Portada » Historia » Transformaciones y Desafíos Económicos en la España del Siglo XIX
La población española aumentó de once a diecinueve millones durante el siglo XIX. En este periodo se produjo un importante crecimiento de las ciudades, se impulsó la red ferroviaria y se multiplicó la producción de las industrias textil (algodonera), siderúrgica y minera. A pesar de estos avances, la economía española se mantuvo muy distante del crecimiento económico de su entorno europeo.
El crecimiento de la población española fue más lento en comparación con Europa. Esto se debió a la alta mortalidad (27%, la más alta de Europa occidental), producida por las guerras, epidemias (cólera, tuberculosis, gripe) y la mala alimentación de gran parte de la población (hambre), y en las décadas finales del siglo, la emigración, que se dirigió especialmente a América (Argentina, Cuba) y Argelia.
Aunque durante la primera mitad del siglo XIX se introdujeron reformas (eliminación del señorío y de los mayorazgos; libertad para el cercamiento de tierras, liberalización comercial y de precios) no se produjeron innovaciones. Así, el incremento de la producción agraria se produjo gracias al aumento de la incorporación de nuevas tierras de cultivo, pero no por el aumento de la productividad.
La sucesión de varias crisis agrarias (1825, 1837 y 1847) fue una consecuencia de las malas cosechas y las plagas. Esto provocó una permanente amenaza de hambre entre la población que destinaba el 50% de su presupuesto en la compra del pan. Por otra parte, el aumento de las tierras de cultivo provocó la disminución de la cabaña ganadera, y por lo tanto de abonos, repercutiendo en un descenso de los rendimientos agrarios.
Los gobiernos moderados defendieron los intereses de los propietarios de la tierra. Para garantizar un equilibrio de los precios, emprendieron medidas proteccionistas. La inexistencia de competencia ni de un mercado articulado (no existían buenas comunicaciones) ayudó a que los precios se mantuviesen altos. Así, los propietarios consiguieron acumular enormes ganancias sin realizar inversiones.
En conclusión, durante la primera mitad del siglo XIX la agricultura se mantuvo estancada y supuso un lastre para el desarrollo de otros sectores productivos que no se desarrollaron por la ausencia de inversiones ni de la demanda de productos fabriles. En contraposición a los casos de Inglaterra, Francia o Bélgica, la industrialización en España fue tardía, incompleta y desequilibrada, tanto a nivel regional (periferia industrial catalana, asturiana y vasca, y en los medios financieros de Madrid) como sectorialmente (industria textil y siderúrgica).
Entre las causas del fracaso de la industrialización destacan la carencia de materias primas, las deficiencias en la red de comunicaciones, escasas inversiones, dependencia técnica, financiera y energética del exterior, baja capacidad adquisitiva de la mayor parte de la población. Por otra parte, las medidas proteccionistas conllevaron la falta de competitividad de los productos españoles en el mercado.
Cataluña fue el centro de la industria textil algodonera, favorecida por la mentalidad empresarial y la política proteccionista frente a la competencia de los textiles ingleses. Desde los años treinta, el sector conoció un fuerte impulso debido a la introducción de máquinas de vapor, generando una notable disminución de los costes de producción y, con ello, de los precios de venta. La producción se destinó al mercado nacional, así como a Cuba y Puerto Rico.
Su desarrollo fue muy modesto en comparación con el de otros países europeos. Aunque la demanda de hierro creció a partir de 1830, no produjo un despegue del sector por varias razones: la escasez, baja calidad y alto coste del carbón español, que aumentaba los precios del hierro nacional. El boom siderúrgico que hubiera supuesto la construcción del ferrocarril no se produjo. Hasta 1860, la única siderurgia nacional fue la de los altos hornos en Marbella, destacando la contribución de las familias malagueñas Heredia y Giró. La carencia de carbón de calidad, que tuvo que importarse, provocó unos elevados costes de producción.
En las décadas de los sesenta y setenta predominará la siderurgia asturiana (Mieres-La Felguera). A partir de los años ochenta, entró en auge la siderurgia vizcaína (ría de Bilbao) que intercambiaba con Reino Unido mineral de hierro en bruto a cambio de carbón necesario. En Vizcaya se desarrolló una incipiente industrialización que impulsó la diversificación empresarial: bancos, compañías navieras y fábricas metalúrgicas favorecidas por la modernización de la armada española (creación de modernos astilleros).
Andalucía se benefició de la paralización de la actividad en el norte de España, como consecuencia de las guerras carlistas. A los altos hornos de Marbella se sumaron los de El Pedroso (Sevilla). Se crearon textiles de algodón en Sevilla y Málaga o de lana en Antequera; la industria de loza de La Cartuja de Sevilla, o la industria vinícola de Jerez, destinada a la exportación, son otros ejemplos. La falta de implantación de una buena red ferroviaria o el hecho de que la minería estuviese en manos extranjeras fueron factores en contra del desarrollo industrial. El carbón (Peñarroya), el plomo (Linares) o el cobre (Huelva) se exportaban después de pasar sólo una primera transformación, experimentando su paso a materias primas industriales ya fuera de nuestro país.
Durante el reinado de Isabel II se avanzó en la construcción de un sistema económico capitalista en el que la burguesía adquirió un importante protagonismo. No obstante, la estructura socioeconómica, de base agraria, se mantuvo sin cambios. Los desequilibrios en el reparto de la riqueza y el analfabetismo fueron los rasgos que definieron este periodo. La economía española padeció una gran vulnerabilidad ante las crisis económicas internacionales, cuyos efectos se prolongaron hasta 1873.
La desaparición de la propiedad comunal agravó la situación del campesinado, al no disponer del uso de las tierras comunales de los municipios. Esta situación impulsó la emigración de población rural a las ciudades. La desamortización atenuó, pero no resolvió el problema de la deuda. No obstante, comenzaron a tributar un importante número de propiedades que hasta entonces habían estado exentas. Por lo tanto, se incrementaron los ingresos de la Hacienda.