Portada » Filosofía » Origen del Ser Humano: Perspectivas Filosóficas y Científicas sobre la Evolución
No hay religión que no haya elaborado su mito antropogónico y que no haya tratado de establecer el lugar del hombre en el cosmos. Más allá de la diversidad de formas, hay una coincidencia de fondo en la idea de que el ser humano fue creado por algún ser divino preexistente.
Esta forma de pensar, según la cual somos el resultado de la acción directa de un Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza, recibe el nombre de creacionismo y ha sido durante siglos la visión imperante sobre nuestro origen. No obstante, algunas narraciones hacían surgir a los humanos directamente de la tierra, como por generación espontánea.
Aunque Anaximandro ya decía en el siglo VI a.C. que los humanos habíamos surgido de los peces, no podemos considerar esta intuición como un precedente serio de la moderna teoría de la evolución. La teoría que dominó el panorama filosófico durante más de dos mil años fue el fijismo, y su impulsor, Aristóteles. Según este, las especies no han sido creadas por nadie, sino que son eternas, fijas e inalterables. Es decir, cada especie responde a una forma perfecta que le es propia y que no puede ser modificada.
Aunque se trata de una explicación filosófica, el fijismo coincide con el creacionismo en la negación de toda evolución en la especie humana. No todos los científicos creían en la creación divina del hombre, pero los creacionistas encontraron en la doctrina fijista un buen fundamento teórico para apoyar sus creencias. Fue necesario adaptar la teoría aristotélica a las exigencias de la Biblia sustituyendo la eternidad de las especies por su creación por parte de Dios. Y cuando los descubrimientos de fósiles antiguos hicieron tambalear los cimientos del fijismo, se introdujo la teoría de las catástrofes para explicar que cada vez que un cataclismo provocaba la extinción de miles de especies, la mano creadora de Dios volvía a actuar para hacer aparecer otras nuevas.
Se trataba de evitar la hipótesis de que las especies actuales pudiesen haber surgido por evolución de otras ya extinguidas. La simple idea de la comunicación entre especies era despachada como un disparate que atentaba por igual contra la idea del “hombre a la imagen de Dios” y contra la rígida clasificación de los seres vivos en compartimentos estancos.
A principios del siglo XIX, los avances de la geología y las diferentes ramas de la biología llevaron a acumular evidencias a favor de la tesis de la evolución de las especies. La primera teoría evolucionista moderna la formuló el naturalista francés Lamarck. Cincuenta años más tarde, Darwin corrigió los puntos débiles de la teoría lamarckiana y definió correctamente las leyes del mecanismo evolutivo. Finalmente, ya en el siglo XX, los descubrimientos de la genética permitieron perfeccionar la teoría de la evolución y explicar sus fundamentos.
Según Lamarck, las especies actuales provienen por evolución de otras especies anteriores. Esta evolución se explicaría a partir de dos leyes:
Resulta, sin embargo, que los caracteres adquiridos por un individuo a lo largo de su vida no se transmiten a la descendencia. Lamarck acertó con la idea general de la evolución, pero erró con la explicación del mecanismo.
Darwin descubrió el verdadero funcionamiento de la evolución natural. No son los individuos los que se adaptan al medio en virtud de sus esfuerzos, sino que es el medio el que escoge en cada caso a los individuos mejor adaptados. A este mecanismo lo llamamos selección natural y se puede definir como la supervivencia de los individuos más aptos.
Según Darwin, cuando hay más individuos que recursos disponibles, se produce una lucha por la supervivencia de la cual siempre salen vencedores los más aptos.
Lo que no podía explicar Darwin era el origen de la variabilidad dentro de una misma especie y el mecanismo que permite la transmisión de estas características. La respuesta a esta pregunta la proporciona la llamada teoría sintética de la evolución o neodarwinismo, con el descubrimiento de la estructura del ADN y la introducción del concepto de mutación.
Las mutaciones son cambios o errores en la copia del material genético (ADN) que determinan modificaciones en la anatomía o fisiología de sus portadores. Estas variaciones pueden conservarse y transmitirse a la siguiente generación.
La evolución es, básicamente, el resultado de la interacción entre las mutaciones (que generan variabilidad) y la selección natural (que actúa sobre esa variabilidad). Es vista como un proceso gradual y, en gran medida, oportunista más que estrictamente determinista en un sentido prefijado.