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Juan Ramón Jiménez es un poeta representativo de la evolución de la poesía española
durante las primeras décadas del Siglo XX (hasta la Guerra Civil). Sus primeros poemas siguen la
estética modernista de fin de siglo; posteriormente abre el camino a una poesía influida por las
vanguardias, una poesía pura, desnuda de cualquier sentimentalismo e imperfección, propia de la
renovación defendida por los novecentistas (Generación del 14); finalmente, por ello, se convierte
en uno de los maestros y referentes de la Generación del 27.
Juan Ramón Jiménez vivíó alejado del mundo real, muy preocupado por los aspectos teóricos
de la creación poética y dedicado a su Obra (con mayúscula, como él la denominaba), buscando
la perfección en sus poemas, que retocaba una y otra vez.
Su Poesía se caracteriza por ser una búsqueda constante de la Verdad y de la Belleza
absoluta, que identifica con la Naturaleza, la Mujer, la Trascendencia y con Dios, que en realidad
son para él una misma cosa, de acuerdo con su concepción panteísta del mundo. Según él, el
poeta tiene la misión de encontrar la palabra exacta que capte la esencia de las cosas (aquello
que no se ve), que las nombre en toda su plenitud para presentar la realidad de forma que todo
parezca nuevo, como recién nacido ante nuestros ojos, y podamos así contemplar esa realidad
descubierta gracias a la palabra poética con la inocencia de una persona que observara por
primera vez el mundo. Para él la Poesía es un instrumento de conocimiento hacia la Verdad, pero
también la expresión del goce de la Belleza y la posibilidad de alcanzar la Eternidad, por cuanto
que permite la posesión inacabable de la Belleza y la Verdad. Es un escritor intelectualista, su
estética no nace del contacto directo con la realidad, sino de un conocimiento trascendente de
esta. Es la suya una poesía exquisita, exigente, difícil, hermética, para la minoría. En su búsqueda
de una poesía desnuda, renuncia a todo adorno innecesario, pero no al ritmo y la musicalidad.
En su trayectoria poética él mismo distinguíó tres etapas: sensitiva, intelectual y suficiente o
verdadera. Las dos primeras aparecen explicadas en este poema incluido en Eternidades (1918)
Obras: Arias tristes, La soledad sonora y Platero y yo.
Se denomina sensitiva porque priman en ella los elementos sensoriales, derivados del
Modernismo de Rubén Darío, el sentimentalismo ROMántico de Bécquer y los símbolos heredados
del Simbolismo francés (Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine); se aprecia también la
influencia del Romancero y de la copla popular andaluza. Juan Ramón plasma un mundo creado a
partir de visiones y evocaciones. Reflexiona sobre el paso del tiempo y la muerte, y aparecen dos
de sus temas recurrentes: la confusión entre lo vivido y lo soñado y la confusión entre el mundo de
los vivos y el mundo de los muertos. Es una poesía emotiva y sentimental, que refleja la
sensibilidad del poeta a través de una estructura formal perfecta, con un tono melancólico e
intimista, una sensualidad bastante explícita, un colorido suave y una delicada musicalidad.
Predominan las descripciones del paisaje como reflejo del alma del poeta (parques otoñales y
jardines al atardecer) y también los símbolos musicales y cromáticos que reflejan la tristeza, la
melancolía, los recuerdos y ensueños amorosos.
Obras: Diario de un poeta recién casado, Eternidades La estación total .
JRJ apela a la “intelijencia” (no a la sensibilidad, como en la etapa anterior) para encontrar “el
nombre exacto de las cosas”, la palabra que permita recrear en el poema la maravilla del mundo,
acceder a la esencia de la realidad (“Que mi palabra sea / la cosa misma, / creada por mi alma
nuevamente”). Busca una poesía concentrada que “desnuda” la realidad para conocer así su
auténtico sentido
Diario de un poeta recién casado, escrito durante el viaje a EEUU para casarse con
Zenobia, es un libro clave en la evolución de su obra y de la poesía contemporánea española. Es
la crónica de un viaje interior, en el que el mar, omnipresente, simboliza la vida, la soledad, la
eternidad. Supone un alejamiento del Modernismo, en busca de una mayor depuración poética
que lo acerca al Novecentismo, que rechazaba el sentimentalismo y abogaba por un arte y una
poesía puros. En él da un paso decisivo hacia la libertad expresiva, por su voluntad de desnudez,
carácterística fundamental de su poesía: al eliminar todo adorno, toda retórica innecesaria, su arte
se hace más elemental. Aspira a una “poesía desnuda”, de la que elimina todo lo ornamental,
superficial y anecdótico, totalmente alejada del esteticismo modernista; una poesía concisa, de
poemas breves, de gran concentración conceptual, que utiliza símbolos muy complejos y
herméticos (formas geométricas, el mar, la piedra, el aire, los pájaros, los niños…). Emplea la
asonancia, el octosílabo, y se advierte la influencia vanguardista en la mezcla de prosa y verso, el
uso del verso libre, el verso blanco, la prosa poética, e incluso la incorporación de palabras
inglesas y formas publicitarias a modo de “collage”.
TERCERA ETAPA: POESÍA ABSOLUTA, SUFICIENTE O VERDADERA (desde 1936).Obras: En el otro costado y Dios deseado y deseante.
Esta etapa se caracteriza por el misticismo: es la culminación de su búsqueda obsesiva de la
Verdad, la Belleza y la Eternidad. Su sed de búsqueda de la esencia y de la trascendencia le
llevan al encuentro con un Dios que identifica con la Belleza y la Naturaleza, con el propio Poeta y
su conciencia creadora. Su lenguaje llega al límite de la depuración, se vuelve totalmente
hermético. En su métrica hay un dominio absoluto del verso libre.
En conclusión, Juan Ramón Jiménez, máximo representante de una poesía que busca la
Belleza y lo Absoluto, sirvió de inspiración para importantes corrientes poéticas posteriores: la
Generación del 27 y los Novísimos.
Con este nombre se denomina a un grupo de poetas que, asimilando la rica tradición literaria
española e imbuidos por las nuevas corrientes de vanguardia, llegarían a ser la más brillante
promoción del Siglo XX, por lo cual recibe el nombre de Edad de Plata de la literatura española.
Está formada, entre otros, por poetas como Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso
Alonso, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Manuel
Altolaguirre, Emilio Prados o Miguel Hernández (como epígono); en los últimos años se ha
reivindicado también a escritoras como Carmen Conde, Josefina de la Torre, Concha Méndez,
Ernestina de Champourcin, Ma Teresa León o Rosa Chacel. Además incluye pensadores y artistas
de otras disciplinas como Luis Buñuel, Salvador Dalí, Maruja Mallo o María Zambrano.
El acontecimiento generacional que da nombre al grupo fue un acto que celebraron juntos en
1927 en Sevilla: el aniversario de los 300 años de la muerte de Góngora. Esta celebración tuvo un
doble significado: por un lado, los autores pusieron de manifiesto su admiración por la poesía del
Barroco, sobre todo por Góngora, denostado hasta entonces; por el otro, realizaron un manifiesto
que realzaba la modernidad frente a la tradición decimonónica y modernista. Este tricentenario
supuso, pues, el definitivo descubrimiento del Barroco y de una literatura basada en la libertad de
imaginación, del ingenio y en la supremacía de la metáfora.
Además cumplen otros requisitos que permiten considerarlos como grupo: todos ellos tienen
una edad similar, empiezan a publicar a mediados de los años 20 y alcanzan su esplendor durante
la II República; socialmente proceden en su mayoría de la burguésía acomodada; su formación es
semejante, casi todos tienen estudios universitarios y se dedican profesionalmente a la literatura
(“generación de los poetas-profesores”); colaboran en las mismas revistas poéticas (Litoral,
Mediodía, La Gaceta Literaria o La Revista de Occidente)
y mantienen un estrecho contacto
personal (“generación de la amistad”), muchos convivieron en la Residencia de Estudiantes.
A esto se añade que, aunque no hay una unidad de inspiración o técnica entre ellos, sí les
mueve un mismo propósito de renovar el lenguaje poético mediante una síntesis entre tradición y
vanguardia. En sus intentos y afanes de renovación poética de estos años 20 influyeron grandes
figuras de la época, que podemos considerar sus maestros: Ramón Gómez de la Serna, con sus
greguerías y sus ideas sobre la vanguardia; Juan Ramón Jiménez y su poesía pura; Ortega y
Gasset, por su labor de difusión en la Revista de Occidente y su obra La deshumanización del
arte, que teoriza esta nueva estética.
Todos ellos evolucionan de una manera similar, en la que suelen destacarse tres etapas:
Primeras obras de los poetas del 27, escritas bajo la influencia de la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y de las vanguardias. Por un lado, se aprecia el rechazo del Modernismo y de lo sentimental: eliminan lo anecdótico del poema, el rebuscado léxico
modernista y la adjetivación ornamental, progresan hacia una concentración conceptual para
manifestar lo más íntimo del alma del poeta, lo esencial de las cosas. Por otro lado, destaca la
influencia de la poesía popular (neopopularismo) y de Góngora. Emplean especialmente la
metáfora, heredada de los ultraístas como proceso mágico que acerca dos objetos alejados.
Destacan obras como Marinero en tierra de Rafael Alberti yel Romancero gitano de Lorca.
Las circunstancias históricas que desembocarían en la
Guerra Civil, las profundas crisis personales que algunos sufrieron y la influencia del Surrealismo
hacen que estos poetas sientan cierto cansancio del puro formalismo anterior e inicien un proceso
de “rehumanización”
la poesía vuelve a centrarse en los sentimientos (amor, frustración, ansia de
plenitud, problemas existenciales) y en el compromiso social y político. Con la proclamación de la
II República el 14 de Abril de 1931, llega la democracia y la política entra de lleno en la vida
cultural, se intenta hacer llegar la cultura al pueblo, con iniciativas como la compañía teatral “La
Barraca”, de Lorca. Son representativas de esta etapa Sobre los ángeles de Rafael Alberti, Poeta
en Nueva York de Lorca y Los placeres prohibidos o Donde habite el olvido de Luis Cernuda.
Tras la Guerra Civil, el grupo, que había apoyado a la
República, se desintegra: algunos mueren (Lorca, asesinado; Miguel Hernández, en la cárcel), la
mayoría se exilia y solo unos pocos permanecen en España (Dámaso Alonso, Gerardo Diego y
Vicente Aleixandre). Cada uno evoluciona de manera personal, dentro de una poesía dolorida,
llena de nostalgia y de desarraigo, comprometida con las circunstancias (exilio, posguerra,
dictadura). Sin embargo, el Premio Nobel concedido en 1977 a Vicente Aleixandre se vivíó como
el homenaje a todo este grupo poético irrepetible.
En conclusión, nos hallamos ante un grupo cuyos integrantes procedían de diversos lugares de
España pero con muchas cosas en común: la edad parecida, formación generalmente universitaria
y sobre todo ganas de aprender de lo viejo y de lo nuevo, es decir, tradición y renovación.
Aunque no existe entre los poetas del 27 una unidad de inspiración o de técnica, sí les
mueve un mismo propósito de renovación, una búsqueda de un lenguaje poético nuevo que les
permita expresar sus inquietudes incorporando lo mejor de cada época y cada estilo, sin renunciar
a la innovación. Junto a su cosmopolitismo y apertura hacia las aportaciones que llegaban de
Europa y América,
valoraron el pasado y rescataron autores y estilos diversos, realizando una
verdadera síntesis de vanguardia y tradición. Como señalaba Dámaso Alonso, “lo primero que hay
que notar es que esa generación no se alza contra nada”. De hecho, en estos autores es muy
significativa la tendencia al equilibrio y la síntesis de polos opuestos (intelectualismo y
sentimiento, poesía pura y poesía comprometida, lo culto y lo popular, lo universal y la tradición
española, la vanguardia y la tradición) que fue conformando una poética común.
Uno de los rasgos esta poética es la armonización entre lo intelectual y lo sentimental, ya
que la emoción tiende a ser refrenada por el intelecto (Salinas es un claro ejemplo). Del mismo
modo, se establece un cruce entre la pureza estética (la poesía pura, del arte por el arte) y la
autenticidad humana preocupada por los problemas del hombre (poesía comprometida). La
poesía pura fue ideal poético de los años en que comienzan a escribir los poetas del 27: la
estancia de muchos de ellos en países europeos y el dominio de otras lenguas les permitíó
conocer a los grandes poetas vanguardistas contemporáneos (Valéry, Apollinaire, Cendrars,
Aragón…), después llegaría el compromiso y la rehumanización.
Esta actitud también se desvela en el compromiso entre el arte para mayorías y el arte
para minorías, alternando lo popular y lo culto, que convive en poetas como Lorca, Alberti o
Gerardo Diego. La del 27, fue una generación que no rompíó con el pasado y recibíó, apreció y
reelaboró el material literario del folclore y la poesía tradicional. Asimilaron diversos recursos
estilísticos (repeticiones, paralelismos sintácticos, sufijos apreciativos, como los diminutivos)
propios de la poesía tradicional, de ahí su neopopularismo. En la métrica, conviven sin dificultad,
las formas más populares (arte menor, asonancia, romances), con las formas más cultas, como
las estrofas clásicas (el soneto y la lira), o las innovaciones típicas de la poesía de vanguardia (el
verso libre y la prosa poética).
Se ha dicho también que se mueven entre lo universal (la influencia de la poesía europea
del momento, el Surrealismo) y lo español (con atención a la poesía popular española).
Sin duda, la verdadera clave es que se sitúan también entre la tradición y la renovación.
Se sienten próximos a las vanguardias. En general, todo el grupo en sus comienzos es típicamente vanguardista: cosmopolitas, joviales, provocadores, deportivos, ingeniosos, defensores de la metáfora y la imagen, entendidas como el acercamiento insospechado entre dos
objetos alejados que crea entre ellos una relación nueva y sorprendente. En sus primeras obras
se advierte la influencia del Futurismo (Pedro Salinas), el ultraísmo, el creacionismo (Gerardo
Diego) y de los autores de la Generación del 14, sus maestros, que introdujeron las vanguardias
en España: Ramón Gómez de la Serna y sus greguerías; la poesía desnuda de Juan Ramón
Jiménez; Ortega y Gasset y su obra La deshumanización del arte. A medida que evolucionan su
se hará patente en la mayoría de ellos la influencia del Surrealismo (Lorca, Aleixandre, Cernuda,
Alberti…).
Pero al mismo tiempo valoran la tradición en todas sus líneas. Del pasado literario español
rescataron formas de la poesía tradicional (canciones, villancicos, romances). De igual modo,
sentían fervor por los poetas cultos medievales y los clásicos del Siglo de Oro: Jorge Manrique,
Garcilaso, San Juan de la Cruz, Lope, Quevedo y, por encima de todos, Góngora. No olvidemos
que la denominación del grupo poético se debe a la celebración en 1927 en Sevilla del III
Centenario de la muerte del poeta cordobés. Los poetas del 27 veían en Góngora al escritor puro
entregado a la creación poética autónoma, una especie de adelantadísimo precursor de la estética
vanguardista, muy en la línea de los postulados creacionistas por su arriesgado uso de la
metáfora y la creación de un lenguaje poético nuevo para su época. De la poesía del Siglo XIX
recibieron la influencia del intimismo de Bécquer, de las innovaciones métricas y el uso de
imágenes de Darío, de la concepción de la realidad como algo
que puede ser pensado, soñado o
imaginado de Unamuno y Machado, y establecieron relación directa con la poesía simbolista,
especialmente la de Mallarmé y Valéry.
De este modo, a través del equilibrio entre factores aparentemente opuestos, la generación
del 27 creó una poética a la vez común e individual, y pasó a ser el grupo más relacionado y
valioso que la literatura española ha aportado a la europea con un admirable ejemplo de
coherencia y responsabilidad histórica, además de talento y creatividad.
Lorca representa una de las más avanzadas concepciones de la poesía en el Siglo XX, puesto
que asume un radical compromiso entre la tradición y la vanguardia. Esta le ofrece adueñarse de
novedades técnicas y libertades, pero es la tradición el lugar en el que su poesía hunde las raíces.
Como poeta representativo del Grupo del 27, en su obra confluyen corrientes aparentemente
opuestas: mira la tradición (en sus dos vertientes, culta y popular) con ojos vanguardistas. En
cuanto a la vertiente culta, su poesía juvenil es modernista, influida sobre todo por Rubén Darío y
su visión poética (exaltación de la lujuria y del deseo como motor del mundo), así como por poetas
de una corriente ROMántico-simbolista más próxima (Bécquer, los Machado, JRJ), de quienes toma
el simbolismo y la renovación métrica. Fundamental es también la influencia de la poesía clásica
culta española (Cancioneros, Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Quevedo y, en
especial, Góngora), con sus metáforas elaboradas, sonetos y la asimilación del romancero nuevo.
No faltan referentes extranjeros: Shakespeare, la huella de la Biblia es constante en su obra;
incluso parece conocer algunas técnicas de poesía japonesa.
Pero su obra es, ante todo, una coherente fusión de poesía popular e innovación
vanguardista. Posee un profundo saber de las fuentes tradicionales, patente en su utilización de la métrica de
arte menor, asonancia, estribillos, romances, villancicos..
En cuanto a la vertiente vanguardista, desde el principio absorbe las técnicas de Ramón
Gómez de la Serna, el vértigo de la imagen moderna, la exigencia formal de la poesía pura. Pero
es la segunda etapa de su poesía, ejemplificada por Poeta en Nueva York, cuando profundiza en
la asimilación de técnicas procedentes del Surrealismo (evasión de la realidad, primacía de la
inspiración y el instinto, verso libre y versículos).
El estilo de Lorca varía en los diferentes momentos de su poesía, desde el neopopularismo
hasta el Surrealismo. Sin embargo, en sus composiciones se mantienen algunas constantes: la
función evocadora de la palabra, la presencia de símbolos y la importancia de la musicalidad con
un exquisito sentido del ritmo y la intensidad emotiva. Sin duda, debemos destacar la metáfora
como el procedimiento retórico central de su poesía: elabora metáforas muy arriesgadas que
relacionan elementos opuestos de la realidad, transmiten efectos sensoriales entremezclados.
La métrica también muestra esa evolución desde la inspiración neopopularista, con versos de
arte menor, en romances, villancicos, coplas, seguidillas, canciones infantiles, etc.; o de una
tradición más culta, con versos de arte mayor, alejandrinos o endecasílabos, en serventesios de
inspiración modernista o sonetos; hasta la vanguardia en el rechazo de la poesía estrófica y de la
regularidad métrica, con el verso libre y el versículo.
Aunque es difícil establecer épocas en la trayectoria poética de Lorca, los críticos diferencian
dos etapas: una de juventud y otra de plenitud, separadas por su viaje a Nueva York en 1929.
Primera etapa (desde 1921 hasta 1928)
Se advierten rasgos modernistas y ROMántico-simbolistas, la clara influencia de Rubén Darío y
sus maestros, Machado y JRJ, así como rasgos neogongorinos y vanguardistas. Pero en esta
primera etapa es, ante todo, un Lorca neopopularista.
Aunque está en contacto con la
vanguardia y la “poesía pura”, destaca su fuerte sabor popular, andaluz, que procede de su
neotradicionalismo, de la canción popular, del flamenco, del frecuente uso del romance. Propone
una estilización de las formas tradicionales y populares en cuanto al uso de estrofas y tratamiento
de los temas. Comprende las siguientes obras:
Libro de poemas (1921), obra de juventud con influencias de Bécquer y del Modernismo,
donde el poeta evoca con nostalgia el paraíso perdido de la infancia y aparecen ya motivos
lorquianos como la muerte, la frustración amorosa, la rebeldía, el simbolismo de la luna.
Algo posteriores son otras obras que, aunque se elaboran
entre 1921 y 1924, se publicarán más tarde, como Primeras
canciones (1936), Canciones (1927). Combinan poesía pura y
vanguardista con la huella de la poesía popular, en breves
poemas asonantes con estribillos, llenos de humor y ternura,
donde persiste la nostalgia de la niñez y su pureza (“El lagarto
está llorando”), junto al sentido trágico del destino (“La canción
del jinete”).
Poema del Cante Jondo (compuesta en la misma época
que las anteriores, publicada en 1931), cuyo tema es “la
Andalucía del llanto”. Lorca expresa su propio dolor de vivir a
través de los cantes “hondos” de su tierra (petenera, soléá,
saeta…). Es una obra neopopularista donde hay una
reelaboración culta o vanguardista de lo popular andaluz.
Romancero Gitano (compuesto desde 1925 y publicado en 1928). Lorca canta
fraternalmente a la raza gitana, marginada y perseguida, y la eleva a la categoría de mito
moderno, símbolo de la rebeldía frente a la opresiva sociedad burguesa. Los gitanos, abocados a
la frustración o la muerte, encarnan el destino trágico. Según Lorca, en el libro “hay un solo
personaje real, que es la pena que se filtra”. El Romancero es otro ejemplo de fusión de lo culto y
lo vanguardista con lo popular. Está compuesto por dieciocho romances de métrica tradicional
pero escritos con un lenguaje hermético y lleno de metáforas audaces.