Problemas que plantean los sistemas democráticos actuales
La filosofía ha sido tradicionalmente crítica con la democracia, ya sea por considerarla un sistema perjudicial o por estimarla un tipo de gobierno ideal pero imposible en la práctica. Sin embargo, en la actualidad, la democracia ha resultado ser el sistema político triunfante en las sociedades occidentales. Esto ha sido posible debido a un cambio en nuestra concepción de la democracia, rebajando las expectativas y ajustándolas a la realidad mediante un sistema de representación indirecta.
La democracia así planteada se ha revelado como la mejor de las vías ensayadas hasta el momento para conseguir equilibrar los derechos y libertades de los ciudadanos con una autoridad que haga posible la estabilidad social. Aun así, nuestra democracia actual no está exenta de problemas, lo que nos lleva más a considerarla como la “menos mala” de las formas de gobierno que la filosofía ha planteado hasta el momento.
Problemas planteados por Robert A. Dahl
Robert A. Dahl (1915-2014) plantea en su obra La democracia y sus críticos que ningún país actual posee una auténtica democracia ya que su realización efectiva plantea numerosas dificultades. Dahl destaca los cuatro siguientes problemas:
1. ¿Quién forma parte del pueblo?
El concepto de democracia presupone la soberanía de todo el pueblo, es decir, que todos los individuos que habitan dentro del territorio de un Estado sean considerados ciudadanos. Esto es así en teoría, pero en la práctica el concepto de nacionalidad es complejo y restrictivo, poco adecuado para nuestras actuales sociedades pluriculturales en las que los desplazamientos de población de un Estado a otro son constantes.
El concepto clásico de ciudadano discriminaba a la mayoría de la población, pues las mujeres, esclavos, niños, extranjeros y pobres no eran considerados ciudadanos. Nuestro concepto actual de ciudadanía es más abierto, pero continua planteando restricciones ambiguas, como la edad necesaria para ser considerado ciudadano (la mayoría de edad) o la concesión de la nacionalidad.
2. ¿Qué es la voluntad popular?
Nuestras sociedades actuales son muy complejas y existen en ellas multitud de intereses diferentes y contrapuestos. ¿Cómo es posible saber entonces cuál es el interés general de la población?
La orientación de la política hacia el bien común es uno de los ideales de la filosofía y la aspiración de toda la práctica política, pero la idea de bien común continúa siendo muy problemática pues existe el peligro de identificar la voluntad popular con los intereses de una minoría poderosa, o de renunciar directamente al cumplimiento de los intereses generales y considerar la sociedad como la mera suma de intereses individuales en competencia.
3. ¿Quién está capacitado para gobernar?: el problema de la competencia política.
La competencia política es la capacidad que se le presupone al pueblo para ejercer la soberanía en democracia, y es uno de los principales problemas que plantean nuestros actuales sistemas democráticos.
La filosofía ha considerado tradicionalmente a la población como una masa irracional incapaz de asumir responsabilidades políticas, sin capacidades ni conocimientos e incapaz de mirar más allá de sus propios intereses particulares.
En la actualidad damos por sentado que los ciudadanos son capaces de tomar decisiones políticas de forma responsable, pero la realidad demuestra que esto no siempre es así y que el peligro de la demagogia está presente, así como la toma de decisiones por motivos irracionales, como el miedo.
Filósofos contemporáneos como M. Weber o J. Schumpeter destacan que la concepción clásica no está muy alejada de la realidad: los ciudadanos carecen de conocimientos específicos sobre asuntos económicos y políticos como para comprender e interpretar la compleja realidad social actual, son pasivos y fácilmente manipulables, y la elección de representantes de plantea como una campaña publicitaria. La experiencia nos enseña que la única protección de la que podemos valernos contra estos peligros y con la que podemos afrontar la construcción de nuestras democracias es la educación.
Otra cuestión es la capacitación de nuestros representantes, pues estos forman partes de estructuras complejas, los partidos políticos, y los procedimientos de acceso al poder dentro de estos partidos no siempre son claros. Problemas tan graves y desgraciadamente frecuentes como la corrupción nos demuestran que nuestros gobernantes no siempre poseen la virtud política que les presuponemos.
Algunos autores, como los filósofos italianos V. Pareto y G. Mosca, propusieron una teoría elitista de la democracia, defendiendo que el poder político debía recaer en una clase de profesionales, personas con especial formación y capacidad. La democracia así considerada sería un método de elección de las élites, un mal menor para estos autores, ya que el gobierno recaería en un tipo de aristocracia electa, desvirtuando aún más la democracia y la soberanía popular.
La realidad social nos muestra a una clase política cada vez más alejada de la realidad de los ciudadanos, y a una población desentendida de los asuntos públicos que no parece dispuesta a ejercer mayor responsabilidad política que la de votar periódicamente a sus representantes. En una situación así aparece el riesgo de convertir nuestro sistema político en una tecnocracia, un gobierno de especialistas gestionando una sociedad cada vez más desinteresada.
4. ¿Cómo se resuelven los desacuerdos?: el problema de la regla de la mayoría.
El criterio de toma de decisiones en democracia es la regla de la mayoría: se consideran legítimas las decisiones adoptadas por la mayoría de la población. Este procedimiento maximiza la representación de la población, pero entraña numerosos riesgos.
No existe ninguna garantía de que la voluntad de la mayoría se identifique con lo que resulte realmente beneficioso o conveniente para los ciudadanos. Al contrario, en numerosas ocasiones hemos visto que el pueblo puede adoptar medidas en contra de los intereses generales o incluso tomar decisiones muy perjudiciales para la sociedad.
Esta regla también platea otros problemas, al discriminar a las minorías permanentes, hacer acatar medidas a minorías en contra de convicciones morales o ideológicas, o la conflictividad social cuando no existen mayorías claras en las decisiones que se toman.
Podemos destacar otros problemas además de los propuestos por R. Dahl:
La falta de participación.
Si la democracia se reduce a un simple mecanismo de elecciones periódicas para renovar o reemplazar a los gobiernos, si los ciudadanos se desentienden de los asuntos públicos y reducen su actividad política al voto, entonces la democracia se desvirtúa y el término se convierte en una palabra sin significado.
La información manipulada.
En las actuales sociedades nuestras opiniones están configuradas por los medios de comunicación y las redes sociales. La democracia exige que los ciudadanos tengan información clara y objetiva que les permita decidir y formar su opinión de forma crítica. ¿Hasta qué punto la población cuenta con la información adecuada, verídica e independiente para tomar decisiones políticas de forma racional y autónoma?
Propuestas de solución.
Para conseguir minimizar estos problemas es necesario fomentar los hábitos de reflexión política responsable mediante la educación, reivindicar una información libre e imparcial y ampliar los cauces de participación ciudadana. La clave está en la convicción de que si el pueblo tiene el poder, el pueblo debe poder ejercerlo: una verdadera democracia exige la confianza en nuestra capacidad para ejercer la soberanía con responsabilidad.
Un sistema político democrático exige la formación y el compromiso por parte de sus ciudadanos, que deben dedicar parte de su tiempo y esfuerzo a preocuparse de los asuntos públicos. Al convertirnos en receptores pasivos de información corremos el riesgo permanente de ser constantemente manipulados y volvemos a ser súbditos, no ciudadanos, al servicio de otros poderes.