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Este texto es un fragmento del libro “Oligarquía y caciquismo, colectivismo agrario y otros escritos” de Joaquín Costa. Joaquín Costa, su autor, fue un destacado miembro de una corriente de pensamiento de principios del siglo XX denominada Regeneracionismo, que cuestionaba el sistema político de la Restauración y pretendía «una regeneración de España». Costa fue además, un relevante político, historiador y jurista aragonés. Uno de sus lemas favoritos era “despensa y escuela”.Este documento, que es de carácter político-social, está destinado a la opinión pública española y especialmente a personas interesadas en la Historia y sus estructuras políticas, sociales y económicas.
Este texto, que está fechado en el año 1901, cabe encuadrarlo en la etapa de la Restauración, periodo estable de nuestra historia que se extiende desde 1874 con la restauración en el poder de la monarquía borbónica tras la primera república y termina con el pronunciamiento militar del General Miguel Primo de Rivera en 1923.
El texto que comentamos nos da las claves para analizar el sistema político de la España de la Restauración.
En primer lugar, Costa señala cuáles son los elementos esenciales del sistema político de la Restauración: oligarcas, caciques y gobernadores civiles. Los tres son definidos de forma peyorativa y son considerados como piezas claves del poder político de esa etapa.
Los oligarcas son considerados por Costa como las figuras más poderosas y enriquecidas de este sistema político. Les llega a denominar “primates”. Por su parte, los caciques están distribuidos por toda España y pueden ser de distintas categorías, según su importancia. Por último, pero no menos importantes, los gobernadores civiles son cargos políticos que actúan como intermediarios entre los caciques y oligarcas.
Joaquín Costa utiliza una figura literaria, la personificación, para mostrar el profundo abatimiento que sufre España por su sistema político corrupto. Más adelante, hace hincapié una vez más sobre la corrupción rampante que domina en nuestro país, siendo en ella los caciques y oligarcas un “cuerpo extraño”.
Finalmente, el autor de este texto llama la atención sobre la falsificación de las elecciones que las clases gobernantes llevan a cabo abusando del poder que ostentan.
En efecto, la Restauración fue una larga y estable etapa de nuestra historia. Pero esta estabilidad fue más ficticia que real, pues se basaba en un sistema político fraudulento y corrupto. Los fundamentos políticos de este régimen político fueron creados por el político e historiador Antonio Cánovas de Castillo, líder del partido Conservador. Cánovas pretendía imitar y lograr la estabilidad del régimen político de Gran Bretaña. Al mismo tiempo deseaba evitar la injerencia del ejército en nuestra política y neutralizar las fuerzas políticas que abominaba: republicanos, movimientos obreros, nacionalistas y carlistas. Los pilares de este sistema eran las Cortes, la Constitución de 1876 –la más longeva de nuestra historia-, el turnismo y el caciquismo. El turnismo implicaba la alternancia pacífica en el poder de los dos partidos burgueses: el Conservador, liderado por Cánovas y el liberal, capitaneado por Sagasta. Mediante pactos y consensos con la connivencia del rey, se “turnaron” fraudulentamente en el poder. Para conseguir esta alternancia contaban con el apoyo de los caciques, oligarcas y gobernadores civiles. Los caciques eran figuras poderosas y enriquecidas del ámbito local (pueblos y comarcas) encargados de llevar a cabo el fraude electoral, mediante presiones al electorado o llevando a cabo “pucherazos” si el resultado final no era el esperado. Solían ser notarios, terratenientes, jueces… Su lema era “para los enemigos la ley, para los amigos, el favor”. Su equivalente en las ciudades eran los oligarcas mientras que los gobernadores civiles vigilaban por la puesta en marcha de este sistema. También fue vital en la Restauración el papel desempeñado por la monarquía, aunque Costa no lo cita. Recordemos que esta etapa se denomina así porque se restablece la monarquía en el poder en la persona de Alfonso de Borbón (Alfonso XII).
En conclusión, este texto de Joaquín Costa refleja un panorama político desolador, caracterizado por el fraude electoral ligado al falso turnismo y al caciquismo. Pero Costa no se limitó sólo a plantear las deficiencias de la Restauración, también buscó soluciones regeneracionistas como lo prueban sus escritos y su labor política.
Durante la época de la Restauración se produjo una expansión extraordinaria de la acción del movimiento obrero español.
A consecuencia del régimen de libertades establecidas por el gobierno provisional que se formó tras el destronamiento de Isabel II, en 1869 llegó a España Giuseppe Fanelli, enviado por Bakunin para organizar la sección española de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o I Internacional.
Tras el golpe de Estado del general Pavía, que ponía fin a la República, el gobierno declaró ilegales en 1874 las asociaciones obreras ligadas a la AIT y se inició la persecución y represión policial con numerosas detenciones.
Los anarquistas, ahora en la clandestinidad, se dividieron en dos tendencias: la de quienes proponían replegarse para esperar tiempos mejores y la de quienes proponían la “política de los hechos”, es decir, el terrorismo; La Mano Negra (1874-1883) fue signo de esto último, aunque a la oligarquía andaluza exageró las acciones terroristas para acabar con toda reivindicación laboral.
Cuando en 1881 el gobierno de Sagasta autorizó nuevamente las organizaciones internacionalistas, afirmándose así la libertad sindical y la legalidad de las asociaciones proletarias, comenzó un período de intensa actividad propagandística y organizativa obrera con asambleas, congresos, creación de periódicos, publicación de manifiestos, mítines, huelgas y manifestaciones callejeras (como las celebraciones del I de Mayo).
La corriente marxista del movimiento obrero, numéricamente insignificante a principios del periodo de la Restauración, se organizó en 1879 aprovechando un mínimo aperturismo durante el gobierno de Martínez Campos, alrededor de un pequeño núcleo de trabajadores de imprenta y profesionales madrileños (Pablo Iglesia, Jaime Vera) seguidores de las doctrinas de Marx y Engels que decidieron pasar a la acción y constituir en 1879 el Partido Democrático Socialista Obrero Español, poco después denominado Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Iglesias y sus compañeros se preparaban, en secreto, para participar en la vida política cuando las circunstancias lo permitieran.
Aprovechando la Ley de Asociaciones de 1887 y la mayor concentración obrera de Cataluña se creó en 1888 la Unión General de Trabajadores (UGT)
que, aunque estatutariamente independiente del PSOE, estaba inspìrada
por él; por tanto es así que hasta su muerte en 1925, el máximo dirigente de ambas organizaciones fue Pablo Iglesia.
En este mismo sentido, desde la UGT se mantenía la conveniencia de adoptar frente a la burguesía una táctica prudente y negociadora para alcanzar mejoras concretas en las condiciones de vida de los obreros. Por esto, los socialistas se mostraron mucho más moderados en sus formas de actuación que los anarcosindicalistas.
Los marxistas de la UGT y el PSOE mantuvieron pésimas relaciones con las asociaciones obreras anarquistas, les separaban importantes discrepancias ideológicas en cuanto a los fines, y tácticas en cuanto a los medios. No obstante, en la crisis de 1917 firmarían un Manifiesto conjunto la UGT y la CNT denunciando las malas condiciones de vida de la clase trabajadora y convocando la huelga general.
La afiliación al Partido Socialista y a la UGT fue lenta, y hasta 1910 el PSOE no consiguió su primer diputado, que fue Pablo Iglesias.
Frente a los llamados sindicatos de co lase, algunos eclesiásticos, patrocinaron asociaciones obreras dedicadas más a la promoción personal y a la cooperación que a la reivindicación. Tuvieron escaso éxito y fueron llamados peyorativamente “amarillos”.
El sindicalismo agrario, de estructura vertical, se impuso en Castilla-León merced a sus aciertos en la creación y dirección de entidades de crédito puramente agrícolas: las Cajas Rurales. En el País Vasco, la Solidaridad de Obreros Vascos fue la versión sindical del PNV.