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La Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición fue una institución fundada en 1478 por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos.
Al intensificarse en los siglos XI y XII la actividad de los cátaros y albigenses, considerados como herederos de maniqueos, reaccionaron violentamente contra ellos el pueblo y príncipes cristianos. Hubo muchos casos de violencias populares en que se llegó a aplicar contra aquéllos la pena del fuego. Algunos príncipes dictaron la pena de muerte por el fuego contra herejes de su tiempo: el conde Raimundo V de Tolosa, Pedro II de Aragón, Luis VIII y Luis IX de Francia. Los papas, durante algún tiempo, tuvieron que frenar el impulso creciente del pueblo cristiano; pero, al fin, ya Alejandro III, en el III concilio ecuménico de Letrán, codificaron las leyes existentes y urgieron su cumplimento.
Federico II publicó, en 1224, una ley imperial por la que se imponía la pena de muerte a los herejes. El papa Gregorio IX, en 1231, aceptó para toda la Iglesia esta constitución y tomó diversas medidas para asegurar su cumplimiento. La principal fue la creación del nuevo tribunal de la Inquisición, del que se encargó definitivamente la nueva orden de los dominicos. Tal fue el origen de la Inquisición. Se comenzó, pues, a proceder contra la herejía conforme a las leyes existentes. En 1231 se nombró inquisidor a Conrado de Marburgo para Alemania, y a otros varios para diversos territorios. En Aragón se estableció el nuevo tribunal a instancias de san Raimundo de Peñafort y de Jaime Y el Conquistador. El primero redactó un Manual práctico de inquisidores, cuyo original ha sido recientemente encontrado y publicado. En este Manual y en algunas cartas de Gregorio IX se expone con todo detalle el modo como debían proceder los nuevos tribunales. Al llegar el inquisidor a una población, dirigía una alocución al pueblo cristiano y anunciaba el llamado tiempo de gracia, durante el cual los culpables que confesaban libremente su culpa eran perdonados y sólo se les imponían ligeras penitencias espirituales. Luego comenzaba el interrogatorio sistemático. En un principio no se disponía de abogado; pero posteriormente se introdujo el sistema del secreto de los testigos, que dificultaba la defensa, pero era necesario para el procedimiento de la Inquisición. La tortura comenzó a utilizarse desde 1252, en tiempo de Inocencio IV. Concluida la investigación, los inquisidores promulgaban la sentencia, cosa que generalmente se hacía en los llamados autos de fe. Para la ejecución de los más graves castigos, los reos eran relajados al brazo secular. El castigo más riguroso era el de la muerte, que generalmente era por el fuego. Seguían: la cárcel perpetua o temporal y la confiscación de bienes y otros castigos temporales. Algunos penitenciados debían llevar unas cruces sobre sus vestiduras, que fue el origen de los sambenitos, corozas y otros distintivos de la Inquisición.
El Tribunal religioso creado a instancias de los Reyes Católicos para investigar y castigar los delitos contra la fe. Los motivos que impulsaron a los Reyes Católicos a establecer la Inquisición dimanaron, sobre todo, del problema de los falsos conversos judíos (judaizantes), que tenía especial gravedad en la Baja Andalucía. Constituían una burguesía urbana, odiada por su influencia y por la riqueza de algunos de sus miembros. Durante el reinado de Enrique IV actuaron imprudentemente; aunque bautizados, no se recataban practicar ceremonias judaicas, con lo que provocaron reacciones populares, a la vez por motivos sociales y religiosos. También por motivos complejos, más bien religiosos en Isabel y políticos en Fernando, los reyes obtuvieron del papa Sixto IV el nombramiento de los primeros inquisidores en 1478. Dos años después, el primer tribunal comenzó su actuación en Sevilla; luego se crearon en otras ciudades castellanas y en Aragón, donde sustituyeron a la Inquisición medieval. En 1483 se creó el Consejo de la Suprema y general Inquisición (Vulgarmente llamado “la Suprema”), con autoridad sobre todos los tribunales provinciales. Como inquisidor general fue nombrado fray Tomás de Torquemada, prior del convento de dominicos de Segovia. Se ha demostrado que Torquemada, como otros fervientes patrocinadores de la Inquisición, era de ascendencia judeoconversa, pues los conversos sinceros profesaron un odio profundo a los judaizantes.
La Inquisición recibió desde el reinado de los Reyes Católicos la organización que, con ligeras modificaciones, había de conservar en sus tres siglos largos de existencia. Era un tribunal eclesiástico qué dependía nominalmente de la Santa Sede, pero en realidad del rey de España, por concesión y delegación suya. Esta circunstancia no autoriza a considerarlo como un tribunal político o mixto, pues no hay que olvidar que los reyes se consideraban protectores de la Iglesia y tenían extensas atribuciones (regalías) en materia de disciplina eclesiástica. El hecho de que a veces se sirvieran de la Inquisición con fines políticos no altera el carácter eclesiástico de dicho tribunal.
Cada tribunal constaba de varios inquisidores, un fiscal y los subalternos necesarios. Contaba con el asesoramiento de teólogos, llamado calificadores, y con un crecido número de agentes seculares, llamados familiares, que eran como la policía del Santo Oficio. El cargo de familiar tenía varias ventajas: estaba exento de la jurisdicción ordinaria y probaba la limpieza de sangre del que lo ostentaba, por lo cual era un cargo solicitado; hubo que dar reiteradas órdenes para limitar su número.
La competencia del tribunal sólo se extendía a los bautizados. Los judíos y musulmanes no fueron molestados por él; pero tras la expulsión de los judíos y el bautismo forzado de los moriscos quedó realizada la unidad religiosa en el terreno legal, y todos los habitantes de España cayeron bajo la vigilancia de la Inquisición. El caso de los protestantes extranjeros era más dudoso; la Iglesia reconocía la validez de su bautismo, y, por lo tanto, su obligación de vivir como católicos; los comerciantes o marinos que llegaban a España arriesgaban ser procesados y condenados como herejes y, de hecho, algunos neerlandeses, ingleses y franceses lo fueron, hasta que en el siglo XVII se firmaron tratados comerciales en los que el gobierno de Madrid aceptó la presencia de protestantes extranjeros, con tal que no hicieran propaganda de sus doctrinas ni menosprecio del culto católico.
Los casos de brujería y hechicería eran también de la competencia de la Inquisición, así como otros que, en realidad, no pertenecían al dominio de la fe, sino al de las costumbres: bigamia, blasfemia, confesores solicitantes, posesión de libros prohibidos, etc.
Los recursos económicos con que contaba el Santo Oficio eran, ante todo, las multas y confiscaciones. La incautación de bienes se aplicaba a todo procesado, y a cuenta de ellos se le mantenía mientras permanecía en prisión. Si era absuelto, se le devolvía el resto; si era condenado a penas graves, sufría además la confiscación total. En los primeros años de actuación, la confiscación de los bienes de muchos judaizantes no sólo permitió atender a los sueldos de los inquisidores y demás gastos, sino que quedó un resto que se empleó en atenciones públicas. El número de condenados bajó mucho en el reinado de Carlos V, por lo que los reyes destinaron el producto de una canonjía a cada catedral a completar los ingresos del tribunal.
La Inquisición fue suprimida en 1808 por José Bonaparte, y en 1813 por las cortes de Cádiz. En 1814 fue restablecida, pero el arruinado y desacreditado tribunal sólo prolongó una existencia fantasmal hasta su definitiva desaparición, decretada por el régimen liberal en 1820.////
Felipe II, el Prudente, nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527, hijo del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal. Ya desde muy joven fue preparado para ser rey; de ello se encargaron Juan Martínez Silíceo y Juan de Zúñiga. Su padre también le educó y preparó en política y diplomática, dejándole como regente durante sus ausencias en 1543 y 1551.
Asumió el trono español tras la abdicación de Carlos I en 1556 y hasta 1598 gobernó el vastísimo imperio integrado por Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y su imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas.
Después de viajar por Italia, los Países Bajos y ser reconocido como sucesor regio en los Estados flamencos y por las Cortes castellanas, aragonesas y navarras, se dedicó plenamente a gobernar desde la Corte madrileña con gran empeño.
La monarquía de Felipe
II se apoyaba en un gobierno de consejos, secretarios reales y una poderosa administración centralizada aunque las bancarrotas, las dificultades económicas y los problemas fiscales fueron las principales características del reinado.
Los problemas internos del reinado de Felipe II están marcados principalmente por dos hechos: la muerte en 1568 del príncipe heredero Carlos, que había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria promovida por parte de la nobleza contra Felipe. La figura del secretario Antonio Pérez fue muy notoria en el Gobierno hasta que fue destituido y acusado de corrupción.
En política exterior, el monarca se preocupó en mantener y proteger su Imperio; prueba de ello fueron los matrimonios que contrajo: se casó por primera vez con María de Portugal en 1543 y tras su muerte, con María I Tudor, reina de Inglaterra, en 1554. Su tercer matrimonio fue con la francesa Isabel de Valois en 1559 y al quedarse nuevamente viudo y sin herederos varones, se casó por cuarta vez, en 1570, con su sobrina Ana de Austria, madre del sucesor al trono español, Felipe III.
La unidad religiosa estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II, unidad de una fe que se veía amenazada por las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio Otomano se constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de Estados como Venecia, Génova y el Papado.
En 1565, a pesar de la victoria frente a los berberiscos en Malta, continuó la hostilidad con los otomanos. Don Juan de Austria, al mando de la flota naval, obtuvo una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en 1571. En el interior peninsular también se produjeron sublevaciones moriscas como, por ejemplo, en las Alpujarras granadinas.
Durante su reinado, Felipe II tuvo que afrontar numerosos conflictos externos: España luchó con Francia por el control de Nápoles y el Milanesado; y debido al elevado gasto económico de estas pugnas, pactaron la paz en Cateau-Cambrésis en 1559.
Las relaciones con Inglaterra y la lucha de ambos países por el control marítimo chocaron a partir de la muerte de la esposa de Felipe II, María Tudor. La hostilidad concluyó en 1588 con la derrota de la Armada Invencible, capitaneada por el duque de Medina-Sidonia, hecho que marcó el inicio del declive del poder naval español en el Atlántico.
Tampoco pudo solucionar el conflicto político-religioso generado en los Países Bajos. Ninguno de sus gobernadores consiguió mitigar la sublevación de los Estados Generales y la definitiva emancipación de Holanda, Zelanda y el resto de las Provincias Unidas.
A pesar de todos estos problemas, Felipe II logró un gran triunfo político al conseguir la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar. Completó la obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó la nobleza de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva al sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se codificaron leyes y se realizaron censos de población y riqueza económica.