Portada » Filosofía » Negación de las ideas innatas
Cogito ergo sum, pienso luego existo, mi pensamiento aparece como una realidad, estoy seguro de que pienso, de que sigo pensando, luego existo al menos como realidad pensante. El cogito, ergo sum es la verdad indudable, es la primera verdad y la más segura. El pensamiento es lo que nos define, lo que nos hace ser lo que somos: Una cosa que piensa.
El cogito es una expresión que usa Descartes para elegir la verdad absoluta indudable (Pienso luego existo) como realidad a la que se refiere dicha creencia (la mente) con el uso de la duda metódica. En la filosofía cartesiana la mente es una substancia que se caracteriza por el pensamiento, el cual se opone al cuerpo. Descartes va rechazando las verdades incuestionables, aquellas que nos ofrecen nuestros sentidos, ya que no son de fiar y nos engañan a menudo. Descartes se pregunta si hay algo que el hombre puede saber con certeza, fuera de toda duda. Descartes necesitaba un punto de apoyo para su pensamiento, pero por el momento lo único que tiene a mano es su propia duda. De repente todo le parece dudoso, incluyendo su propia existencia y la realidad de las cosas a su alrededor. Y es así como llega a la conclusión de que al menos hay algo de lo que podía estar seguro fuera de toda duda y es el hecho de que él duda. Por ello Descarte se desprende de toda idea, hasta quedarse con una sola, la cual es difícil cuestionar, o poner en duda, la de su propia existencia, ya que al producirse unos pensamientos ya sean verdaderos o falsos alguien debe de crearlos y existir pues. A partir de esta frase (pienso, luego existo) comienza una reconstrucción del conocimiento.
Descartes le interesa un camino seguro hacia la verdad, por eso lo que busca es un nuevo método de descubrimiento. El método será como un conjunto de reglas, ciertas y sencillas, tales que todo aquel que las observe no tomará nunca algo falso por verdadero. Lo que busca Descarte es un nuevo orden para el propio pensamiento, un orden estable y duradero. Para ello recurre a la intuición y a la deducción.
La experiencia ─tanto externa o sensación como interna o reflexión─ constituye el origen y límite del conocimiento, sirviendo de criterio de validez para el mismo. La experiencia externa consiste en la percepción de los objetos sensibles, mientras que la interna hace referencia a la percepción de nuestra propia vida anímica.
Al igual que el Racionalismo, el Empirismo también considera que el objeto del conocimiento son las ideas, y no el mundo exterior. Sin embargo, en oposición a la corriente filosófica continental, el Empirismo niega la existencia de ideas innatas, así como la validez de la intuición intelectual a través de la cual el Racionalismo dice obtener aquéllas. En su lugar admite tan sólo como legítima la intuición empírica, ya sea ésta externa o interna. Asimismo, el Empirismo acepta la deducción como método únicamente válido para la lógica y las matemáticas, pero no ya para el estudio del mundo empírico, al cual le corresponde el método inductivo.
El Empirismo afirma que el conocimiento humano no puede trascender los límites de la experiencia. De ahí que la metafísica ─especialmente la racionalista─ fuera considerada por los empiristas como un saber infundado y abocado al fracaso y el error.
Al contrario que los pensadores racionalistas, los cuales adoptaron las matemáticas como modelo filosófico de conocimiento, los filósofos empiristas prefirieron seguir el modelo de las ciencias naturales y experimentales. Así, pues, entre éstos el conocimiento puramente teorético quedó desplazado en favor de un tipo de conocimiento útil para el progreso y el bienestar humanos, esto es, un conocimiento orientado hacia finalidades prácticas ─éticas, políticas, pedagógicas, etc.
En su obra Crítica de la razón pura analiza Kant el problema de la metafísica. Quiere saber si es o no una ciencia con el mismo rango que la física o las matemáticas. La metafísica se plantea ciertos temas que trascienden (van más allá) de las cuestiones físicas, como indica su nombre. Cuestiones como el conocimiento sobre Dios, la inmortalidad del alma o la libertad son algunos de las que tradicionalmente se ha planteado. Y sobre todas ellas no hay el menor consenso ni progreso, si se compara con ciencias como las matemáticas y la física, pues cada filósofo elabora sus interpretaciones sin que le valgan las reflexiones de los demás.
En la Crítica de la Razón Pura concluyó que el conocimiento científico no puede ir más allá de la experiencia, más allá de lo que se ofrece a la percepción, por lo que la metafísica nunca será posible como ciencia ya que sus objetos son trascendentes, están más allá de la experiencia. El conocimiento es una síntesis o reuníón de concepto e intuición, y de lo metafísico tenemos concepto, pero nunca podremos tener una intuición o percepción.
Sin embargo, la metafísica no es una construcción humana arbitraria: Kant pensó que dado el peculiar funcionamiento y naturaleza de nuestra Razón era inevitable que los filósofos pensasen en Dios y el alma humana; estas entidades no son invenciones caprichosas, sino que están “propuestas por la naturaleza misma de la razón”. Su valoración de lo metafísico fue tan elevada que sus reflexiones éticas culminan en la afirmación de la necesidad de creer en lo metafísico, y a dichas entidades se refieren los postulados de la razón práctica. Ciertamente, de dichos postulados no se puede tener propiamente conocimiento, pero sí “fe racional”. Como él mismo dice, tuvo que renunciar al conocimiento de estas cuestiones para dejar paso a la fe.
El marxismo sostiene que la historia es consecuencia del desarrollo dialéctico de la infraestructura económico-social, causa de los hechos y motor de la evolución de la humanidad. Las relaciones económicas dan origen a las clases sociales y a la infraestructura que determina la formación de una superestructura, integrada por la ética, la cultura, la religión y el ordenamiento jurídico. Esto es así porque según Marx, la ideología de una época es la de la clase dominante. De esta manera, la burguésía al apoderarse del poder, desde su condición de propietaria de los medios de producción (infraestructura) crea un sentido de la ética, una cultura y un ordenamiento jurídico (superestructura) que forman una conciencia favorable al sistema.
Marx está de acuerdo con Hegel de que la realidad no es estática, sino dinámica y cambiante, que la realidad se encuentra en proceso de superación constante y que son las contradicciones el motor del cambio o transformación. Pero a diferencia de Hegel, que con su idealismo concibe esta superación como un proceso guiado por una racionalidad, una idea o una conciencia (Dios), Marx, con su materialismo, ve el proceso guiado y determinado por las condiciones concretas materiales y económicas.
El idealismo de Hegel establecía que las ideas gobiernan los acontecimientos del mundo, y en el materialismo de Marx defendía que las condiciones materiales y económicas determinan nuestras ideas. Las ideas no son entidades autónomas, o verdades que descubrimos, son pensamientos deformados. Estas ideas junto con la consciencia son un resultado o una consecuencia del propio proceso vital. Así, Marx concibe la misma filosofía de Hegel como resultado de la realidad del momento. Las condiciones de orden económico, constituyen la infraestructura de la sociedad y las ideologías, religión, normas, mortal, etc, constituyen a la superestructura.
Marx toma los tres momentos del proceso de superación o dialéctico de Hegel.
Una afirmación basada en una tesis o una situación inicial, una negación que sería una antítesis a la alienación de la situación inicial y una negación de la negación que sería una síntesis o una reconciliación del contrario.