Portada » Lengua y literatura » Literatura Medieval Española: Épica, Lírica y Prosa
La poesía épica ha existido desde tiempos remotos para exaltar a los héroes, estimular a los guerreros o afianzar el sentimiento nacional. Este género surge después de la lírica y no es frecuente en la literatura de los pueblos primitivos.
La épica romántica medieval está constituida por los llamados cantares de gesta.
El Cantar de Mio Cid es el único poema épico castellano conservado casi en su totalidad. El manuscrito que nos ha llegado es del siglo XIV y se atribuye a Per Abbat.
El Cantar de Mio Cid narra la historia de los últimos años de vida de Rodrigo Díaz de Vivar, caballero en las cortes de Castilla y León. El poema exalta la figura del Cid, noble de linaje menor, del cual se valora su lealtad y esfuerzo, en contraposición a los hombres ricos. El héroe se presenta como valeroso caballero, cuidadoso, buen esposo y padre, súbdito ejemplar y fervoroso cristiano.
A diferencia de los héroes de la épica francesa, D. Rodrigo es representado con el rasgo fundamental de la mesura: es prudente, equilibrado, sagaz y astuto. No es un personaje plano, ya que no muestra siempre la misma actitud.
La trama se articula en torno a dos asuntos:
El poema presenta una métrica irregular. Los versos varían entre 10 y 20 sílabas, se dividen con una cesura, separando así dos hemistiquios, y se agrupan en tiradas. La rima es asonante.
En el relato se producen elipsis y se anuncian hechos que luego serán contados.
Debido a su transmisión oral, una nota característica es el formulismo:
El Mester de Clerecía surge en el siglo XIII y comprende una serie de obras con características comunes:
Con el Mester de Clerecía nace la conciencia de autoría. Gonzalo de Berceo es el primer poeta castellano que abandonó el anonimato propio de la épica.
Los poemas de Berceo se dirigen a monjes, sacerdotes y novicios, quienes transmitían la doctrina a sus fieles mediante la predicación en lengua vernácula.
En la producción berciana se distinguen tres tipos de obras:
La obra se estructura en dos partes: una introducción y un conjunto de 25 milagros.
El Libro de Buen Amor se presenta como una autobiografía estructurada en una serie de aventuras amorosas.
Destaca el episodio de don Melón y doña Endrina, con la mediadora Trotaconventos. En otros episodios, las protagonistas son monjas, moras, serranas…
El yo protagonista, que encubre a varios personajes, brinda unidad a las experiencias amorosas. Se intercalan piezas líricas de métrica variada y dos composiciones alegóricas: el debate del protagonista con don Amor y la batalla de don Carnal y doña Cuaresma.
En el prólogo en prosa se exponen dos propósitos: enseñar y recoger composiciones poéticas. El autor manifiesta su intención de inducir al buen amor; los casos propuestos son ejemplos de amores que se deben evitar.
El Libro de Buen Amor introduce el lenguaje popular, manifiesto en el uso del refranero, las llamadas de atención al oyente y el empleo de eufemismos sexuales.
Los romances son poemas narrativos y anónimos destinados al canto. Generalmente, están compuestos por versos de 8 sílabas (aunque puede variar), con rima asonante en los pares y algunos con rima consonante.
Las primeras manifestaciones de la prosa medieval castellana son de finales del siglo XII y principios del XIII, sin intención literaria.
En los siglos XIII y XIV se desarrolló un movimiento que pretendía brindar al pueblo educación cristiana. Las primeras colecciones –Sendebar y Calila e Dimna– datan del siglo XIII y están integradas por cuentos indios traducidos del árabe. Son historias enmarcadas.
La prosa castellana se consolidó gracias a Alfonso X el Sabio. Sus obras, fruto de un trabajo colectivo, se clasifican en:
Don Juan Manuel, de la alta nobleza, escribió sobre la observación de sus dominios y la ambición por acrecentar su poder. Defiende un orden social basado en tres estamentos: oratores, bellatores y laboratores.
Don Juan Manuel recogió la tradición dominica de enseñanza amena, de donde surge El Conde Lucanor, dividido en cinco partes:
Trata la aventura caballeresca (novelas de caballerías) y el ideal amoroso (novela sentimental).
Narran las aventuras de un caballero andante que realiza un viaje con pruebas y elementos sobrenaturales. Se originan en la leyenda del rey Arturo. La obra más importante, Amadís de Gaula (llegada a principios del siglo XVI), circulaba a mediados del siglo XIV. La acción transcurre en lugares reales y exóticos.
Trata los estados emocionales y conflictos internos de los personajes. Desarrolla una historia amorosa con desenlace triste. El enamorado suele morir y la dama se muestra cruel. Abundan la antítesis, paradojas y alegorías. La novela prototípica es Cárcel de amor, de Diego San Pedro.
Publicada a finales del siglo XV, se imprimió en castellano en varios países y se tradujo a otras lenguas. Los actos del II al XXI son obra de Fernando de Rojas.
Calisto, rechazado por Melibea, acude a la alcahueta Celestina. Recompensada por Calisto, Celestina convence a Melibea para una cita. Sempronio y otro criado exigen su parte a Celestina, pero ella se niega y la asesinan. Calisto cae y muere, y Melibea se suicida.
En la versión de 1512, no mueren tras la primera noche de amor.
La Celestina se sitúa en la comedia humanística, leída en voz alta en ambientes universitarios. Hereda la presentación de hechos de la época, la acción en distintos lugares, la duración incierta, los largos monólogos y el anticlericalismo.
Original, compleja y ambigua. Algunos insisten en su intención moralizadora (capacidad de destrucción del loco amor). Otros opinan que predomina una visión desengañada y pesimista del mundo.
Los personajes adecuan su lenguaje a la situación. Reproduce el pensamiento de otros autores mediante sentencias y refranes.