Portada » Historia » Transformaciones Políticas y Sociales en Europa: Del Siglo XIX a la Primera Guerra Mundial
Durante la era victoriana, el sistema político británico se consolidó como una monarquía constitucional con un Parlamento cada vez más dominante. La Cámara de los Comunes, controlada por la burguesía, ganó poder frente a la Cámara de los Lores, aristocrática. El país experimentó importantes reformas, como la ampliación del sufragio masculino en 1832 y el voto secreto, además de avances en derechos laborales y sociales, como la enseñanza primaria obligatoria y el reconocimiento de los sindicatos. Los conservadores (tories) y los liberales (whigs) alternaron en el poder, impulsando reformas progresivas.
Bajo el Segundo Imperio (1852-1870), Napoleón III gobernó de manera autoritaria, pero tras la derrota frente a Prusia en 1870, se proclamó la Tercera República. Tras la Comuna de París de 1871, se consolidó la república con el sufragio universal masculino. Durante este periodo, se introdujeron reformas clave como la enseñanza primaria pública y gratuita, el divorcio y mejoras en los derechos laborales. A finales del siglo XIX, se promovieron leyes sociales, como la jornada laboral de 8 horas y pensiones, consolidando el carácter democrático del régimen.
La descomposición del Imperio Otomano a finales del siglo XIX convirtió a los Balcanes en un punto de conflicto internacional. La Guerra de Crimea (1853-1856) mostró el enfrentamiento entre Rusia y las potencias europeas. Tras la guerra ruso-turca de 1877, el Tratado de Berlín limitó las victorias rusas y dividió los Balcanes entre las grandes potencias.
El Imperio otomano vivió crisis internas, incluyendo la rebelión de los Jóvenes Turcos, que llevaron a reformas. Sin embargo, potencias como Austria-Hungría y Rusia se disputaron el control de los Balcanes, con tensiones que culminaron en la Primera Guerra Mundial.
La Santa Alianza fue un pacto firmado en 1815 por el zar Alejandro I de Rusia, Francisco I del Imperio austriaco y Federico Guillermo III de Prusia. Se comprometían a seguir los principios propios de la religión cristiana con su política y a conservar el absolutismo en Europa; para ello, sus miembros tenían el derecho a intervenir en cualquier país ante una posible revolución.
Otto von Bismarck, canciller del Imperio Alemán tras su creación en 1871, implementó una política interna autoritaria para asegurar la unidad del imperio. Introdujo leyes anticlericales y un sistema pionero de seguridad social para mitigar las tensiones sociales. En el ámbito exterior, su principal objetivo era aislar a Francia diplomáticamente, mediando entre Austria-Hungría y Rusia para evitar conflictos. La creación de alianzas estratégicas consolidó la posición de Alemania como potencia europea.
Tras la caída de Bismarck en 1890, el káiser Guillermo II adoptó una política expansionista conocida como Weltpolitik, buscando incrementar el poder militar y naval de Alemania. Esto alteró el equilibrio europeo, lo que llevó a la formación de la Triple Entente entre Francia, Rusia y el Reino Unido, creando las condiciones para la Primera Guerra Mundial.
El socialismo surgió como respuesta a las desigualdades sociales provocadas por la Revolución Industrial. Esta ideología evolucionó desde el socialismo utópico, caracterizado por propuestas pacíficas de sociedades ideales, hacia el socialismo científico, que se dividió principalmente en marxismo y anarquismo, las corrientes que marcaron el movimiento obrero del siglo XIX.
El socialismo utópico defendía una sociedad basada en igualdad, solidaridad y armonía, proponiendo cambios pacíficos para lograr un modelo ideal de convivencia. Estas ideas, aunque bienintencionadas, carecían de un plan concreto y tuvieron un impacto más moral que práctico.
El marxismo, impulsado por Karl Marx y Friedrich Engels, planteaba que la historia estaba marcada por la lucha de clases entre burgueses y proletarios. La explotación se basaba en la plusvalía, y la solución pasaba por derrocar el capitalismo mediante una revolución liderada por la clase trabajadora. Su meta era una sociedad comunista sin clases ni Estado, alcanzada tras un período transitorio bajo la dictadura del proletariado.
Por otro lado, el anarquismo, liderado por Mijaíl Bakunin, rechazaba cualquier forma de autoridad, incluido el Estado, al que consideraba opresor. Proponía su destrucción mediante revoluciones espontáneas y la creación de comunas libres basadas en la asociación voluntaria. Los anarquistas se oponían a los partidos políticos y, en algunos casos, recurrieron a atentados y revueltas violentas para acelerar el cambio. Sin embargo, también promovieron valores como la libertad individual, el anticlericalismo, el antimilitarismo y la solidaridad humana.
Ambas corrientes, aunque diferentes en métodos y objetivos, reflejaron la creciente resistencia del proletariado frente a la explotación capitalista y dejaron un legado significativo en las luchas sociales y políticas de la época.