Portada » Lengua y literatura » Renovación y Evolución del Teatro Español a Inicios del Siglo XX: De Benavente a Lorca
En las primeras décadas del siglo XX, se produjeron diversos intentos de renovación del panorama teatral, que en las últimas décadas de la centuria anterior había estado dominado por el modelo del drama realista y las obras de José Echegaray.
Las nuevas tendencias teatrales europeas no fueron ajenas a las tentativas innovadoras, como el teatro poético, consolidado con el estreno en París de La intrusa, o los grupos vanguardistas que en España intentaron crear un nuevo concepto del drama. Sin embargo, los intentos de renovación del drama no alcanzaron el éxito de que disfrutaron otras manifestaciones teatrales que sí gozaron del favor de los espectadores:
Los primeros intentos de renovación teatral fueron llevados a cabo, entre otros dramaturgos, por Jacinto Grau, que ensayó diversas vías; por Miguel de Unamuno, con su teatro desnudo; y por Azorín, con su pretendido antirrealismo.
Sin embargo, el teatro español de las primeras décadas del siglo XX sólo alcanzó la cima con la obra de Ramón María del Valle-Inclán y de Federico García Lorca. Ellos son los únicos que lograron una calidad indudable en la renovación teatral que muchos habían pretendido. Sus obras, además de influir decisivamente en el teatro español posterior, siguen representándose aún hoy, y cada vez más en todo el mundo.
La fecunda producción dramática de Jacinto Benavente (172 obras) gozó del favor de su público habitual, la burguesía. En líneas generales, su teatro compone una crónica, casi siempre amable, de las preocupaciones y los prejuicios de esta clase social, por medio del empleo de una suave ironía.
Sus dramas responden a lo que él mismo escribió que debía ser el teatro: un medio o instrumento de ilusión y de evasión. En todas sus obras, sobresale el diálogo, natural, fluido, con tendencia a lo sentencioso. Benavente sustituye la acción por la narración, la alusión y el diálogo, y los momentos álgidos de sus dramas siempre acontecen fuera de escena o entre un acto y otro.
Algunas de sus obras más conocidas son:
En las primeras décadas del siglo XX, predomina el género cómico que, con frecuencia, aparece acompañado de elementos líricos (música, canto y baile). La finalidad básica de este teatro, que logró un significativo éxito de taquilla, era el entretenimiento del público.
Coincidiendo con las corrientes renovadoras europeas, Unamuno se propuso llevar al público a un dramatismo esencial, lejos de la excesiva ornamentación escénica. Sus obras no fueron bien acogidas por las compañías teatrales, ya que consideraban improbable el éxito comercial.
Unamuno abogó por un teatro desnudo, que conllevaba una vuelta a la fuente poética del drama. Esta concepción implica la supresión de todos los efectos que no dependieran directamente de la palabra (decorados, trajes, etc.) y también de la ornamentación retórica del lenguaje verbal. Suponía la reducción de los personajes al mínimo, de las pasiones a su núcleo, y el esquematismo de la acción. En sus obras se repite un esquema fijo con fuerzas enfrentadas. La acción dramática apenas existe y es sustituida por la palabra.
En lo referente a la escenografía, Unamuno es parco en las acotaciones; si las hay, se caracterizan por su imprecisión y su vaguedad. Habitualmente, no aparecen indicaciones relativas al mobiliario, vestuario, aspecto físico de los personajes o luces. Sin embargo, sí se mencionan objetos importantes en los que se concentra el núcleo del conflicto y también concede importancia a los movimientos exteriores y, más aún, a los que expresan estados anímicos.
También pretendió incorporar el teatro español a las nuevas tendencias europeas, especialmente a las francesas. Combatió la estética naturalista y bregó por un teatro antirrealista que incluyera lo subconsciente y lo maravilloso.
Para Azorín el teatro debía buscar “otra realidad más sutil, más tenue, más etérea” y a la vez “más consistente, más perdurable”, en palabras del autor. Consideraba que los temas debían buscarse en el mundo interior, en el espíritu y en la imaginación. A esta nueva estética la denominó superrealismo.
Abogó por la transformación de la técnica y de la estructura del espectáculo teatral; consideraba que el nuevo dramaturgo debía desorientar al público. Destacan tres aspectos en su renovación: