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CONSECUENCIAS DEL DESASTRE DEL 98
Ante la derrota política y militar, numerosos intelectuales españoles realizan un examen crítico de la realidad nacional. Destaca Joaquín Costa por obras como “Colectivismo agrario en España”, que representa una reflexión sobre las causas del atraso español, que el autor centra en la existencia de un régimen oligárquico, un sistema electoral fraudulento y unos partidos políticos corruptos incapaces de acometer cambios profundos.
El regeneracionismo postula la transformación del campo y del paisaje agrario mediante obras hidráulicas, profundización en las políticas sociales, ampliación de la autonomía municipal y la extensión de la cultura en una España analfabeta y atrasada.
La acción política de Costa queda reducida a la creación de una Uníón Nacional. Decepcionado por la experiencia, se afilia a la Uníón Republicana.
El pensamiento de Costa tiene gran influencia en políticos como Canalejas, Silvela y Maura. El sistema político de la Restauración entró en crisis (cuestionamiento de los partidos turnistas), y crecieron en seguidores los partidos antidinásticos.
En el ámbito militar, se puso de manifiesto la incapacidad de un Ejército volcado hacia los problemas internos (pronunciamientos), pero no para hacerse respetar en el exterior en períodos de expansión imperialista; demasiados mandos y una tropa reclutada por el injusto sistema de quintas.
En el terreno económico, desaparece el mayor mercado de las manufacturas españolas y las importaciones que desde allí llegaban. No obstante, supuso la repatriación de una gran cantidad de capitales españoles invertidos en las colonias. De hecho, aparecieron nuevos bancos y permitíó la recuperación económica de España al comenzar el Siglo XX.
La Generación del 98 reflexiónó críticamente sobre la realidad española. Todos defendían que había llegado el momento de una regeneración moral, social y cultural del país. La integraron, entre otros, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ángel Ganivet y Antonio Machado.
el objetivo principal de todas las medidas desamortizadoras del Siglo XIX va a ser recaudar fondos para solucionar los problemas de la Hacienda Pública, bien para hacer frente a los gastos ocasionados por la guerra (Godoy y Mendizábal) o para hacer inversiones públicas (Madoz y el ferrocarril).
Se trataba de crear una masa de propietarios que identificara sus intereses al régimen liberal. Ello se va a conseguir pero a cambio se enturbiaron las relaciones con la Iglesia católica.
Se pensaba que modernizando la estructura de la propiedad se producirían grandes transformaciones agrarias, con lo que se facilitaría el desarrollo económico y la revolución industrial.
Sería una ocasión ideal para crear una clase media agraria de campesinos propietarios al reformar la estructura de la propiedad fomentando la propiedad privada de la tierra.
Desde el punto de vista social, la burguésía compradora se convirtió en terrateniente. Las desamortizaciones no sirvieron para que las tierras se repartieran entre los campesinos, sino para conseguir dinero para los planes del Estado, y para que aumentara el volumen de la producción agrícola. La expulsión de campesinos de los nuevos latifundios y la concentración de la propiedad de la tierra generó una gran masa de campesinos sin tierra. No se consiguió crear una amplia clase media agraria. Los principales beneficiarios no fueron los antiguos trabajadores de la tierra sino las clases medias urbanas, principales compradoras de fincas rústicas, y la nobleza, ya que no fueron expropiados sus bienes y podían vender sus tierras o comprar otras nuevas. Por último, al quitar a la Iglesia su principal medio de obtener riquezas, descendíó su papel en la beneficencia a los más desfavorecidos
Desde el punto de vista económico, el aumento de la producción agraria no alcanzó la medida esperada. El volumen total de tierra que cambió de manos llegó hasta el 50% de la tierra cultivable. La desamortización trajo consigo una considerable expansión de la superficie cultivada y una agricultura más productiva. Al liberalizarse la tenencia y la explotación de la tierra, se produjeron procesos de inversiones, mejora y especialización en los cultivos. Esto acentuó el latifundismo en Andalucía, la Mancha y Extremadura, y el minifundismo en el norte, es decir, acrecentó la concentración de la tierra en pocas manos. Así, en Levante se crearon explotaciones hortofrutícolas, y en Andalucía se extendieron el olivar y la vid.
La burguésía invirtió grandes sumas de dinero en comprar tierras, que habrían sido un importante capital para la industria. Así la burguésía compradora se convirtió en terrateniente. Por último, se acentuaron las crisis económicas de los municipios ya que perdieron una fuente importante de financiación y tuvieron que renunciar a dar determinadas prestaciones.
Desde el punto de vista cultural, la desamortización produjo una gran pérdida y expolio de bienes culturales, sobre todo de los antiguos monasterios. Muchas obras arquitectónicas se arruinarían y bienes muebles fueron vendidos a precios irrisorios y exportados hacia otros países, a pesar de que en 1840 se habían establecido unas comisiones provinciales encargadas de catalogar y custodiar esos bienes.
De este modo, en 1836 Mendizábal puso en venta todos los bienes del clero regular (frailes y monjas). Así quedaron en manos del Estado y se subastaron no solamente tierras sino también casas, monasterios y conventos con todos sus enseres. Los objetivos que se perseguían eran, como hemos mencionado, generar dinero para financiar el ejército necesario para ganar la Guerra Carlista, limitar el poder de la Iglesia, pro-carlista, solucionar el problema financiero de la deuda pública para más adelante conseguir una reforma de la Hacienda y por último, conseguir el acceso a la propiedad de sectores burgueses, vinculados al régimen liberal y al bando cristino.
Al año siguiente otra ley amplió la acción al sacar a la venta los bienes del clero secular. Para lograr el establecimiento del nuevo régimen liberal en 1836, era condición necesario ganar la guerra carlista y para ello se necesitaban los recursos económicos de una desamortización y el apoyo social de la burguésía al régimen liberal. Además, al amortizar la deuda pública, el Estado saneaba la Hacienda y aparecía más solvente, con lo que podría suscribir nuevos préstamos en el extranjero en mejores condiciones.
En la práctica, los más beneficiados fueron los propietarios y los inversores burgueses que acapararon las compras, puesto que eran los únicos que tenían liquidez, sabían pujar en las subastas y por tanto las controlaban.