tLas mujeres libres, ciudadanas o no, no disfrutaban de las mismas prerrogativas que los hombres, ya que no podían participar en política, ni poseer propiedades, ni podían hacer testamento, ya que la mujer dependía del hombre, pues era considerada, desde el punto de vista jurídico, menor de edad. No gozaban, pues, de ningún derecho, ni político ni jurídico, vivían recluidas en el hogar, administrando la casa y educando a los hijos hasta los siete años y a las hijas hasta que se casaban. Su educación era menor que la de los hombres. Por lo general, no estaban en contacto con los varones: si la vivienda reunía condiciones, había una zona para las mujeres (gineceo) y otra reservada a los hombres (andron). El divorcio, como el abandono de hijos, era un asunto personal.
La mujer ateniense estaba siempre sometida al varón: de niña debe obedecer a sus padre y de casada a su marido. Al cumplir los dieciséis años el padre casaba a su hija, comprometida ya en matrimonio desde hacía algunos años, aportando también una cantidad de dinero como dote que no pasará a ser propiedad del marido. El acto de la boda es totalmente privado, y se concibe como un contrato. Este contrato podía romperse pues en Grecia existía el divorcio. En efecto, el hombre podía divorciarse de su mujer: bastaba con devolverle la dote y ponerla en la calle. La mujer lo tenía mucho más complicado, pues tenía que denunciar al marido ante el arconte y documentar su denuncia; en algunas ocasiones sólo los malos tratos podían hacer prosperar para la mujer una demanda de divorcio. En cualquier caso su reputación se verá dañada y su imagen quedará puesta en tela de juicio. Mucho peor era ser sorprendida en adulterio: su infidelidad le costaba el divorcio simultáneo y su imagen quedaba marcada para el futuro. 1 En caso de divorcio, los hijos se quedaban con el padre, si este así lo deseaba.
El matrimonio incluye dos actos: el compromiso de boda y la boda propiamente dicha. En el compromiso de boda (contrato de boda, “pedida de mano”), el padre o pariente masculino más próximo de la novia la entregaba al novio. En este acto se trataba todo lo relativo a la dote que la novia aportaba y que nunca era propiedad del marido: la dote se devolvía si la mujer moría sin hijos, si se divorciaba o si, tras la muerte del marido, regresaba a la casa paterna. Si esta ceremonia no se realizaba, el matrimonio era nulo y los hijos ilegítimos. Por tanto, oficialmente, la muchacha estaba legalmente “casada” desde el momento en que el padre de la novia y el pretendiente cerraban el contrato (o “pedida de mano”). La mujer ateniense debía aceptar el compañero que le impónía su padre en el compromiso nupcial. Muchas veces ella ni siquiera estaba presente cuando se realizaba este compromiso, ya que su palabra no contaba, sino la respuesta del novio al padre de la novia, en un acto formal en el que se pronunciaban estas palabras: “Te entrego a mi hija para que sea campo fértil de hijos legítimos”. “La acepto.” Ritual de la boda: la niña consagra a la diosa Artemisa los juguetes y demás distintivos de su infancia, y toma un baño purificador con agua tomada de una fuente especial, la fuente Calírroe. Su casa y la de su novio están adornadas de guirnaldas. El padre ofrece un banquete la víspera de la boda en su propio domicilio; a ese banquete asiste, como es lógico, el novio y es allí donde se reciben los regalos de boda. Luego un carro lleva a los recién casados del domicilio de la novia a la nueva casa de los recién casados, discurriendo el cortejo lento y yendo acompañado de cantos. Una vez allí la novia atraviesa el umbral con frecuencia en brazos del novio y así es conducida hasta el tálamo o lecho nupcial donde se consuma el matrimonio.
Por consiguiente, la mujer, fuera del matrimonio, tenía muy pocas oportunidades de satisfacer su pasión amorosa. La mujer, una vez casada, es la administradora de la casa: la llave de la despensa es su atributo más relevante; el hombre puede retirársela si comprueba que su mujer despilfarra o acapara en exceso. Por tanto, la mujer es dueña y señora de puertas para adentro de la casa: se ocupa de los niños, organiza el trabajo de todo el personal de servicio -si lo tiene- y se dedica personalmente a hilar, tejer, bordar y coser. La rica o acomodada (ciudadana de clase media y alta) sale a hablar con las vecinas, aunque acompañada de una siervienta, y participa, más o menos activamente, en importantes festividades: Panateneas, Misterios de Eleusis, Fiestas Dionisíacas, Tesmoforias. La mujer pobre, o la campesina, se dedica también a otros menesteres: el campo, la venta de productos…
En Grecia ni el amor ni el sentimiento es lo que mueve a las personas al matrimonio. El hombre ve en la mujer una madre de sus hijos y una administradora del hogar y nada más. En ocasiones se produce a posteriori, pero no es nunca el motor de las relaciones conyugales; de hecho, los novios apenas se conocen ya que el matrimonio se celebraba por acuerdo de las respectivas familias. Por eso, en ocasiones el griego centra sus afectos en una mujer de cualquier procedencia o condición social y con ella hace prácticamente vida conyugal: son las llamadas concubinas. No hay compromiso, ni dote, pero sí un cierto amor. En el siglo IV a.C. Los hijos nacidos de relaciones entre un varón y una concubina son tenidos por legítimos. El matrimonio en Grecia era un asunto de conveniencia, realizado con la finalidad de continuar la estirpe y en el que las relaciones entre los esposos no solían ser muy estrechas. Por lo tanto, el griego, cuando quería relacionarse con una mujer acudía a una serie de profesionales, entre las que destacaba la ˜ta ˜˜ttaa ˜ta… …… …ra rraa ra: mujer no ateniense, educada, con conocimientos literarios y musicales añadidos a sus encantos físicos y que, en general dependiendo de un hombre, vivía con cierta holgura y libertad. Heteras fueron, al menos en sus comienzos, Aspasia (esposa de Pericles), Tais (compañera de Alejandro Magno) o Friné (modelo de escultores como Praxíteles o pintores como Apeles).