Portada » Latín » Religión en la Antigua Roma: Deidades, Rituales y Evolución
La influencia de la mitología griega llevó a los romanos a identificar varias de sus deidades con las griegas, adoptando sus atributos y leyendas. Al igual que los griegos, los romanos contaban con un grupo de dioses que constituían el panteón romano (todos los dioses). Al frente de ellos se encontraban Júpiter, Juno y Minerva, la llamada tríada capitolina, ya que recibían culto en un templo ubicado en el Capitolio.
Además de los dioses del panteón, en Roma también eran importantes otros:
La religión romana no imponía ningún tipo de obligación moral a los fieles. Lo único que les exigía era el cumplimiento de unos ritos, a cambio de los cuales los creyentes se procuraban la acción benefactora del dios. Un rito dedicado a Ceres, la diosa del trigo, garantizaba una buena cosecha. Los ritos podían consistir en ofrendas a los dioses o en sacrificios. En los sacrificios, un sacerdote degollaba un animal en el altar dedicado al dios; tras esta ceremonia, los asistentes consumían la carne de la víctima.
Los ritos de adivinación tenían gran importancia en el mundo romano, ya que eran practicados antes de emprender cualquier acción importante. Por su carácter oficial, los especialistas en adivinación también estaban organizados en colegios sacerdotales:
A finales de la República, la sociedad romana experimentó un cambio de mentalidad causado en gran medida por la crisis social y política. Los cultos oficiales pasaron a convertirse en simples convenciones sociales carentes de significado para quienes las practicaban.
La conquista de nuevos territorios favoreció la llegada de creencias, dioses y prácticas religiosas importadas de dichos países. Muchas de ellas proponían la creencia en un solo dios.
Esta nueva fe, originaria de Palestina, se difundió por el imperio. Aunque los romanos solían ser tolerantes con los nuevos cultos, no lo fueron con el cristianismo. El cristianismo suponía una amenaza para el poder romano, ya que sus adeptos se negaban a rendir culto al emperador, una práctica obligada desde época de Augusto. Además, los cristianos rechazaban una de las instituciones de la sociedad romana: la esclavitud. Por ello, el poder romano ordenó persecuciones contra los cristianos, que tuvieron que practicar su fe de forma clandestina durante los primeros siglos del imperio. Sin embargo, fue tal su expansión, que a partir del siglo IV, dos hechos cambiaron definitivamente su historia: