Portada » Historia » Las Revoluciones Liberales y el Nacionalismo en el Siglo XIX
El nacionalismo es una ideología política que defiende la existencia de las naciones como unidades independientes y soberanas. Sostiene que los miembros de una nación deben compartir una serie de características comunes como:
El Romanticismo fue un movimiento político, social y cultural originado en el siglo XIX en Alemania como contraposición a la Ilustración, que después se expandiría por toda Europa y América. En él se exalta la subjetividad y los sentimientos tales como la pasión, la fantasía, el sentimiento desbordado y el nacionalismo como forma política.
El liberalismo fue un movimiento político y social originado en España, concretamente en Cádiz en el contexto de la invasión napoleónica, que más tarde llegaría a Francia y después a Gran Bretaña. Este movimiento buscaba:
Desde principios de siglo, en la ciudad de Cádiz ya se podía encontrar un ambiente liberalista. Tras la expulsión de los franceses, se redacta en el Oratorio de San Felipe de Neri la Constitución de 1812, conocida popularmente como La Pepa, la cual defendía la división de poderes y la soberanía nacional, principios opuestos a la monarquía de Fernando VII.
Paralelamente, al otro lado del Atlántico, se estaban produciendo fuertes revueltas en las colonias en busca de la independencia. Para solventar esto, Fernando VII envía una tropa española al mando de los generales Riego y Quiroga. De camino a Cádiz, a la altura aproximada de la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan, con el apoyo del ejército se pronuncian a favor de los liberales, y por ende, en contra de Fernando VII. Haciéndolo jurar la Constitución y declarándose el Trienio Liberal (1820-1823). Convirtiendo su reino en un nuevo régimen liberal que tomó medidas como la abolición de la Inquisición o la libertad de imprenta.
Fernando VII, no contento con esto, contacta con el Congreso de Viena y les explica lo sucedido. Estos responden con la Santa Alianza enviando un ejército francés liderado por el duque de Angulema, llamado los cien mil hijos de San Luis (aunque en verdad eran solo 80.000 soldados). Estos buscaron, ajusticiaron y asesinaron a los liberales españoles, siendo el más destacado el asesinato de Torrijos, ya que Antonio Gisbert representó su muerte en su cuadro Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga.
Entonces, por un lado, se restaura la monarquía absoluta con Fernando VII en el trono. Y por otro lado no fue posible frenar la independencia de las colonias, quedando solo Cuba y Puerto Rico.
Grecia estuvo bajo el dominio del Imperio Otomano desde la caída del Imperio Bizantino tras la conquista de Constantinopla en 1453. No fue sino hasta el siglo XVIII que emergieron movimientos nacionalistas buscando la independencia del territorio. Estos movimientos culminaron en una insurrección popular griega, respaldada por Rusia, Austria-Hungría y Gran Bretaña, aprovechando la debilidad del imperio turco en ese momento para debilitarlo aún más. Esto desató una guerra de independencia en 1821 que duró nueve años y concluyó con el Tratado de Adrianópolis en 1829, otorgando a los griegos cierta autonomía, que finalmente llevó a la declaración de independencia en la Convención de Londres en 1830.
Oleada revolucionaria de tipo liberal-nacionalista que sólo tuvo éxito en Francia y después en Bélgica. Ya que, en la Confederación Germánica, en Polonia y en el norte de Italia, la revolución fue duramente reprimida.
La revolución liberal de Francia de 1830, conocida también como las Tres Gloriosas y la Revolución de Julio, fue un levantamiento popular en Francia entre el 27 y el 29 de julio de 1830. Este acontecimiento se enmarca en el contexto del descontento de las clases populares debido a las políticas absolutistas de Carlos X, último Borbón en Francia.
Carlos X firma las Ordenanzas que limitan la libertad de prensa, modifican el sufragio y disuelven las cámaras, junto con una gran crisis económica provocada por unos años de malas cosechas. Esto ocasionó una fuerte insurrección en París que duró 3 días; del 27 al 29 de julio de 1830, la cual puso fin a la dinastía de los Borbones en Francia con el destronamiento de Carlos X y coronó a Luis Felipe de Orleans como nuevo rey; instaurándose así una monarquía constitucional. Este cambio supuso la consolidación del sistema democrático y el afianzamiento del estado de derecho, además sirvió de ejemplo a otros movimientos revolucionarios en Europa como la Revolución belga en ese mismo año.
Fue una sucesión de revueltas y revoluciones que ocurrieron en Europa en 1848 con las clases medias como protagonistas. Movidas por la lucha por la libertad, la independencia nacional y reformas políticas y sociales. Estas revueltas estaban impulsadas por el descontento social, el nacionalismo y el deseo de democratización. Además de esto, tuvieron un impacto duradero en la política europea.
La Revolución de Febrero de 1848 en Francia fue un levantamiento popular que derrocó al rey Luis Felipe de Orleans y estableció la Segunda República Francesa. Este evento fue impulsado por el descontento social y económico, así como por la demanda de reformas políticas. La Segunda República vio el surgimiento de un gobierno provisional de carácter democrático y la redacción de una nueva constitución. Esta revolución marcó el comienzo de una serie de levantamientos en toda Europa durante la Primavera de los Pueblos. Sin embargo, en 1852, el presidente Luis Napoleón Bonaparte dio un golpe de Estado y se proclamó emperador, estableciendo el Segundo Imperio Francés, que duró hasta la derrota de Napoleón III en la Guerra Franco-prusiana en 1870.
En 1815, Italia estaba fragmentada en numerosos estados después del Congreso de Viena y estaba dominada principalmente por potencias extranjeras, especialmente Austria. A pesar del fracaso de la Revolución de 1848 en Italia, el sentimiento nacionalista se reflejaba en la literatura, la política y la economía, con una marcada oposición a Austria. Figuras como Giuseppe Mazzini, Camillo Cavour y Giuseppe Garibaldi desempeñaron roles fundamentales en la lucha por la unificación, mientras que el surgimiento del periódico «Il Risorgimento» y obras artísticas como las de Verdi alimentaron el fervor patriótico.
Además, a partir de 1848, en el norte de Italia (Lombardía y Véneto) el deseo de una nación unificada se fortaleció. El Reino de Piamonte y Cerdeña se convirtió en un impulsor principal de la unificación, enfrentándose a los austriacos en varias ocasiones. En 1861, el Parlamento de Turín proclamó a Víctor Manuel II de Saboya como rey de Italia, aunque la cuestión romana aún no se había resuelto por completo.
Los enfrentamientos y las alianzas internacionales también jugaron un papel crucial. Por ejemplo, Cavour solicitó el apoyo de Francia en la lucha contra Austria, lo que llevó a la creación del Reino del Norte de Italia. Posteriormente, los estados centrales, como Parma, Módena, Toscana, Florencia y Romaña, buscaron unirse a este nuevo estado unificado.
Finalmente, la incorporación del Reino de las Dos Sicilias al nuevo estado italiano se logró gracias a la labor de Garibaldi y sus «Casacas Rojas» o «Mil». La retirada de las tropas francesas de Roma en 1870, tras la derrota en la guerra Franco-prusiana, permitió que la ciudad se convirtiera en la capital del nuevo reino, completando así el proceso de unificación italiana. Este evento tuvo repercusiones duraderas en la configuración política y social de Italia y Europa en su conjunto.
La unificación alemana, uno de los eventos más significativos de la historia europea del siglo XIX, marcó el fin del siglo de fragmentación política y división territorial.
Este proceso, liderado por Otto von Bismarck, el Canciller de Hierro, y consolidado bajo el dominio de Prusia, transformó el mapa político del continente y sentó las bases para el surgimiento de Alemania como una potencia mundial.
El deseo de unificar los estados alemanes en una sola nación había existido desde mucho antes del siglo XIX. Sin embargo, la resistencia de las potencias vecinas y las rivalidades internas obstaculizaron este objetivo durante mucho tiempo. Fue la guerra Austro-prusiana de 1866 la que proporcionó a Prusia la oportunidad de debilitar a Austria y establecer su supremacía sobre los estados alemanes del sur.
El siguiente paso crucial hacia la unificación llegó en 1870 con la guerra Franco-prusiana. Esta guerra no solo debilitó más a Francia, sino que también fortaleció el sentimiento nacionalista alemán.
La victoria prusiana en la batalla de Sedán y la proclamación del Imperio alemán en 1871 en el Salón de los Espejos de Versalles fueron momentos culminantes en el proceso de unificación, humillando a los franceses y fortaleciendo ese sentimiento alemán.
Bismarck, con su habilidad diplomática y política, logró asegurar la participación de los estados del sur en la unificación bajo la hegemonía prusiana, formando así un imperio alemán unificado con Guillermo I de Prusia a la cabeza. No obstante, este imperio no fue una democracia liberal en el sentido moderno; más bien, era una monarquía constitucional con un parlamento elegido por sufragio censitario.
Aún así, no todo fue color de rosa, debido a que la unificación alemana trajo consigo bastantes tensiones y rivalidades tanto internas como externas. Las minorías étnicas del imperio, como los polacos o los daneses, enfrentaron políticas de germanización, y las tensiones con Francia y otras potencias europeas persistieron, lo que propició el estallido de la Primera Guerra Mundial.
En conclusión, la unificación alemana fue un evento transformador que dio forma, no solo al destino de Alemania, sino también al equilibrio de poder en Europa. Este proceso no solo consolidó la supremacía prusiana, sino que también sentó las bases para el surgimiento de una nueva potencia en el escenario mundial.