Portada » Historia » Revoluciones Europeas del Siglo XIX: Liberalismo y Nacionalismo
Se iniciaron en París con el liderazgo de la burguesía liberal y la participación masiva de la población urbana. Tras ellas, se dieron lugar en muchos países a la instauración de regímenes liberales que apoyaron sin reservas la modernización, industrialización, el librecambismo y la inversión extranjera. En los países católicos, a menudo se llevaron a cabo amplias campañas de desamortización de los bienes eclesiásticos y nobiliarios. Sin embargo, estos gobiernos representaron más bien la versión del liberalismo moderado, que se conformaba con la creación de un marco constitucional y parlamentario, y un sistema de sufragio restringido favorables a la alta burguesía. La revolución en París desplazó definitivamente a los autocráticos Borbones, a Carlos X, e instauró una monarquía parlamentaria bajo Luis Felipe de Orleans con garantías constitucionales, un sufragio ampliado y la revocación del carácter hereditario de la Cámara de los Pares, afianzando así el poder de la alta burguesía francesa. Bélgica obtuvo su independencia y las revueltas en España, Portugal y Piamonte instauraron regímenes liberales permanentes.
Fue una gran oleada revolucionaria liberal y nacionalista encendida al confluir la crisis agraria, el hambre y la subida de precios con el paro obrero y las aspiraciones liberales y nacionalistas. Se inició nuevamente en París y desde allí tuvo una amplísima difusión por Europa, alcanzando grandes niveles de violencia callejera, teniendo además un importante respaldo de la población urbana.
Final del Antiguo Régimen en Europa occidental y establecimiento progresivo de diversos gobiernos liberales parlamentarios, aunque en realidad solo en Suiza, Bélgica, Dinamarca, Holanda y Piamonte quedaron realmente aseguradas las libertades constitucionales.
Abolición definitiva de la servidumbre de los campesinos en Prusia y Austria, quedando solo en Rusia hasta finales de siglo (fue abolido por el zar Alejandro II, asesinado después por los anarquistas). Con ello, los campesinos obtuvieron la libertad de movimientos y de profesión, pero su carácter conservador no hizo más que reforzar las fuerzas de la contrarrevolución.
Se dan cambios en las tendencias políticas: los liberales moderados, presentes en las filas de la burguesía y que incluso habían participado en las revoluciones anteriores, pasan ahora a oponerse a los liberales progresistas o demócratas, que exigían más participación ciudadana en la política y más justicia social. A partir de ahora será el proletariado industrial quien lidera las revoluciones, exigiendo la mejora de las condiciones de trabajo y salarios, las libertades de prensa, reunión y asociación, el reconocimiento del derecho a huelga y a la formación de sindicatos, el establecimiento del sufragio universal y la remuneración económica de los diputados, de manera que les permita acceder a los parlamentos. 1848 es también el año del Manifiesto Comunista de Karl Marx, que proclamó: «Proletarios de todos los países, uníos».
A pesar de su fracaso, pervivirán las aspiraciones nacionalistas de polacos, italianos, húngaros y otras nacionalidades europeas, satisfaciendo en gran parte sus anhelos en 1918 tras la caída de los imperios ruso y austríaco.
Se proclamó el II Reich Alemán en el Salón de los Espejos de Versalles, bajo el ahora emperador Guillermo I, y que duraría hasta 1918. El resto de los estados alemanes acabaron por unirse a la nueva Alemania, conformada como un estado federal dominado por Prusia, y que pronto se convertiría en una gran potencia europea, la más poblada y con un poderoso desarrollo económico e industrial.
Alemania anexionó los territorios franceses de Alsacia y Lorena, importantes regiones de minería del carbón, hierro y siderurgia, con la ciudad de Estrasburgo), aunque fracasó el intento de su germanización forzosa. Para Francia fue una pérdida dolorosa y humillante, y se convirtió en una de las fuerzas de tensión y revanchismo que condujeron a la Primera Guerra Mundial. Francia tuvo además que pagar una cuantiosa indemnización por la guerra.
En la misma Francia, tuvieron lugar en 1871 la caída definitiva de la monarquía con el exilio de Napoleón III, el estallido y violenta represión de la Comuna de París, que alarmó a Europa por su radicalidad y carácter socialista, y la proclamación de la Tercera República.
Favoreció el paso final de la unificación italiana, ya que al abandonar Roma las tropas francesas que protegían al Papa para acudir a Francia en defensa de su país, el ejército piamontés aprovechó su ausencia para ocupar la ciudad.