Portada » Lengua y literatura » Moralidad y Ficción en el Teatro del Siglo XVII: Perspectivas de Camargo, la Villa y Mariana
En el primer fragmento, el Padre Camargo critica el teatro del siglo XVII, centrándose inicialmente en el tema del amor, que vincula con el incesto y el adulterio. Considera estos temas inmorales e indignos de representación, ya que podrían incitar al público a adoptar esos comportamientos y naturalizarlos. Para los moralistas, lo crucial no es la temática en sí, sino que los personajes con comportamientos indignos reciban castigo. Por lo tanto, si el amor se representa junto con el incesto y el adulterio sin que estos sean castigados, los moralistas se opondrán, temiendo que el público piense que tales acciones son aceptables en la vida real.
En la segunda parte del fragmento, se aborda la cuestión de la ficción. El pacto de ficcionalidad se rompe cuando dejamos de consumir un producto de entretenimiento. Sin embargo, esto no siempre sucede: a veces, cuando un actor interpreta un papel impopular, el público lo percibe de manera diferente a como es en realidad, relacionando al actor con el personaje. En el siglo XVII, el Padre Camargo no logra establecer este pacto de ficcionalidad. Cuando ve a una actriz interpretando, por ejemplo, a la Virgen María, solo ve a la actriz, una «mujercilla conocida por todo el auditorio por liviana y escandalosa».
El Padre Camargo utiliza un lenguaje cargado de juicios de valor y enumeraciones detalladas para reforzar la idea de que el teatro está plagado de inmoralidades. Describe los «lascivos amores», los «artificiosos enredos» y las «finezas locas» como elementos recurrentes en las comedias, creando una imagen de decadencia moral. Esta acumulación de términos negativos subraya su rechazo y busca provocar una reacción emocional en el lector u oyente.
El autor recurre a la hipérbole y al tono alarmista, especialmente al referirse a las representaciones religiosas. Por ejemplo, describe el papel de la Virgen María interpretado por una actriz «conocida de todo el auditorio por liviana y escandalosa». Esta afirmación no solo apunta a la falta de respeto hacia lo sagrado, sino que sugiere una profanación activa de los valores religiosos, buscando escandalizar al receptor del texto.
Este texto es un fragmento de una carta dirigida al rey, donde la Villa suplica que se suspenda el teatro. Introduce un tema nuevo: los bailes deshonestos entre hombres y mujeres. Se insiste en que el problema no es tanto lo que ocurre en el escenario, sino lo que puede provocar en los espectadores.
El uso de una contraposición entre lo virtuoso y lo lascivo es clave para reforzar su argumento. Mientras que los «bailes y danzas antiguos y permitidos» son valorados por fomentar la «gallardía», los bailes y músicas actuales son vistos como provocadores de «lascivia». Este contraste busca justificar la necesidad de un control más estricto en las representaciones artísticas.
Además, el autor introduce un matiz constructivo: no aboga por la eliminación total de los bailes y músicas, sino por su transformación hacia formas que promuevan la virtud. Esta postura pragmática, menos radical que la del Padre Camargo, sugiere que el arte puede coexistir con la moralidad si se regula adecuadamente.
El tema central de este fragmento es la condena de la participación femenina en el teatro, señalada como una de las principales causas de inmoralidad. La tesis sostiene que las actrices, a través de sus actuaciones, vestimenta y comportamientos, incitan a los espectadores al pecado y convierten el espacio teatral en un lugar de perversión. El Padre Camargo también se queja de que las actrices representen papeles masculinos. Esto podía ocurrir por dos motivos: la propia acción dramática lo precisaba, como en Don Gil de las calzas verdes, donde la protagonista se viste de hombre para buscar al hombre que la ha deshonrado; o por un tema de presupuesto en las compañías teatrales, que tenían un número limitado de actores y a veces necesitaban más, por lo que hacían doblete, y en ocasiones una actriz debía interpretar un personaje masculino porque había más personajes masculinos que femeninos. Sea cual fuere el motivo, el Padre Camargo cree que esto también provoca lascivia, ya que el vestido de hombre marca la silueta de las mujeres.
El Padre Camargo emplea una retórica emotiva y cargada de imágenes sensoriales. Describe minuciosamente la apariencia y el comportamiento de las actrices, resaltando su belleza («mujeres mozas y hermosas, vestidas como reinas y princesas») y su habilidad para seducir mediante gestos, palabras y acciones estudiadas. Este recurso busca no solo argumentar contra la presencia de las mujeres en el teatro, sino también generar indignación y alarma en el lector.
La hipérbole es otra herramienta clave, como cuando afirma que las actrices convierten el teatro en «un infierno». Con esta exageración, enfatiza el peligro espiritual que, según su visión, representa el teatro. Además, la enumeración exhaustiva de las acciones («con meneos, con gestos, con ademanes») refuerza la idea de un comportamiento deliberadamente provocador e inmoral.
Asimismo, el autor apela a la concepción religiosa de la mujer como figura de modestia y recato, al criticar que estas actrices muestren su cuerpo en público, algo que «la naturaleza misma quiso que estuviese siempre casi todo retirado de la vista». Esto refleja los valores patriarcales de la época, en los que el cuerpo femenino debía mantenerse oculto y controlado para evitar la tentación masculina.
El tema principal de este fragmento es la condena del teatro y, en particular, de los actores, considerados como transmisores de inmoralidad y pecado. La tesis que sostiene el autor es que los actores que participan en representaciones inmorales deben ser excluidos de los sacramentos y de la sepultura eclesiástica, ya que su profesión los convierte en pecadores manifiestos. El Padre Mariana propone excomulgar a todos los actores a menos que se arrepientan, hasta el punto de que no quiere que sean enterrados en camposanto, como a los suicidas. Considera que son indignos de compartir terreno sagrado con los demás cristianos porque son pecadores.
Estos textos desmienten la idea de que las críticas al teatro en el siglo XVII se debían únicamente al incumplimiento de las preceptivas clásicas. También influyeron causas morales: la presencia de mujeres en el teatro, el uso de ropa masculina, los bailes lascivos y la vida libertina de actores y actrices. Los moralistas estaban especialmente preocupados por el teatro porque era un espectáculo de masas que llegaba a mucha gente y podía influir en ellos. La intervención de la mujer en las obras de teatro fue muy polémica en general.
El Padre Mariana emplea una argumentación moral y religiosa, basada en los principios de la Iglesia Católica, para justificar su postura contra el teatro. Califica a los actores como «infames» y «sujetos a pecado», estableciendo un juicio ético contundente. Este uso de términos categóricos busca reforzar la gravedad de su acusación y subrayar la incompatibilidad entre la profesión teatral y los valores cristianos.
El autor también utiliza la enumeración de temas inmorales que, según él, predominan en las obras teatrales: «torpezas y deshonestidades, engaños de rufianes, amores de rameras, fuerzas de doncellas». Esta acumulación refuerza la idea de que el teatro es un vehículo de corrupción espiritual, dedicado a promover comportamientos reprobables.
Por último, Mariana recurre a la amenaza de sanción eclesiástica para resaltar la seriedad de sus acusaciones. La privación de los sacramentos y la negación de la sepultura cristiana son castigos extremos que se aplican solo a los pecadores más graves, lo que eleva la profesión teatral al nivel de un pecado mortal.
La primera palabra, «Mándanme», indica que este discurso no se escribe por iniciativa propia, sino por encargo de Diego Gómez de Sandoval, conde de Saldaña. Comienza con un elogio hacia los académicos, parte de la captatio benevolentiae. Un paréntesis que se extiende hasta el verso 8 indica una digresión, donde se desarrollan elogios hiperbólicos a los académicos. Parece una burla, ya que compara la importancia de la Academia de Madrid con la de las academias del mundo clásico, resultando irónicos estos elogios. En el verso 7, hay un error al atribuir el Liceo a Platón en lugar de a Aristóteles. Los estudiosos del Arte Nuevo sugieren que esto se debe a la rima. Termina la digresión y retoma la idea principal, especificando el encargo de escribir un arte de comedias. «Arte» aparece en mayúscula porque se refiere al título abreviado del discurso. El verso 10 tiene dos interpretaciones: la primera, que Lope desea que los académicos de Madrid reciban su discurso como el vulgo recibe sus novelas; la segunda, propuesta por Juana de José Prades, sugiere que «recibir» también significa «fundamentar», indicando que su arte de comedia se basa en el gusto del vulgo.
«Sujeto» se refiere al objetivo, el arte de comedias, que parece fácil. Lo siguiente es una ironía: para quienes no han escrito ni una comedia, parece fácil escribir sobre ello. Critica a quienes juzgan sus obras sin haber escrito ninguna. Establece una diferencia entre los críticos literarios y el creador dramaturgo, presentándose como un creador con experiencia y no como un crítico literario. Usa la ironía y la burla hacia los académicos eruditos pero no creadores. Las críticas de los teóricos se deben a que Lope escribe sin seguir la preceptiva clásica, explicando los motivos de estas críticas.
«No porque yo ignorase» introduce la razón por la que Lope escribe sin seguir el arte clásico. El motivo más evidente es que desconoce la preceptiva clásica, y se defiende de esta acusación. Se compara con Tirón, discípulo de Cicerón, indicando que ha leído todos los textos de preceptiva clásica antes de los 10 años. Explica que no sigue las normas porque cuando empezó a escribir, las obras no las respetaban, aludiendo a los antecedentes como Bartolomé Torres y Cervantes. Usa la ironía llamando «bárbaros» a sus antecedentes y a sí mismo por no respetar la norma clásica. Opone la «lumbre» (conocimiento de la preceptiva) a la «costumbre» (hábito del pueblo).
«Y cuando he de escribir una comedia» introduce los versos más famosos del Arte Nuevo. Lope escribe sin tener en cuenta a los clásicos, buscando solo el aplauso del vulgo. El pareado más importante (versos 46 y 47) establece que la ley es lo que se corresponde con el gusto del vulgo, la única norma que sigue al escribir teatro. Aristóteles ya había explicado en su Retórica las características de un buen exordio, que Lope cumple: indicar el asunto, incluir alabanzas o vituperios, una digresión y ocupar la séptima u octava parte del discurso. Lope demuestra conocer la preceptiva.
Lope afirma haber escrito algunas obras siguiendo las normas, pero que son poco conocidas. Usa la ironía al decir que muchos no han leído a Aristóteles, refiriéndose a algún académico. Remarca que dentro del vulgo están las mujeres, grandes consumidoras de teatro, reconociendo al público femenino que acude a los corrales de comedia. Llama a su trabajo «triste ejercicio» con ironía, convirtiéndose en un «bárbaro» para dar al vulgo lo que quiere.