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1.La lírica en los años cuarenta: El fin de la Guerra Civil Española (1939) marcó el comienzo de una nueva etapa: todo estaba aún por hacer, el país había quedado asolado, y la labor se presentaba ciertamente compleja. Los poetas afines al Régimen de Franco (Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo) elevaron su voz para cantar a la naturaleza, a la familia y a la religión, olvidando la terrible realidad social. Esta tendencia poética subsistió hasta 1944, año en que encontramos dos de las principales obras de nuestra poesía, no sólo por su calidad literaria, sino también por la relevancia social y crítica que alcanzaron: Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Estos autores reclamaban una mayor atención a la miseria moral y física que estaba atravesando España, y el efecto fue prácticamente inmediato. Victoriano Crémer, Eugenio de Nora y González de Lama comenzaron a publicar desde ese mismo año la revista Espadaña como oposición a la revista Garcilaso, definida por su propio fundador, José García Nieto, como “neoclásica, intimista y nacionalista”. Tanto la publicación de las obras de Aleixandre y Alonso como la aparición de la revista Espadaña supusieron la apertura de un nuevo camino a la poesía española: la poesía social.
2. La poesía social de los años cincuenta: Bajo la influencia de los autores de Espadaña se va desarrollando una poesía preocupada por la realidad social, por los problemas humanos, por la injusticia y por la miseria. Se trata de una poesía rehumanizada que sirve como instrumento de denuncia y de compromiso social. El lenguaje se hace sencillo para poder ser entendido por todos, los temas se acercan a las preocupaciones de la gente de la calle y los autores intentan que lo más importante de sus poemas sea el mensaje que pretenden transmitir, es decir, el contenido, por encima de la forma poética. Por ello, emplean con frecuencia el verso libre y el versículo, aunque esto no impide que los poemas tengan una cuidada elaboración formal. Algunos de los autores de esta poesía social creen que debe ser un instrumento para transformar el mundo, algo útil y cercano, dirigido a la inmensa mayoría (Blas de Otero), muy al contrario del propósito de Juan Ramón Jiménez, empeñado en escribir a la minoría siempre. Esta poesía recibe influencias de Antonio Machado y, sobre todo, de Miguel Hernández. Sus mayores representantes son:
2.1. Gabriel Celaya: Mantuvo contactos, siendo muy joven, con los autores del 27, junto a los cuales entró en contacto con el surrealismo. Antes de la Guerra Civil publicó Marea de silencio y La soledad cerrada, con influencia del posromanticismo de Bécquer y fruto de su estancia en la Residencia de Estudiantes. Tras la Guerra, su poesía se vuelca en la preocupación social, por lo cual es considerado el principal autor del realismo social de los años cincuenta. Escribe: “Nada de lo que es humano debe quedar fuera de nuestra obra”; “La poesía no es un fin en sí. La poesía es un instrumento, entre otros, para transformar el mundo”. Sus obras principales son Tranquilamente hablando, Las cosas como son y Cantos iberos.
2.2. Blas de Otero: Toda su poesía gira en torno al sentido de la vida, la función de Dios en el mundo, sus recuerdos de la Guerra y las consecuencias de la posguerra. Por ello, su poesía puede ser etiquetada como existencialista, comprometida. Utiliza un lenguaje aparentemente sencillo, en el que abundan las aliteraciones, los paralelismos, los juegos de palabras o las expresiones coloquiales. Cántico espiritual lo adscribe desde muy pronto a la poesía social: presenta a un Dios que se olvida del hombre. Este tema se repite en Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia –refundidas y ampliadas ambas en Ancia–. La principal de sus obras, y quizás la mejor representante de las preocupaciones sociales del autor, es Pido la paz y la palabra (1955).
2.3. José Hierro: Aunque nace en Madrid, con sólo dos años su familia se traslada a Santander, ciudad en la que crece y donde le sorprende la Guerra Civil Española. Se preocupa por la realidad que le rodea y pretende que sus poemas sean claros y perfectamente comprensibles. A causa de sus actividades clandestinas, permanece en prisión entre 1939 y 1944. Al quedar libre, comienza su colaboración con algunas revistas literarias, como Corcel o Prole. En 1947 publica Tierra sin nosotros y Alegría. Esta segunda obra le supuso la concesión del premio Adonáis de poesía. Su obra: Quinta del 42, Cuanto sé de mí, Libro de las alucinaciones y Cuadernos de Nueva York, su última gran obra. Ha recibido numerosísimos premios, entre los que destaca: Premio Nacional de las Letras Españolas (1953 y 1990), Premio Nacional de la Crítica (1957 y 1964), Premio Príncipe de Asturias de Literatura (1981), Premio Reina Sofía de poesía española e hispanoamericana (1995) y el Premio Cervantes (1998).
3. La poesía de los años sesenta: La poesía social de los cincuenta, como hemos visto, extiende su influencia a través de los años sesenta, ya que su importancia social, estética e histórica es innegable. De todos modos, se comienza a percibir un cierto agotamiento de los temas y de las formas, con lo que algunos autores, aun siguiendo con el realismo social, pretenden buscar nuevos caminos poéticos. La forma de los poemas va tomando importancia frente al contenido, al mensaje, que continúa siendo esencial. Los autores ya no se ciñen exclusivamente a temas sociales, sino que incluyen temas humanos de toda índole, sin perder el compromiso inherente a este tipo de poesía. Nacidos entre 1925 y 1938, conocieron la Guerra Civil durante su infancia, y viven plenamente la dureza de la posguerra. La mayoría comienzan a publicar en los cincuenta y su madurez artística no llegará hasta los años sesenta. Los más importantes, entre otros, son:
3.1. Ángel González: Se trata del mejor representante de la poesía social de los sesenta ya que su obra es la continuación de los temas y las preocupaciones de Celaya o Blas de Otero. Con Áspero mundo inicia su andadura poética: se trata de una poesía eminentemente existencialista. En Sin esperanza, con convencimiento parte de sus recuerdos de la Guerra Civil e introduce la ironía como arma frente al pudor del recuerdo. La ironía se convertirá desde este momento en uno de los rasgos más destacados de su poesía. Palabra sobre palabra supone una ruptura con respecto a su obra anterior, ya que se trata de un excepcional poemario amoroso. En 1967 vuelve a las preocupaciones sociales con la publicación de Tratado de urbanismo. En 1985 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y desde 1996 fue miembro de la Real Academia Española.
3.2. José Manuel Caballero Bonald: Introduce en su poesía su propia biografía, por lo que en realidad se trata de un testimonio directo y preciso por parte del autor de la sociedad de estos años. Las adivinaciones (1952) se enmarca en este propósito de confesión personal y comprometida. Vivir para contarlo (1969), además de ser un compendio de toda su poesía hasta esa fecha, se convierte en un testamento personal de Caballero Bonald. Descrédito del héroe (1977) y Laberinto de fortuna (1984) son dos de sus mejores obras. En su obra aparece Andalucía frecuentemente. Utiliza un lenguaje barroco y muy cuidado, sin olvidar el tratamiento de temas sociales.
3.3. José Agustín Goytisolo: Goytisolo vive la Guerra Civil siendo un niño y la muerte de su madre en un bombardeo le marca para el resto de su vida. Este hecho le decanta, poéticamente, hacia el cultivo de temas sociales y realistas. Escribe sobre el amor, la sociedad y la política, todo ello aderezado con un alto grado de ironía y sarcasmo. Sus primeras obras datan de los años cincuenta: El retorno y Salmos al viento. Claridad constituye una reflexión del autor sobre el ser humano y su función en el mundo. Algo sucede analiza la situación de la sociedad española. Palabras para Julia y otras canciones (1980) es su obra más famosa y reconocida.
3.4. Jaime Gil de Biedma: Cultiva una poesía sincera y honesta, cercana a las preocupaciones cotidianas. Su lenguaje es coloquial y cotidiano. Su poesía destaca por la claridad y la fina ironía que sabe imprimir el autor en cada uno de sus poemas. Sus primeros poemas aparecen en 1953 en Según sentencia del tiempo. En 1959 publica la primera de sus grandes obras, Compañeros de viaje. Su intensidad lírica va aumentando, lo cual se plasma en Moralidades, escrita bajo la influencia de Cernuda y de los poetas anglosajones. Poco a poco se va apartando de las preocupaciones sociales y se decanta por temas como el amor y el paso del tiempo. En 1975 reúne sus poesías en Las personas del verbo. Su forma de ser choca frontalmente con el tiempo en que le toca vivir. Gil de Biedma nunca escondió su homosexualidad, lo cual le supone un duro obstáculo en la España franquista de los años sesenta y setenta. Lucha por los derechos de los homosexuales hasta su muerte, en 1990, a causa del SIDA. José Ángel Valente, poeta de difícil clasificación, con un lenguaje directo y sencillo pero con preocupaciones estéticas divergentes del resto del grupo; y Claudio Rodríguez, poeta precoz y brillante en Don de la ebriedad, y merecedor de los más importantes premios literarios en lengua castellana, junto a Francisco Brines, Carlos Barral y Carlos Bousoño, son los más genuinos representantes de la poesía en estos años.
4. La poesía de los años setenta: Los autores pertenecientes a esta promoción se sienten lejanos de la Guerra Civil y sus consecuencias, por lo que van olvidando paulatinamente los temas sociales y emprenden la búsqueda de nuevos caminos para la poesía. Otra vez se fija la mirada en los autores del 27, especialmente en aquellos que cultivaron el surrealismo en su obra: Aleixandre, Lorca. Estos poetas huyen del realismo y emprenden una búsqueda que les llevará al tratamiento de temas como el amor, el escepticismo, los motivos culturales o la libertad creativa. En 1970 se produce un hecho cultural de vital importancia para fijar cuáles son los autores más destacados que se circunscriben a esta generación: José María Castellet publica una antología poética titulada Nueve novísimos poetas españoles. En ella aparecen: Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Pedro Gimferrer, Ana María Moix, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero, José María Álvarez y Antonio Martínez Sarrión, los cuales serán considerados desde ese mismo momento como los abanderados principales de las nuevas tendencias poéticas. Éstas se basan en la atención que prestan a la pintura, la música, la arquitectura, la literatura de otros países o al movimiento modernista capitaneado setenta años antes por Rubén Darío. Incorporan elementos surrealistas en sus poemas y prestan una gran atención a los medios de comunicación de masas –cine, televisión, cómic–. Es la poesía de la sociedad capitalista de consumo, a la que critican duramente. Los primeros libros llegan a finales de los años sesenta: Arde el mar (1966) de Pedro Gimferrer y Dibujo de la muerte (1967) de Guillermo Carnero abren el camino para el resto de poetas. Rompen con la cultura tradicional e incorporan en sus poemas un gran número de motivos culturales, lo cual les ha valido el sobrenombre de culturalistas.