Portada » Español » Métrica y Temas en la Poesía de Antonio Machado
La obra poética de Antonio Machado es variada en cuanto a los metros y estrofas utilizados; pero, al mismo tiempo, en cuanto a musicalidad y efectos rítmicos, sumamente natural y espontánea. Mezcla admirable de tradición y modernidad, de sencillez y complejidad, de popularismo y clasicismo…
Le sigue el alejandrino, verso característico del Modernismo —por influencia del Parnasianismo francés—, que apenas se había empleado desde la Edad Media. Otro verso de tradición medieval —se le llamó en el siglo XV verso de arte mayor castellano por oposición al alejandrino, de origen francés, y al endecasílabo, de origen italiano— es el dodecasílabo, del que Machado se valió especialmente en su primera época. Se trata de otro de los versos rescatados por el Modernismo y que también había utilizado Bécquer.
Otros versos manejados por Machado son: el hexadecasílabo, combinado con el octosílabo.
Es el tema por excelencia, no sólo de este libro, sino de toda su obra, ya que todos los demás están subordinados a él. Si todo conocimiento es inseguro, lo que sí sabe el hombre de sí mismo es su existencia, su ser en el tiempo, entre los límites del nacer y el morir: Antonio Machado entiende el tiempo como algo vivo, personal; no como concepto o abstracción. Es la duración ilimitada, la historia individual de cada ser; que se hace, que pasa, pero que permanece en la memoria. Por eso, la esencia de las cosas, lo que las cosas son, no radica fuera del hombre que las contempla.
Sus reflexiones sobre la muerte son la derivación lógica de sus inquietudes sobre el tiempo, considerado éste como el gran exterminador, el gran homicida. La muerte se manifiesta de continuo: la brevedad e inconsistencia de la vida, la decadencia de los hombres y de las cosas, de los elementos de la naturaleza, los signos múltiples de la destrucción, de la enfermedad, de la guerra, del crimen… Su actitud vital ante ella es también diversa: desde la angustia personal expresada en tantos poemas de Soledades, hasta la melancolía e incluso la rebeldía por la muerte de su esposa, pasando incluso por la identificación espiritual con el moribundo.
La presencia de Dios en la obra de Antonio Machado es imprecisa y variable en el tiempo y, sin embargo, ocupa en su pensamiento un lugar significativo.
La figura de Cristo es mucho más cercana a Machado que ese “Dios entre la niebla” que busca sin alcanzar. Jesucristo es en él el paradigma del hombre, lo que éste tiene de humano y divino, de carne mortal que sueña la inmortalidad, el triunfo sobre la muerte.
Por esto, rechaza la figura mortal del Cristo crucificado de la devoción popular, para cantar al que vence a la muerte, representación de nuestra ansia de eternidad.
En Machado son muchas veces términos equivalentes, ya que —salvo algunos poemas en que se relata un sueño tenido o inventado— normalmente se refiere al soñar despierto con la propia vida. En Soledades… los caminos del sueño son galerías de espejos donde se refleja la propia vida, donde el hombre que sueña intenta revelar el secreto de su yo más íntimo. Las galerías del alma son símbolos predilectos de Machado para representar esa parte de sí mismo que ignora.
A lo largo de la obra de Antonio Machado se advierte o se intuye el deseo de amar, la necesidad del amor. Es una presencia constante y, sin embargo, difícil de precisar en muchos de sus poemas. Esta afirmación es especialmente válida para su primer libro, en el que, además, no es posible individualizar este amor en una mujer concreta. Indudablemente es un sentimiento expreso en muchos poemas de Soledades…, pero la nota predominante en ellos es la del desengaño o el olvido. Algo parece siempre alejar, en la imaginación del poeta, el objeto de su amor.
En numerosos poemas evoca su infancia, su juventud, sus amores, incluso sus experiencias de la vida cotidiana. Pero no sólo aparece la biografía externa, sino, especialmente, la espiritual.
Orillas del Duero lo escribió sin duda el poeta durante su primera estancia en Soria, a principios de mayo de 1907. Este poema representa la más objetiva modalidad del tratamiento del tema del paisaje, prefigurando claramente la evolución ulterior que observaremos en Campos de Castilla. El poema evoca un paisaje de primavera dibujado con algunos trazos precisos: una torre, un caserón, la silueta de una cigüeña, el vuelo chillón de las golondrinas con fondo de montañas; junto al río, se desliza mansamente el agua; las manchas verdes y azules de los pinos se confunden con la línea de los álamos; alguna flor añade discretamente una nota de color. Paisaje sobrio y delicado. Un sentimiento de fervor se adueña del poeta, como un agradecimiento extasiado ante la belleza del mundo.
EL AGUA: inexorable fluir del tiempo. Agua de la fuente – ilusión y también monotonía del vivir; el río – fluir de la vida; el mar o el agua quieta- la muerte, donde desemboca “el río” símbolo de raíz manriqueña (“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar”).
LA FUENTE: el agua que brota, símbolo de anhelos, de ilusiones.
EL CAMINO: la vida en su devenir (transcurso), como peregrinaje y búsqueda.
EL AIRE: libertad del hombre.
EL FUEGO: la poesía amorosa.
LA TIERRA (ARENA): la realidad solitaria.
LA TARDE: momento propicio para la meditación; decaimiento, apagamiento, melancolía, nostalgia, expresión de la lucha entre la luz y las sombras; premonición de muerte.
LA CRIPTA, EL LABERINTO O LAS GALERÍAS: la búsqueda del mundo interno, del alma.
EL ESPEJO: el lugar donde se proyectan los recuerdos y los sueños.
LA COLMENA: la creación poética.
EL JARDÍN: la intimidad.