Portada » Filosofía » Platón: Contexto Histórico, Alma y Opinión en su Filosofía
La Atenas de finales del siglo V y primera mitad del siglo IV a.C., en la que vivió Platón, era una ciudad grande con numerosas colonias. A principios del siglo V a.C., los persas invadieron Jonia y amenazaron a toda Grecia. La victoria en Salamina en el año 479 a.C. marca el final del conflicto a favor de los griegos, encabezados por Esparta y Atenas, que se convierten en dos potencias.
Esparta era una polis (ciudad-estado) aristocrática de corte tradicional que mantenía una constitución oligárquica. Por esos años, Atenas inicia un gran desarrollo comercial abierto a los extranjeros y se rige por un modelo social democrático. Con el gobierno de Pericles, la ciudad se engrandece en el plano político y cultural. Pero la rivalidad con Esparta se hace inevitable y surge la Guerra del Peloponeso, en la que Platón participaría como soldado, y donde se juega la hegemonía de las dos ciudades.
La guerra termina en el 404 a.C. con la victoria de Esparta y, siendo Platón todavía joven, se inicia un clima de terror y venganza. Son años en los que se alternan en el gobierno de Atenas los oligarcas y los demócratas, dando lugar a matanzas de unos contra otros, según la facción que ostentaba el poder. Precisamente en un intervalo democrático, la Asamblea de Atenas es la que condena a muerte a Sócrates (399 a.C.), hombre bueno y maestro de Platón. Este hecho marcó su trayectoria vital y llevó a Platón a convertirse en un duro crítico de la democracia, a la que acusó de ser un modelo débil del que se aprovechan los sofistas y los demagogos, un modelo siempre amenazado por la corrupción y el caciquismo de los grupos con más poder, por lo que fácilmente degenera en la anarquía.
Por este motivo, dedicó su vida a fundamentar y construir su teoría de un modelo ideal de sociedad y convivencia basado en el gobierno de los ciudadanos más sabios. La esplendorosa polis de Pericles ya había empezado a deteriorarse antes, pero declina definitivamente en la primera mitad del siglo V, que se disuelve bajo el poder de Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro Magno. No obstante, en todo ese periodo el desarrollo de las artes es extraordinario. En el teatro sobresalen los nombres de Esquilo, Sófocles y Eurípides, que marcan una época de esplendor irrepetible.
El alma es para Platón la dimensión racional de la personalidad humana. Se halla dividida en tres partes: la racional, la colérica y la apetitiva. La perfección del alma reside en que el aspecto racional domine sobre las otras dos partes. Su racionalidad se afianza en el conocimiento de las ideas que constituyen el reino de lo real al que pertenece.
El alma es incorpórea (mente, conciencia) y está aprisionada en el cuerpo. Tal idea la tomó Platón de la doctrina órfica, que argumentaba la inmortalidad del alma por la teoría de la reminiscencia y por su naturaleza racional: lo racional es incorpóreo. El alma es aquí, por consiguiente, el principio o soporte del conocimiento racional. Esto implica, a su vez, que su unión con el cuerpo físico no es un estado esencial, sino accidental y transitorio.
Mientras permanece unida al cuerpo, la tarea fundamental del alma es la de purificarse y controlar las tendencias inferiores del cuerpo. Por otro lado, el alma sigue un recorrido cíclico a través de diversas reencarnaciones. Entre una y otra reencarnación accede a la visión de la verdad suprema, de manera que su fin en la tierra es esforzarse en recordar lo visto. Esto mismo conlleva que los hombres y los grupos sociales se clasifiquen de acuerdo a su conocimiento de la verdad.
El cuerpo es aquí la prisión del alma, que regresará a su origen si el hombre es buen ciudadano, si encuentra el camino de la belleza y se aleja de las pasiones y los vicios.
Platón se plantea la superación de la doctrina sofista, que equiparaba la opinión del ignorante al conocimiento del sabio. Todo saber acerca de lo más importante –qué es lo justo y lo injusto; el bien y el mal– no puede dejarse, irresponsablemente, en manos de cualquiera. La “opinión común”, que juzga meramente según las apariencias y criterios subjetivos singulares, debe quedar descartada por principio.
En efecto, la opinión es el modo natural y espontáneo de acceso al mundo del devenir, del cambio, sito entre el ser y el no ser; pero el filósofo se caracteriza por no ser amigo de la opinión, sino por desear el conocimiento inmutable y universal de las esencias inteligibles. La opinión, sin embargo, es algo distinto a la vez del saber y de la duda; es algo intermedio entre el conocimiento verdadero y la ignorancia. Su objetivo es lo sensible, aquello que es copia de los conceptos, que carece de una existencia propia y, por tanto, no puede ser objeto del conocimiento racional.