Portada » Arte » Romanticismo e Historicismo en el Arte del Siglo XIX: Arquitectura y Pintura
Los artistas románticos concedieron una gran importancia al paisaje. Los ingleses, como Turner, representaron una naturaleza tempestuosa, de incendios y tormentas, en la que tuvieron mucha importancia los efectos de la luz. Ejemplo de ello son sus cuadros El Naufragio (1805), Lluvia, Vapor y Velocidad (1844), El Incendio de las Cámaras de los Lores y de los Comunes (1835) y El Temerario Remolcado a Dique Seco (1839).
Los alemanes, como Friedrich, prefirieron la quietud de cordilleras, lagos y acantilados contemplados por silenciosos espectadores. Ejemplos: Monje a la Orilla del Mar (1810), Caminante ante un Mar de Niebla (1818) y Dos Hombres Contemplando la Luna (1819).
Otros temas comunes a toda la pintura romántica fueron las ruinas de iglesias, interpretadas como signo de la decadencia de la fe católica que era preciso revitalizar, y los cementerios a la luz de la luna, que muestran su gusto por la muerte y los fantasmas. Tres cuadros de Friedrich pueden servir de muestra: La Abadía en el Robledal, La Ruina de Eldena y El Cementerio de Cloister Nevado.
Entre los románticos franceses, destaca Eugène Delacroix, cuyos temas más frecuentes fueron los acontecimientos históricos contemporáneos y el exotismo oriental. Del primero, destaquemos La Matanza de Quíos (1824), un homenaje a los griegos de esta isla que trataron de independizarse de los turcos, y La Libertad Guiando al Pueblo (1830), en el que se exalta la revolución del pueblo francés que acabó con la monarquía absoluta.
Los arquitectos de la primera mitad del siglo XIX pusieron de moda los estilos del pasado (neobizantino, neorrománico, neogótico, neobarroco y diversos derivados del arte islámico). Pero ninguno logró imponerse a los demás.
Los ingleses, que tenían una larga tradición gótica, resucitaron este estilo en el Parlamento de Westminster (Londres). Por otra parte, y a partir de la influencia de sus colonias, construyeron edificios, como el Pabellón del Príncipe de Gales, que siguen las pautas del arte islámico de la India.
En Alemania y Francia también se volvió la mirada al gótico. Restauraron y contemplaron catedrales medievales, e incluso construyeron otras nuevas. En cambio, prefirieron el neorrenacimiento y el neobarroco para las construcciones civiles. Esto explica la red de viviendas construidas en el entorno de los Campos Elíseos de París. Los alemanes mostraron un eclecticismo semejante, como puede verse en los castillos construidos por Luis II de Baviera, que parecen sacados de los cuentos de hadas.
En España, podemos observar diferencias entre unas regiones y otras: en Asturias, se recuperó el neorrománico en la Colegiata de Covadonga, mientras que en Cataluña, la Universidad de Barcelona se hizo en estilo neogótico. Hay un estilo del que podemos encontrar ejemplos en diversas regiones, sobre todo en plazas de toros y estaciones de ferrocarril: el neomudéjar. En ninguno de estos edificios falta el ladrillo como material de construcción, y decorados a base de paños de sebka y arcos califales. Buenos ejemplos son la Plaza de Las Ventas de Madrid, la Estación de Toledo, el Edificio de Correos de Zaragoza y el Gran Teatro Falla de Cádiz.
La Revolución Industrial y sus avances en la siderurgia permitieron el uso del hierro como material de construcción. Las nuevas vigas metálicas eran más ligeras, baratas y fáciles de montar que las de madera, y permitieron formas más atrevidas que las tradicionales. Primero, se tendieron puentes y se elevaron torres, como la Eiffel en París. Luego, y aprovechando las mejoras en la producción de vidrio, se usaron en mercados, estaciones de tren y pabellones para las exposiciones universales.
Estos avances europeos se aprovecharon en América, sobre todo tras la invención del ascensor, para la construcción de rascacielos. Los orígenes de estos edificios de muchas plantas están unidos al desgraciado suceso del incendio que asoló Chicago en 1871. La reconstrucción de la ciudad se aprovechó para erradicar los materiales de construcción inflamables y resolver en altura el problema de la falta de viviendas para numerosos inmigrantes. Además de casas, se construyeron hoteles, almacenes y edificios de oficinas.
Los forjadores de la escuela arquitectónica de Chicago fueron William Le Baron Jenney y Louis Sullivan, muy vinculados a las empresas que especulaban con los solares que habían quedado libres tras el incendio. Sus edificios constan de un armazón metálico, hecho de pilares y viguetas, que permitía abrir grandes ventanas al exterior. La distribución es siempre idéntica: comercios en los bajos, oficinas en los pisos intermedios y servicios en la planta alta. En 1899, Sullivan construyó los almacenes Carson, Pirie and Scott, un bloque de 10 pisos que anticipaba parte del futuro de la arquitectura en el mundo.