Portada » Lengua y literatura » Tendencias y Autores Clave de la Poesía Española: 1939 – Actualidad
Desde el fin de la guerra civil hasta los años 70, la poesía española atravesó por momentos muy dispares. Las circunstancias históricas y sociales de la vida española determinaron la conformación de las distintas orientaciones poéticas.
Un nombre fundamental de la poesía española fue Miguel Hernández quien, al iniciarse la década, se encontraba en prisión por ser republicano. Allí escribió Cancionero y romancero de ausencias, y allí murió de tuberculosis a los treinta y dos años.
En esta década verá la luz la revista Garcilaso. Los garcilasistas o “juventud creadora” cultivan una poesía que busca la perfección formal. Se le ha denominado poesía arraigada, pues ofrece una visión optimista del hombre y del mundo. En esta corriente se inscribirá, por entonces, la poesía de Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo y Luis Rosales, autor de La casa encendida. Pero ya en 1942 la colección “Adonais” incluye a un grupo de poetas de filiación neorromántica que rechazan ese clasicismo academicista. Entre ellos José Luis Cano y Carlos Bousoño. Y en 1944 se publica Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, una voz magistral en el triste panorama literario.
También en 1944 se fundó la revista Espadaña, que recoge una poesía desarraigada. Gabriel Celaya, Ángela Figuera Aymerich y Blas de Otero son los principales representantes de esta línea. La poesía desarraigada parte del convencimiento de que el mundo es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla, como afirmaría Dámaso Alonso, quien en 1944 publicó Hijos de la ira. La poesía desarraigada es una poesía existencial: el hombre está angustiado por el tiempo y la muerte, sobre todo en aquellos años de represión, injusticia, hambre…
Junto a estas corrientes surgen otras como el grupo Cántico de Córdoba, reunido en torno a la revista del mismo nombre. Estos poetas, entre los que se encuentran Pablo García Baena, Juan Bernier y Ricardo Molina, cultivan una poesía pura y se hallan muy influidos por el intimismo y el refinamiento de Luis Cernuda. Otro grupo, el “postista”, se plantea una síntesis de las escuelas de vanguardia. El gaditano Carlos Edmundo de Ory fue su fundador y su principal representante.
A finales de los cuarenta surge en España la poesía social. En 1955 se publican Cantos iberos de Gabriel Celaya y Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero. El poeta debe abandonar sus problemas personales y comprometerse, tomar partido ante la situación del momento. De este modo se pretende crear una poesía clara para la inmensa mayoría. La tendencia espiritualista y social se dan en Blas de Otero, así como en otro de los grandes poetas del siglo XX: José Hierro.
A finales de los cincuenta, irrumpió un grupo de poetas que, sin abandonar los temas sociales, buscaban una mayor elaboración del lenguaje poético y un desplazamiento de lo colectivo a lo personal. Estos poetas rechazaban la noción de poesía como comunicación y defendieron la idea del poema como acto de conocimiento. Mediante el acto creador, el poeta indaga en la realidad y descubre “lo encubierto”. A la generación del 50, grandes admiradores de Cernuda, pertenecen autores como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, María Victoria Atencia, José Agustín Goytisolo, José Manuel Caballero Bonald, Claudio Rodríguez, Francisco Brines. Estos poetas comparten ciertos temas comunes: el paso del tiempo, el amor, la reflexión sobre la poesía (la metapoesía). Mantienen el lenguaje coloquial y el verso libre. El humor y la ironía sirven de distanciamiento respecto de la realidad.
La publicación en 1970 de la antología Nueve novísimos poetas españoles de José María Castellet, supone la confirmación de un nuevo grupo poético (los novísimos) que propone un cambio en las corrientes estéticas del momento. El grupo lo forman autores como Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Manuel Vázquez Montalbán, etc. Castellet no incluye en su antología a una gran poeta malagueña María Victoria Atencia, a la que sin embargo diversos críticos han adscrito también a los novísimos. Estos poetas reciben el influjo de los medios de comunicación de masas, viajan al exterior y poseen una amplia formación cultural. De ahí que su poesía se caracterice por el llamado culturalismo. Además, evocan ideas y formas que se remontan al modernismo, al vanguardismo y al surrealismo, rechazando la tradición inmediata de la poesía social de posguerra.
A mediados de los 70 decae la estética de los novísimos. Las nuevas tendencias rechazan lo frío y conceptual de la generación anterior a favor del intimismo y la emoción. Durante las décadas de los ochenta y noventa, la poesía estuvo marcada por la oposición entre las llamadas poesía de la experiencia y poesía del silencio. La poesía de la experiencia ha sido la tendencia dominante de estos últimos años. Se produce una recuperación de la Generación del 50. La poesía se caracteriza por un tono suavemente elegíaco y cierta ironía que permite un distanciamiento de la realidad. A partir de las experiencias individuales surgen las reflexiones y las visiones del mundo. No obstante, los poetas insisten en el carácter ficticio del poema y del yo poético. Destacan los temas urbanos, cotidianos, extraídos de la experiencia vivida por los propios poetas. Y el estilo es cuidado, pero sencillo, con rasgos conversacionales. Otras características son el humorismo y la recuperación de formas métricas tradicionales (el heptasílabo, el endecasílabo). Autores como Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, cultivan este tipo de poesía. La denominada poesía del silencio agrupa a poetas de diversas generaciones.
Con el cambio de siglo, poetas de diversas tendencias, como Carlos Marzal o Vicente Gallego, evolucionan hacia una poesía meditativa, que oscila entre la celebración de la existencia y la melancolía por el paso del tiempo. En la actualidad las tendencias poéticas siguen siendo diversas. Conviven varias generaciones poéticas; por ejemplo, en Córdoba tenemos autoras tan importantes como Juana Castro (1945) o Elena Medel (1985), que pertenecen a dos generaciones distintas. La nómina de poetas es muy extensa y continúa produciéndose un debate entre la poesía como forma de conocimiento (poesía del silencio), o como forma de comunicación (poesía de la experiencia). Otro fenómeno es el auge de la poesía surgida en las redes sociales (o “parapoesía”, como la ha bautizado, con humor, Luis Alberto de Cuenca). Influido por la poesía de la experiencia, estos poetas han difundido sus obras a través de YouTube, Instagram, etc. pero han terminado publicando en los grandes grupos editoriales y se han convertido en éxitos de venta. Con ello se ha abierto un nuevo debate pues, para muchos, se trata de operaciones comerciales que acaban trivializando el hecho poético.
El final del franquismo y el inicio de la democracia supusieron el final de la censura. Las editoriales transformaron las condiciones de difusión del género novelístico adoptando las mismas técnicas de mercadotecnia que se usan con cualquier otro producto y afianzándose como un potente sector económico. La novela de esta época se ha caracterizado por la vuelta al relato tradicional, el cuidado lenguaje y la fusión de géneros, ya que algunas novelas se sitúan en la frontera entre la ficción, la biografía, el ensayo o el reportaje. La novela se convierte en un género multiforme, capaz de asimilar elementos de distinta procedencia. Durante esta época continuaron escribiendo autores como Miguel Delibes (Los santos inocentes), Camilo José Cela, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite (El cuarto de atrás), Gonzalo Torrente Ballester, Juan Benet o Juan Marsé. La publicación de La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza se considera el inicio de una nueva etapa en la narrativa española, que deja atrás el ciclo de la novela experimental. Ahora se reivindica el placer de narrar, de contar una historia. Dentro de esta recuperación de la historia frente al discurso se desarrollan varias tendencias como la novela policíaca, que sirve en ocasiones de instrumento de denuncia de las lacras sociales; el autor más destacado es Manuel Vázquez Montalbán, con sus novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho. La novela histórica, una tendencia muy valorada por los lectores, es cultivada entre otros por Arturo Pérez Reverte, con obras de gran éxito como El capitán Alatriste. Junto a este tipo de novela histórica, cuyo principal cometido es reflejar fielmente unos determinados acontecimientos, aparece otra que pone en cuestión la interpretación de esos hechos y establece una verdad nueva o distinta. Dentro de esta tendencia, podemos citar El hereje de Miguel Delibes.
Es destacable el interés que se ha mostrado en las últimas décadas en narrar o ambientar historias en la guerra civil española y la posguerra en novelas como La noche de los tiempos (2009) de Antonio Muñoz Molina, Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas, los relatos de Los girasoles ciegos (2004) de Alberto Méndez, o la saga de Almudena Grandes “Episodios de una guerra interminable”, de la que se ha publicado en 2020 La madre de Frankenstein. Dentro de este género incluiríamos las novelas que en los últimos años han reflexionado sobre nuestro pasado más reciente como Crematorio (2007) de Rafael Chirbes, o la exitosa Patria (2016) de Fernando Aramburu. Otra tendencia sería la novela lírica en la que la que el narrador (a menudo autobiográfico) se adentra en el mundo interior de los personajes, con una expresión cuidada e intensamente lírica. Ejemplos de este tipo de novela son La lluvia amarilla (1988) de Julio Llamazares o La sonrisa etrusca (1985) de José Luis Sampedro. Triunfa la literatura autobiográfica, como las memorias o los diarios (Andrés Trapiello). Encuadramos aquí las novelas en las que el novelista narra acontecimientos reales de su propia vida. Se destacan obras como Mortal y rosa (1975) de Francisco Umbral, El jinete polaco (1991) de Antonio Muñoz Molina, Corazón tan blanco, de Javier Marías y gran parte de la novelística de Enrique Vila-Matas como París no se acaba nunca (2003). Vila-Matas es también uno de los máximos representantes de las tendencias denominadas autoficción y metaficción. El narrador reflexiona los aspectos teóricos de la novela que suele trasladar a la ficción como tema o motivo del relato. Durante las últimas décadas se ha producido una gran proliferación de títulos cuya calidad literaria está en el aire, pero que, por su vocación comercial, cuentan con el respaldo de editoriales y premios. Todavía no sabemos lo que permanecerá en el canon de la historia de la Literatura y lo que quedará en el olvido.