Portada » Educación Artística » Técnicas de Restauración y Conservación de Obras de Arte
Entre los orgánicos está el agua, acetona, alcohol, aguarrás, xileno, etc. De los inorgánicos, puede ser el amoniaco. También se pueden usar los ácidos, que se utilizaron mucho en el pasado, pero actualmente se tiende a no usarlos, ya que hay que tener mucho cuidado con ellos, evitarlos en lo posible y asegurarse de enjuagarlos mucho para neutralizar su acción, una vez se ha terminado de limpiar con ellos. Los ácidos más utilizados eran el ácido nítrico y el ácido clorhídrico.
Otras sustancias utilizadas son las sales; algunos tipos de sales producen una reacción con la suciedad, la ablandan y la disuelven, y se aclaran con agua. Las sales utilizadas son:
Una vez utilizadas las sales, hay que enjuagarlas con mucha agua.
En caso de ataque biológico, se usan los biocidas; para la vegetación en yacimientos arqueológicos y excavaciones se usan los herbicidas y para los insectos, los insecticidas.
Después de la limpieza, se hace un paso intermedio que puede ser opcional, llamado preconsolidación, para prevenir posibles roturas o desperfectos mientras se manipula en el proceso de restauración. Este paso se hace para fortalecer la pieza en superficie o en su estructura. A menudo, después de la limpieza, es necesaria la preconsolidación cuando está muy degradada y su estructura interna es muy débil (ver consolidantes).
Una vez limpia la pieza, realizamos las tareas de adhesión de fragmentos. Hay distintos tipos de adhesivos o resinas sintéticas y naturales.
Están hechas con sustancias naturales y degradables, como la cola de conejo, y se utilizan en la restauración de lienzos y óleos antiguos.
La reintegración es la acción de restituir las partes que faltan. Puede ser de dos tipos:
Los materiales más comunes para colorear son: acuarelas, témperas, pinturas acrílicas o lápices de colores. A los colores se les pueden añadir sustancias adhesivas muy diluidas para que queden mejor adheridos a la superficie que se pinta.
La consolidación tiene dos fines: crear una capa protectora sobre el objeto y su restauración (opcional), para defenderla de futuros desperfectos y de los factores que los producen (agua, temperatura, luz, etc.). El segundo es fortalecer la pieza en su estructura. Por eso, a menudo, después de la limpieza, es necesaria una preconsolidación de la pieza cuando está muy degradada.
Es toda representación pictórica que tiene como soporte un muro o pared. Las primeras pinturas murales que conocemos nos han llegado de la Prehistoria; el hombre prehistórico comienza a pintar en las rocas y las paredes de la cueva donde vivía. Las pinturas más primitivas son de la huella de la mano, las hay de dos tipos: uno, siguiendo el contorno de la mano con el dedo mojado en pigmento, y otro, mojando la mano directamente en el pigmento y dejando la huella sobre el muro.
Las pinturas prehistóricas evolucionan desde la monocromía a la policromía, colores que obtenían de sustancias naturales, minerales o vegetales. El rojo lo hacían con óxido de hierro o sangre, el negro se hacía con óxido de manganeso o carbón. También utilizaban aglutinantes como la grasa animal con la que mezclaban los pigmentos, para que se adhirieran mejor a las paredes.
Es la civilización egipcia la que desarrolló la pintura mural en sus templos, tumbas y palacios. Muchas de ellas han llegado en muy buen estado, debido al clima cálido y seco de la zona, que favorece la conservación de los pigmentos. En Creta, encontramos las primeras pinturas al fresco, que se convierte en la técnica principal de la pintura mural.
Los romanos desarrollaron y dominaron la técnica de la pintura al fresco, que sirvió de base a todo el arte posterior. Utilizaron la pintura mural no solo para decorar los templos y los palacios, sino también las casas, haciendo de la pintura un elemento de la vida cotidiana.