Portada » Arte » Miguel Ángel: El Genio del Renacimiento Italiano
Se le conoce como la gran figura del Renacimiento italiano, cuya personalidad artística dominó el panorama creativo del siglo XVI. Cultivó la pintura, la escultura y la arquitectura con resultados extraordinarios. Sus coetáneos veían en él una cualidad denominada terribilitá, que se refiere a aspectos como el vigor físico, la intensidad emocional y el entusiasmo creativo.
Su vida transcurrió entre Florencia y Roma. Aprendió pintura en el taller de Ghirlandaio y escultura en el jardín de los Médicis. En 1496 se trasladó a Roma, donde realizó dos esculturas que lo proyectaron a la fama: El Baco y La Piedad de San Pedro, de gran belleza y un acabado impecable.
Regresó a Florencia, donde recibió diversos encargos, entre ellos el David. El papa Julio II lo llamó a Roma para que esculpiera su tumba y solo terminó tres estatuas: el Moisés y dos esclavos. Dejó a medias varias estatuas de esclavos.
Julio II le pidió también que decorase el techo de la Capilla Sixtina, encargo al que Miguel Ángel se resistió puesto que se consideraba ante todo un escultor, pero que se convirtió en su creación más sublime.
Regresó a Florencia, donde proyectó dos obras arquitectónicas: la Biblioteca Laurenciana y la Capilla Medicea o Sacristía Nueva. Destaca la singular escalera de acceso a la biblioteca, capaz de crear un particular efecto de monumentalidad en el escaso espacio existente. La Capilla Medicea alberga dos sepulturas que incluyen la estatua del difunto.
Se estableció definitivamente en Roma, donde realizó el fresco del Juicio Final en la Capilla Sixtina y supervisó las obras de la Basílica de San Pedro.
Realizó los frescos en solo cuatro años. Los colores son de tonos fríos y azulados, con lo que consigue una gran expresividad. Los perfiles son agudos e intenta conseguir un volumen pétreo y escultórico. La técnica utiliza pincelada suelta. Destacan las posturas grandiosas y un estudio de composición y expresión, figuras con volumen y giros de los cuerpos.
El tema para cubrir las bóvedas es el periodo anterior a Moisés y representa el mundo desde el primer día de la creación hasta la caída del hombre en el pecado. Añadió una serie de sibilas y profetas.
Es una de las escenas más famosas de la bóveda, en donde Dios Padre es representado como un anciano majestuoso de abundante barba, envuelto en una alborotada túnica color púrpura, rodeado de ángeles que no tienen alas, creados antes que el hombre a quien la mano de Dios transmite el flujo de la vida a través del contacto eléctrico de los dedos. El brazo derecho de Dios se encuentra estirado para impartir la chispa de vida de su propio dedo al de Adán, cuyo brazo izquierdo se encuentra en idéntica posición al de Dios. La escena presenta un gran dramatismo y las figuras cargadas de dinamismo.
En el altar mayor, en la pared del fondo de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel pintó la escena del Juicio Final. Es la visión apocalíptica presidida por la amenazante figura de Cristo juez, rodeado de santos y beatos. A su lado se halla María, que se vuelve con una expresión de profunda melancolía, sabedora de la justa cólera de su hijo contra los pecadores, que se precipitan hacia la laguna Estigia, donde Caronte los traslada a la otra orilla, mientras los elegidos ascienden hasta el cielo. Se refleja pesimismo con poca alegría. Está presente su típica terribilitá y su imagen de Cristo que preside la escena parece más una figura pagana.
Ante todo desnudo, hubo muchas oposiciones, por lo que el papa mandó a Volterra cubrirlos. Es una composición grandiosa y teatral. La riada humana que cae hacia el infierno. Hay un movimiento circular: las figuras surgen de la izquierda al anuncio de las trompetas de los ángeles del centro y suben hacia la amenazante figura de Cristo justiciero en lo alto y luego caen a la derecha con los condenados al infierno, donde Caronte los empuja, desde su barca, a golpes con su remo.
Las obras de Miguel Ángel manifiestan la típica terribilitá o fuerza sobrehumana, muy visible en la figura de Cristo. Los desnudos de descomunal tamaño permiten apreciar su preferencia por el canon hercúleo, con una musculatura muy desarrollada.