Portada » Español » Los santos inocentes resumen por capítulos
DENUNCIA SOCIAL Y LA IMAGEN DE LA ESPAÑA RURAL Desde su propio título, la novela adopta/tiene una actitud de denuncia ante los abusos e injusticias ejercidos contra los más débiles, acorde a esa preocupación ética y social que tiñe/está presente tantas otras novelas del autor. Por ello, cabe entender la presencia tan frecuente en esas obras de seres frágiles o desvalidos -niños, ancianos, dementes-, condición que en el caso de Los santos inocentes afecta a dos personajes limitados intelectualmente, como la Niña Chica, deficiente profunda, o el peculiar Azarías. Pero la idea de desamparo cobra en el texto un indudable sesgo/rumbo social, para alcanzar a toda la familia de Paco el Bajo y, a través de ella, a todos los oprimidos en esa España rural que sirve de escenario a la novela (y es también, de algún modo, protagonista de la misma). Es ese ámbito latifundista el marco en el que se dibuja el contraste entre los opresores y los oprimidos, entre el mundo de los señores –el de la caza y el banquete, el lujo y el devaneo amoroso- y un submundo en el que conviven las penurias económicas, el hacinamiento y el analfabetismo. Si la condición de los señores se revela a través de la actitud despótica/autoritaria, violenta y cínica del señorito
Iván, la actitud de los criados tan sólo puede llevar de la obediencia ciega de Paco a la amarga resignación/conformidad de su esposa, la Régula, o de la indiferencia del Quirce a las esperanzas puestas en una vida mejor para la despierta Nieves, cruelmente frustradas por las necesidades de la familia. El abuso y el desprecio constituyen así el pan cotidiano de esa realidad social construida sobre el inmovilismo y la desigualdad, amparada –o tolerada con complicidad- por las jerarquías políticas y religiosas. De ahí que el único atisbo/indicio de rebelión venga de la mano de un hombre limitado mentalmente, de un ser inocente, incapaz de comprender el peso de ese mundo que le rodea. LA CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES En cuanto a la caracterización de los personajes, se debe señalar la oposición que la novela plantea entre el ámbito de los señores (el despótico señorito Iván, la Marquesa y la
compasiva Míriam, don Pedro y su esposa doña Purita) y el de los oprimidos, representado por el servicial Paco el Bajo y por su familia: su esposa, la Régula, parca en palabras, los dos hijos varones, Quirce y Rogelio, la despierta Nieves, y, ante todo, la Niña Chica y el Azarías, dos personajes
desvalidos, en los que se encarna de manera especial esa condición de «inocentes» que da título a la obra. La relación entre el señorito Iván y Paco el Bajo constituye una buena muestra de las relaciones de poder –y de opresión– establecidas entre los señores y los siervos, emblema de una injusticia social asentada en esta ocasión en un ámbito rural empobrecido y en su mayor parte analfabeto. La actitud sumisa de Paco, el resignado servilismo de quien se sabe nacido para sobrevivir, su bondad natural, su deseo –frustrado– de mejorar la vida de sus hijos a través de la educación (encarnado en la figura de la Nieves, requerida para entrar al servicio de doña Purita), son así el contrapunto de la vanidosa arrogancia, la crueldad y el cinismo de Iván: insensible ante la caída de Paco, descontento con la escasa disposición del Quirce, cruel en el disparo a la grajilla del Azarías. En algunas de las escenas compartidas por Iván y Paco en relación con la caza, sus actitudes iluminan muchos de los perfiles de esa relación entre amos y criados: la insaciable avidez de Iván, su egoísta impaciencia, el desprecio por la vida ajena, frente al servilismo del criado, el sacrificio de su voluntad y de su propio cuerpo, su ingenua satisfacción ante el reconocimiento de sus habilidades para el rastreo, que le obligan a caminar «a cuatro patas (…) con su chata nariz pegada al suelo». Finalmente, hay que señalar el contexto global de la producción de un autor como Delibes, siempre atento a la pintura psicológica de sus personajes, sensible a las tensiones provocadas por las injusticias sociales, y especialmente compasivo con/afecto a los seres más débiles o desvalidos –niños, ancianos, dementes-, muchas veces convertidos en protagonistas de sus relatos. LOS GRANDES TEMAS (JUSTICIA E INJUSTICIA, MALDAD E INOCENCIA) En la novela, hay que tener en cuenta las relaciones de poder, y de opresión, que los señores (y, en especial, el señorito Iván) mantienen con respecto a los oprimidos: el servicial Paco el Bajo, su esposa la Régula, sus hijos y su cuñado, el Azarías. Esas relaciones son el emblema/símbolo de una injusticia social asentada en esta ocasión en un ámbito rural empobrecido y en muchos casos analfabeto. Allí, la maldad encuentra su asiento en la conducta de aquellos poderosos que, como el despótico señorito Iván, se muestran ajenos al dolor y a los sentimientos de los servidores: insensible ante la caída de Paco, descontento con la escasa
disposición/intención del Quirce, cruel en el disparo a la grajilla del Azarías. A cambio, la actitud de esos servidores es la de los «inocentes», víctimas indefensas y ante todo ingenuas, como aquellos niños sacrificados por Herodes que recuerda el título de la novela; personajes que en dos casos extremos no alcanzan siquiera un desarrollo intelectual adecuado, ni la categoría de «adultos»: la Niña Chica, deficiente profunda, y el peculiar Azarías. En este último, la inocencia corre pareja/igual a su digna bondad, de la que nace su actitud protectora hacia la Niña Chica, una «milana bonita» más, como aquellas aves que domestica y alimenta, en una actitud de respeto hacia la naturaleza que no puede sino contrastar con la crueldad de Iván. Si el señorito simboliza la maldad y la injusticia, no es extraño que el castigo de sus desmanes corra a cargo de su antagonista, el Azarías. Y todo ello por medio de un acto que acaso no restaure el orden y la justicia, pero que ve matizada su condición de «crimen» (nombre con el que es presentado en el título del capítulo) para convertirse en una suerte de respuesta de los «inocentes» ante su sacrificio. Finalmente, hay que señalar el contexto global de la producción de un autor como Delibes, siempre atento a la pintura psicológica de sus personajes, sensible a las tensiones provocadas por las injusticias sociales, y especialmente compasivo con/afecto a los seres más débiles o desvalidos –niños, ancianos, dementes-, muchas veces convertidos en protagonistas de sus relatos. LAS TÉCNICAS NARRATIVAS Y LAS VOCES DE LA NOVELA Se deben destacar la variedad y singularidad de los usos narrativos de Miguel Delibes, así como la originalidad formal de una novela en la que cada uno de sus seis capítulos o «libros» se conciben como una retahíla narrativa sin solución de continuidad, con un peculiar empleo de los signos de puntuación, que reserva el punto, exclusivamente, para el cierre de cada uno de esos capítulos. Por lo que respecta a las «voces» de la novela, cabría recordar que la acción está relatada desde la perspectiva de un narrador testigo de los hechos y empático con los personajes, según se observa en su especial afecto por los desvalidos y los «inocentes» (el Azarías y la Niña Chica), comparados en el pasaje con «dos ángeles». La voz de ese narrador se mezcla y alterna con la de los mismos personajes, merced al empleo del estilo indirecto libre y del estilo directo libre. El primero de esos dos estilos constituye una forma de discurso a medio
camino entre la voz del narrador y la del personaje, y resulta por tanto especialmente grato al propósito de la novela, aunque no hay huella alguna de él en el pasaje planteado y, de hecho, es considerablemente menos frecuente que el estilo directo libre. El estilo directo libre, por su parte, se resuelve en la aparición de frases sueltas de los protagonistas, que sirven para caracterizarlos, y que tienen tendencia a repetirse (así, en el empleo de la interjección «ae» de la Régula o en aquel «milana bonita» de Azarías, trascendental para entender sus sentimientos y su papel en el desenlace trágico de la obra). Los diálogos entre los protagonistas, por último, reflejan con precisión la riqueza del habla rural, al tiempo que imponen un nuevo matiz a esa oposición entre señores y siervos que imbrica y da sentido a todo el relato: en el pasaje, el habla espontánea de la Régula («ae… Cacho marrano») constituye todo un signo de su distancia económica y cultural con respecto a los «señoritos» a los que, desde su ingenuidad y al respecto de su pulcritud, alude el Azarías en el parlamento anterior.