poemas de tristeza, pero el nacimiento del segundo hijo trae consuelo, aunque las dificultades persisten.
En Perito en Lunas (1933), destacan la naturaleza y los elementos naturales. El toro simboliza fuerza y virilidad. En El Rayo que no Cesa (1936), los símbolos giran en torno al amor insatisfecho: cuchillo, hacha, rayo, huracán. En Viento del Pueblo (1937), el buey representa la cobardía, mientras que el león, el águila y el toro simbolizan la lucha. En El Hombre Acecha (1939), el hombre se convierte en fiera. En Cancionero y Romancero de Ausencias, la luz y la sombra simbolizan la vida y la muerte.
La naturaleza está intrínsecamente ligada a la vida y obra de Miguel Hernández. Desde su infancia como cabrero, la naturaleza le proporciona un conocimiento profundo de la vida. Sus primeros versos reflejan esta estrecha vinculación. En sus inicios, se observan influencias modernistas y de poetas como Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Espronceda y Rubén Darío. En Perito en Lunas, embellece la naturaleza mediante recursos literarios. La flora, la fauna y el paisaje levantino son elementos recurrentes. El toro se convierte en un símbolo omnipresente en El Rayo que no Cesa. La palmera y la higuera, elementos del paisaje levantino, adquieren connotaciones eróticas en su obra.