Portada » Filosofía » Positivismo, Realismo y Relativismo: Un recorrido por la Filosofía del siglo XIX
El positivismo, movimiento filosófico dominante desde mediados del siglo XIX hasta casi el inicio de la Primera Guerra Mundial, tiene en Auguste Comte a su fundador. Su filosofía se caracteriza por un marcado optimismo y una fe absoluta en el poder de la ciencia. El siglo XIX europeo, marcado por la industrialización, las nuevas invenciones y un período de paz relativa, generó un optimismo científico que impulsó el positivismo. La Torre Eiffel simboliza la riqueza y el progreso de esta época.
El positivismo afirma que solo se puede conocer aquello que proviene de la ciencia, considerando los hechos científicos como el único conocimiento puro. Se le ha criticado la «divinización del hecho», una confianza acrítica en la ciencia que descuida la experimentación, las conjeturas y la probabilidad. Esta «confianza acrítica» contradice el propio espíritu científico al no dudar de sus avances.
El positivismo sostenía que la ciencia podía resolver problemas epistemológicos, sociales y culturales, predicando una sociedad cada vez más rica y justa gracias a los avances industriales. Sin embargo, la realidad mostró lo contrario: la industrialización generó fuertes desigualdades y explotación laboral. El marxismo surgió como respuesta a estas consecuencias, criticando al positivismo como un movimiento burgués. Si bien el marxismo predijo una revolución proletaria que llevaría a la igualdad, esta no se produjo como se esperaba.
Comte distingue tres estadios del conocimiento:
Comte llegó a considerar solo científicos a los filósofos positivistas, a quienes llamó «sacerdotes de la humanidad», rechazando teorías que no fueran hechos o «verdaderamente útiles», incluso descartando conjeturas y experimentación.
Karl Popper, aunque cercano al Círculo de Viena, criticó la inducción, tanto por repetición (observar 100 cisnes blancos no implica que todos los cisnes sean blancos) como por eliminación (eliminar teorías falsas no garantiza encontrar la verdadera). Los neopositivistas asumían una mente humana como tábula rasa, Popper argumentó que esto es una mente vacía.
Para Popper, una teoría científica debe ser falsable, a diferencia de las teorías metafísicas o religiosas. La religión, las artes y la metafísica no son irrelevantes.
El realismo afirma que las cosas «son tal como son», existiendo independientemente de la conciencia. El problema de los universales se plantea al considerar afirmaciones como «Mario es hombre», donde «hombre» es el universal y Mario el particular.
El realismo ingenuo cree que los sentidos son totalmente fiables. El realismo dogmático, ejemplificado por Platón y su Mundo de las Ideas, afirma la existencia de verdades absolutas alcanzables. El nominalismo, representado por Aristóteles, niega la existencia de los universales.
El realismo crítico propone que la verdad existe pero no es totalmente alcanzable, siendo un ideal al que se avanza mediante el desarrollo científico y tecnológico. La teoría del progreso de la ciencia de Karl Popper ejemplifica este enfoque.
El relativismo subjetivista, iniciado por Protágoras y su principio homo mensura, afirma que el conocimiento depende del sujeto. La percepción de la realidad es subjetiva.
El relativismo cultural, desde una perspectiva antropológica, sostiene que cada cultura tiene sus propias reglas que deben ser respetadas, incluso si contravienen nuestra moral. Oswald Spengler, en La decadencia de Occidente, afirma que el alma individual refleja su cultura.