Portada » Filosofía » Nietzsche: Crítica a la Metafísica, Muerte de Dios y Nihilismo
El pensamiento del filósofo alemán Friedrich Nietzsche es un homenaje a la vida, a la voluntad de vivirla con toda su fuerza, con todas las pasiones que implica y que no se le pueden quitar sin traicionarla. Hay que vivir el espíritu dionisíaco de goce de todo lo que tenemos, de deseo de contemplar la vida como una obra de arte creativo, de la que nada se puede conocer, solamente vivir intensamente. Podría decirse que si quieres vivir, no pienses o, al contrario, si piensas, no vives.
La metafísica desarrollada por casi todos los filósofos anteriores suponía un abandono del concepto de vida para adentrarse en supuestas «realidades». Términos metafísicos como coseidad, sustancia, esencia, ser no son alcanzables para el sujeto, como ya había señalado el empirismo, y de algún modo Kant, sencillamente porque no cabe ningún conocimiento que los pueda abarcar, porque apartan al hombre sano de la voluntad de vivir y le obligan a la racionalidad, auténtica enfermedad que padece la cultura occidental. El mundo racional que pretende ser verdadero es una fábula a los ojos de Nietzsche. El hombre es un fabulador, pero los filósofos racionales han pretendido fraudulentamente que su fábula no era tal, sino la misma realidad.
No existe ningún conocimiento, ni ningún intelecto capaz de alcanzar estos conceptos metafísicos porque son pura invención que el hombre ha hecho para olvidar el caos del mundo en el que vive (todo fluye, que decía Heráclito) para refugiarse en otro que le sirva de vía de escape de éste. El hombre de la cultura occidental ha olvidado que esos términos, esos conceptos de los que tanto han discutido al parecer inútilmente los filósofos del pasado, son para Nietzsche puras metáforas de las que se ha olvidado que lo son: palabras vacías de significado que filósofos han llenado de mentiras. Incluso el cristianismo, aunque habría propuesto sus metáforas para crear en el hombre el concepto de ser superior, de un mundo que es perfecto y que se alcanza apartándose de éste, con cierto platonismo de fondo.
Por otro lado, la afirmación del caos basado en la realidad del movimiento al modo de Heráclito, implica el final de la metafísica, porque nada hay que pueda ser demostrado como ser porque sencillamente lo que hay es el no-ser, el devenir. De este modo, Nietzsche nos devuelve a la clásica controversia de Heráclito con Parménides quedándose con el primero. Ahora la apariencia es precisamente el “ser”. Es uno de los aforismos de Nietzsche, una de sus proposiciones ingeniosas sin argumentación, que el lenguaje – filosofía a martillazos – se encarga de imponer.
El término metafísica, el estudio de lo-que-hay-más-allá-de-la-física, es algo que Nietzsche atribuye al síndrome de la loca razón, de querer estudiar grandes conceptos abstractos que no ayudan a que el hombre pueda vivir, sino que le engañan en supuestas realidades trascendentes. Así el hombre se hace desgraciado porque deseando ansiosamente vivir se le obliga a seguir ciertas obligaciones.
Esta crítica a los conceptos de la metafísica, en algún sentido, puede interpretarse como el tópico de que la ignorancia es la felicidad del hombre, cuestión que ya Rousseau parece plantear. De esta manera, el hombre ya no necesita ni quiere conocer lo que le rodea, ya no sigue la línea de lo apolíneo, de lo recto y el modelo, ya no busca la armonía de las formas, de las sustancias, apartándose así también de la ciencia. Tampoco Nietzsche respeta la ciencia. La ciencia es vista por el pensador alemán como una fábula con apariencia de realidad, como el último baluarte de realidad que le queda.
Así pues, el escepticismo de Nietzsche, sin ciencia, sin filosofía y, por supuesto, sin ética universal que valga, deja al hombre vitalista abierto a las pasiones y a todo lo que la vida quiera ofrecer dentro de su bello caos. Sin verdad, sin logos, solo queda el Mito, una vida que se habrá de interpretar como obra de arte, como creación bella.
Nietzsche (1844-1900) fue un filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica, obtuvo la cátedra extraordinaria, pero pocos años después abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario.
Padecía una enfermedad, y empeoró bruscamente mostrando síntomas de desequilibrio mental. Morirá en agosto de 1900, habiendo alcanzado una considerable fama y ejerciendo un notable influjo que se dejará sentir en el desarrollo del pensamiento contemporáneo. La filosofía de Nietzsche, considerada como vitalista, ejerció una considerable influencia a finales del XIX y buena parte del siglo XX, tanto por su carácter crítico como por su propuesta de transmutación de los valores de la cultura occidental, plasmada en el ideal del superhombre. La característica definitoria de Nietzsche es el estilo y la sutileza con que lo hacía, fue un autor que introdujo, como ningún otro, una cosmovisión que ha reorganizado el pensamiento del siglo XX.
Desde la Ilustración, la creencia en la existencia de Dios había entrado en crisis. Sin embargo, y a pesar de que la intelectualidad cada vez considera más que no había Dios, la mayoría de las instituciones que la existencia de Dios había garantizado y legitimado a lo largo de la historia, permanecían inconmovibles, como si ese acontecimiento no les afectara.
Nietzsche anuncia justamente las consecuencias que la muerte de Dios tendrá para el ser humano, consecuencias que todavía no han llegado a conocerse. Porque si Dios era el garante del orden moral, político y legal, de la verdad, del conocimiento y de la misma naturaleza, del sentido del mundo y de toda existencia, entonces, la muerte de Dios, tendrá que tener repercusiones en todos esos campos. La muerte de Dios no significa que ya no se crea en Dios, es que todo lo que se ha sustentado en éste paulatinamente se está desmoronando, aunque los hombres todavía no han tomado conciencia de sus consecuencias.
La frase “Dios ha muerto”, expresión máxima del nihilismo, acuñada por Nietzsche, significa que Dios, como síntesis del fundamento suprasensible de todo lo real, ha perdido toda su fuerza obligatoria. Así, al quitarle al mundo suprasensible la pretendida función ordenadora de nuestras existencias, nos hemos quedado sin brújula, sin sentido que darle a esta vida.
Cuando las consecuencias de la muerte de Dios lleguen, y antes de que venga el superhombre, aparecerá el nihilismo. El nihilismo sigue siendo expresión de la decadencia, pero en este caso es expresión de la decepción que sienten aquellos que aceptaron ese mundo de verdades objetivas, de moral cristiana, y ven ahora como todo esto se derrumba. En esa circunstancia, el nihilista deja de creer en cualquier cosa, dedica su vida a la crítica sistemática de cualquier verdad, a la negación de cualquier valor cognoscitivo y moral, en la idea de que si no existen verdades y morales absolutas, nada tiene ya sentido; y en esto consiste más propiamente el nihilismo, en negar todo sentido preestablecido a la vida.
Sin embargo, eliminados los falsos valores queda abierta otra posibilidad, distinta al nihilismo, la de crear nuevos valores, pero crearlos desde unos instintos que amen la vida.
Se puede constatar de modo expresivo el destino nihilista de la cultura europea en dos fenómenos modernos que para Nietzsche tienen particular relevancia:
Nietzsche distingue con claridad dos clases de nihilismo:
Ahora bien, si el nihilismo es un destino ineludible de la llamada civilización europea, desconocerlo y no asumirlo adecuadamente, impedirá al hombre vivir y valorar de acuerdo con lo que es propio de la vida humana. La identificación ingenua de la verdad con la ciencia o con la dominación política y el poderío económico es el destino nihilista actual. Muchas manifestaciones sociales y culturales modernas están profundamente infectadas de ese destino nihilista, porque en ellos se ha sustituido la necesidad, el deseo y el riesgo de valorar, por la fe (la seguridad, la aceptación cómoda y cobarde) en valores incuestionables.