Portada » Historia » Repoblación Medieval en España y Legado Romano: Un Análisis Detallado
La repoblación medieval en España fue un proceso fundamental para la configuración del territorio y la sociedad. Se desarrolló en varias fases, cada una con características y objetivos específicos:
La práctica de la presura se aplicó en las tierras al norte del Duero y en el piedemonte pirenaico. Esta primera fase fue impulsada por la presión demográfica de los núcleos cristianos y facilitada por el escaso poblamiento de los territorios ocupados.
La presura es la ocupación de una tierra, donde, según el derecho romano, quien cultivaba un terreno despoblado se convertía en su propietario. Se llevó a cabo por campesinos, nobles y monasterios, resultando en un predominio de la pequeña y mediana propiedad.
Se aplicó en las tierras entre el Duero y los montes de Toledo, y en el Valle del Ebro. Favorecida por el crecimiento demográfico cristiano, el territorio se dividió en concejos con grandes términos o alfoces, regidos por una ciudad o villa cabecera.
El rey otorgaba un fuero o carta puebla (conjunto de normas que regulaba la vida municipal). La vecindad se obtenía por solicitud, concediendo solares y tierras de cultivo que, con el tiempo, pasaban a ser propiedad de los pobladores, quienes también disfrutaban de tierras y bienes comunales.
Este sistema se caracterizó por el predominio de la propiedad mediana libre y la abundancia de tierras comunales.
Afectó al Valle del Guadiana (La Mancha y Extremadura) y a la provincia de Teruel y el norte de Castellón. Las órdenes militares dividieron las nuevas tierras en encomiendas (Alcántara y Santiago en Extremadura; Calatrava en La Mancha), al frente de las cuales se situaba un comendador.
La estructura de propiedad predominante fueron los latifundios, dedicados a la explotación ganadera, una solución idónea para una zona con grandes espacios y escasa mano de obra.
Se aplicó al valle del Guadalquivir y al litoral levantino (de Castellón a Murcia), últimas zonas reconquistadas. Los bienes se distribuyeron en función del rango social de quien los recibía.
Esto resultó en la adquisición de grandes latifundios por la nobleza, las órdenes militares y la Iglesia. A los pobladores musulmanes se les permitió permanecer como colonos, aunque muchos huyeron a Granada o África.
La presencia romana dejó una huella imborrable en la Península Ibérica, influyendo en la lengua, el derecho y el arte.
Se difundió por todo el Imperio, imponiéndose en la mayoría de lenguas autóctonas. La zona más romanizada fue el área Ibérica (zona levantina y meridional), donde el latín desplazó a las lenguas vernáculas.
El siglo I d.C. fue un momento culminante con figuras hispanas destacadas en la cultura latina, como Séneca, Columela y Pomponio Mela en la Bética, y Quintiliano y Marcial en el valle del Ebro.
Los pueblos del oeste y el norte peninsular, menos colonizados, mantuvieron sus costumbres y lenguas por más tiempo, de las cuales solo el vasco ha sobrevivido. El latín pervivió tras la caída del Imperio y fue la base de las lenguas romances peninsulares (castellano, gallego, catalán y portugués).
Regulaba las relaciones privadas y las instituciones políticas, constituyendo el núcleo fundamental del Derecho de Occidente.
El urbanismo romano, con edificios y obras de ingeniería (foros, acueductos, templos, circos), destaca por su sentido práctico y funcional.
El templo romano característico era de planta rectangular, con un pórtico de entrada y cella. Se elevaba sobre un podio y tenía un acceso único y frontal con escalinata. No se ha conservado ninguno completo en España.
El teatro romano, derivado del griego, tenía gradas semicirculares (cavea) y una orchestra semicircular. Destaca el teatro de Mérida. El anfiteatro, para luchas de gladiadores y fieras, tiene ejemplos representativos en Tarragona, Mérida e Itálica.
Las obras de ingeniería romanas, como vías militares, puentes (Alcántara en Cáceres) y acueductos (Segovia, Mérida y Tarragona), son especialmente notables.