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A finales del Siglo XIX, en Francia, la alta burguesía continuaba con un papel protagonista.
Después del Manifiesto de la Comuna en Abril de 1871, los conservadores reaccionan con pánico y la represión es la tónica: al mes siguiente son ejecutados alrededor de veinte mil partidarios de la revolución, apoyada por un movimiento obrero internacional.
Después, se establece la III República: etapa de desarrollo económico, lo que conduce a la implantación del gran capitalismo.
Aunque las crisis siguen sucediéndose –por lo que la sensación de inestabilidad está presente–, un gran desarrollo técnico y científico tiene lugar, originando continuos cambios en modas y estéticas.
Después de ese primer impulso Romántico, la importancia que se le otorga a la naturaleza da lugar al Naturalismo, el cual se ocupa de la realidad concreta más precisa y objetiva, aspecto heredado del desarrollo científico y espíritu positivista del Siglo XIX.
Pero esta fidelidad táctil, que se preocupa fundamentalmente de los volúmenes, verdadera aspiración de los artistas –era como si pudiéramos tocar el objeto–, se va a transformar o va a ser suplantada por una fidelidad óptica.
Es en la pintura donde se manifiesta este cambio de perspectiva.
Captar lo fugitivo: el artista, en la búsqueda extrema de Realismo, capta lo fugitivo, la esencia de lo huidizo.
Hasta ahora la luz había sido un elemento más que el artista manejaba según su conveniencia. Ahora se quiere ver y sentir la verdad, la realidad de las cosas en su ambiente, reflejando todas las sutilezas, todas las vibraciones que los cambios de luminosidad provocan en los cuerpos en cada momento.
Esto se refleja en el abandono de las líneas definidas, rasgo muy notable en algunos lienzos de Manet y también en la técnica puntillista empleada por Seurat y Pisarro.
El agua corno perfecta expresión de lo que fluye; el mar, los ríos y su atmósfera cargada de humedad, el aire denso de las estaciones de ferrocarriles y presente también en la piedra de los edificios o esculturas; las nieblas de los puertos; todo aquello capaz de sugerir lo inestable, lo momentáneo. Monet, Renoir, Sisley.
El impresionismo utiliza el color, para explicar los efectos que la luz provoca en los contornos.
El pintor impresionista no quiere mezclar los colores en su paleta, prefiere la yuxtaposición de los mismos; quiere que esa mezcla la realice el observador en su propia retina. Piensa que ésta es la fórmula para que la intensidad de esos colores puros se mantenga, no se pierda o disminuya.
A pesar de que este arte era coherente con la sensación de crisis del momento y la preocupación por la psicología y psicofísica, fue rechazado por el público medio, afianzado todavía en esa estética naturalista comentada que hablaba de una Concepción estable y racional de la realidad, filosofía y aspiraciones de aquella burguesía conservadora.
El Simbolismo, movimiento poético que vuelve a valorar lo misterioso y lo ausente como base de la belleza más sentimental, surgió, precisamente, como contraposición al Realismo positivista de fin de siglo.
Mallarmé: máximo representante. Y así define el simbolismo: “Evocar, en una sombra adecuada, el objeto con palabras alusivas, nunca directas… Nombrar un objeto suprime las tres cuartas partes del gozo estético: sugerido, ese es el sueño”.
La sinestesia: es el recurso típico del Simbolismo; es la figura literaria que une los datos procedentes de diversos sentidos, como por ejemplo “música azul”: combinación de un elemento auditivo más el visual.
Cuando hablamos de música impresionista, tenemos que tener presente que no significa exactamente lo que este término representa para la pintura, pero las sensaciones que evoca tienen rasgos comunes.
Cuando hablamos de color en música, nos referimos a algo muy distinto de lo que esto significa en la pintura. Por ejemplo: que el fagot tiene un color más oscuro que la flauta, o que el corno inglés le da un colorido oriental a cierto pasaje.
Si preguntamos qué color tiene un fragmento de una obra concreta, comprobaremos que no todo el mundo tiene la misma opinión, la misma sensación.
Por lo tanto, el color, elemento determinante en la pintura del Impresionismo, representará en la música un elemento impreciso, no concreto y bien definido.
Pero en lo que podemos encontrar puntos de encuentro es al hablar de la estética particular.
De esta forma podemos decir, sin errar, que la música de Debussy y la pintura de Renoir buscan, igualmente, la plasmación de lo fugaz.
Es decir, como en la pintura, la música capta lo fugitivo.
El agua, en todas sus manifestaciones, es también un elemento característico.
El color, en cuanto a las búsquedas de nuevas tímbricas y sonoridades, es también un aspecto fundamental de la música impresionista.
Y, también, como la pintura, la música impresionista es el arte de la sensación.
Gabriel Fauré: (1845-1924). Es el antecesor directo, el que abre las puertas del Impresionismo.
Es el más directo antecesor de este grupo quien, aunque con un recuerdo al Romanticismo y con un estilo íntimo y plenamente francés, abre el camino a una nueva generación.
Defensor y apasionado de lo sutil y con un lenguaje de gran elegancia sonora, influirá tanto en Debussy como en Ravel, especialmente a través de su música de cámara, se producción pianística y sus canciones, especialidades donde plasma su delicadeza, su idiosincrasia.
En su música dramática queda patente la herencia wagneriana. Y su Réquiem le eleva a la cumbre, al reconocimiento más sobresaliente.
Claude Debussy (1862-1918)
Maurice Ravel (1875-1937)