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Tras actuar la sensibilidad tenemos un material espaciotemporalizado que no es comprensible por sí mismo.
Comprender es entender qué tipo de objeto estamos percibiendo. Es decir, significa que reconocemos eso que percibimos como perteneciente a una determinada clase de objetos. Para que esto ocurra habrá que encajar eso que percibimos en un concepto.
Kant diferencia dos clases de conceptos; categorías y conceptos empíricos.
Los más importantes son las categorías, las cuáles son conceptos puros, ya que no contienen nada que proceda de la experiencia y corresponden a varios conceptos claves de la metafísica tradicional.
Son producidas por el propio entendimiento de forma a priori, para poder entender lo que se recibe de la sensibilidad. Sin su intervención no entenderíamos nada de lo que viene de los sentidos, y es por su intervención que lo que llamamos experiencia, se da.
Por esa labor suya, de ser imprescindibles para poder construir lo que denominamos experiencia es que se denominan transcendentales.
Kant está de acuerdo en que esos conceptos -las categorías- no se producen a partir del material que procede de la sensibilidad. Para Kant sólo por su intervención se hace comprensible el material que procede de la sensibilidad; sin ellas son sólo impresiones que por sí mismas carecen de significado. Las categorías son condiciones transcendentales para que podamos comprender las sensaciones; es decir, tener experiencias.
La intervención de las categorías, en el material que procede de la sensibilidad, tiene como consecuencia que se produzcan juicios sintéticos a priori, que serán los principios de la física. Esos juicios son a priori porque expresan cómo organizamos conceptualmente la realidad percibida para que ésta sea inteligible.
Las categorías tienen la función de organizar la inteligibilidad de la experiencia, y sólo es legítimo aplicarlas al material que procede de la experiencia. Aplicarlas a cómo son las cosas en sí mismas, no como meramente se representan en el fenómeno espaciotemporalizado, es hacer un uso ilegítimo y rechazable de ellas que produce parte de la metafísica dogmática.
La otra parte de la metafísica dogmática se produce cuando hacemos eso mismo con el espacio y el tiempo, cuando los aplicamos a los noúmenos sin darnos cuenta que su aplicación sólo es legítima para los fenómenos. Ese uso se denomina trascendente, muy diferente del uso transcendental y legítimo de las categorías y las intuiciones puras.
El hecho de que nuestras intuiciones puras y categorías conformen nuestra percepción y comprensión del mundo, permite que nos preguntemos cómo es la cosa en sí, o noúmeno, sin esas deformaciones que impone nuestra subjetividad. Acceder a esa información sólo sería posible si fuéramos capaces de intuir sin la mediación de los sentidos, sólo con el intelecto, la cosa en sí. A ese procedimiento lo denomina Kant intuición intelectual, pero niega que sea posible para el ser humano.
Debido a la idealidad transcendental del espacio y del tiempo, y a la idealidad de las categorías, la filosofía de Kant ha recibido el nombre de idealismo transcendental.
Con esa expresión se señala, por un lado, la participación activa del sujeto en la formación del conocimiento, y por otro que tal participación, las intuiciones puras y las categorías, son condiciones necesarias para la posibilidad del conocimiento de fenómenos, pero no propiedades o rasgos de las cosas en sí mismas.
La razón práctica, es decir, la razón aplicada a la ética, tiene una serie de fines u objetivos, entendidos como las consecuencias de su acción moral.
Esos fines son dos que la justicia prevalezca, y que el hombre que inicia la senda moral la complete. Sin embargo no parece que eso ocurra en el mundo.
Pues bien. Kant va a considerar que es necesario, para que la razón práctica pueda conseguir esos fines, que tome como ciertas tres cosas.
La primera que somos libres, porque, de no serlo, no podríamos ser morales.
La segunda que tenemos un alma inmortal porque, si no fuera así, no podríamos completar el camino moral, no podríamos seguir perfecciónándonos moralmente. Y la tercera que ese alma será premiada o castigada por Dios dependiendo de su bondad o maldad, porque si no la justicia no prevalecería.
A esas tres afirmaciones Kant las denominará postulados de la razón práctica.
Kant no está señalando, para los dos últimos postulados, que uno no pudiera físicamente ser moral sin suponer la existencia de Dios y la inmortalidad del alma; lo que quiere indicar es que los objetivos, fines o consecuencias de la moralidad no se realizarían.
Sin embargo, en la Crítica de la Razón Pura, Kant había mantenido la imposibilidad de un conocimiento sobre las ideas; es decir, de Dios, el alma o el mundo; y eso se sigue manteniendo.
Los postulados no pueden ser conocidos por el ser humano, no podemos saber que son ciertos, pero pueden ser creídos; y de hecho, es necesario que los creamos si queremos dar sentido al hecho de ser morales. Pero entendiendo que aceptar la verdad de los postulados no significa ampliar nuestro conocimiento; una cosa es conocer y otra tener fe.
Lo que la razón teórica decía sobre las ideas es que no podía haber conocimiento de ellas, pero ni para decir que existen ni para decir que no existen, simplemente estaban más allá de sus posibilidades. Ni la existencia de Dios, ni la del alma, ni la de la libertad son objetos de conocimiento posible para la razón teórica. Pero eso no impide que puedan constituirse en objetos de fe para la razón práctica, sin que eso indique que la razón práctica amplia el conocimiento de la teórica: los postulados no se conocen, se creen por una necesidad de la razón práctica para que ésta pueda realizar sus fines.
Como los postulados son necesarios para ser moral, y todos los seres racionales, por el hecho de serlo, son morales, entonces se sigue que la fe en los postulados es una fe racional;
Es decir, una fe que todo ser racional debe tener.