Portada » Historia » Las Guerras Contra el Terrorismo: Afganistán e Irak
La guerra contra el terrorismo es una campaña de Estados Unidos, apoyada por miembros de la OTAN y otros aliados, para acabar con el terrorismo internacional. Su objetivo es eliminar a grupos terroristas considerados como tales por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y a sospechosos de pertenecer a estos grupos. Esta ofensiva internacional, lanzada por el gobierno de Bush tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington (realizados por Al-Qaeda), se convirtió en un eje central de la política exterior e interior del expresidente de Estados Unidos, con el apoyo de otros estados (Reino Unido, Canadá, etc.).
Tras la guerra civil afgana (1992-1996), el régimen islamista talibán controló casi todo el territorio. La guerra de Afganistán (2001) comenzó por la negativa talibán a entregar a Osama Bin Laden, responsable de los atentados del 11-S. Estados Unidos, la ONU y países de la Unión Europea invadieron Afganistán para derrocar a grupos terroristas como Al-Qaeda, eliminar a los talibanes del poder y asegurar la transición a la democracia. Se iniciaron operaciones para estabilizar y reconstruir el país. Tras la caída de los talibanes, la oposición asumió el poder, iniciando la democratización y el desmantelamiento de las bases terroristas. El Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución para bloquear las subvenciones financieras y logísticas a organizaciones terroristas.
Tras la invasión de Afganistán, el presidente George Bush incluyó a Irak en el «eje del mal», acusando al gobierno iraquí de poseer armas de destrucción masiva y colaborar con organizaciones terroristas. Anunció su intención de intervenir militarmente para derrocar a Saddam Hussein. A diferencia de la invasión de Afganistán, el gobierno estadounidense no logró un consenso internacional, contando solo con el apoyo del Reino Unido, Australia, Polonia, España y Dinamarca. La ONU y los gobiernos de Francia, Rusia, Alemania y China se opusieron.
En marzo de 2003, Estados Unidos, con apoyo británico y de otros aliados, inició las hostilidades. Debido a la desproporción de fuerzas y la escasa resistencia iraquí, el régimen de Hussein cayó en pocas semanas. En mayo, Bush declaró la victoria, pero mantuvo tropas para consolidar un nuevo gobierno democrático. Se propuso una democratización del régimen. En septiembre de 2003, se formó el primer gobierno de la posguerra, integrando a la minoría chiíta marginada por el régimen anterior. Saddam Hussein fue condenado a muerte y ejecutado. Sin embargo, la falta de confianza de la población iraquí en los administradores extranjeros, vistos como un ejército de ocupación, se hizo evidente. En marzo de 2004 se aprobó una constitución iraquí, y en enero de 2005 se celebraron las primeras elecciones para una asamblea nacional. La guerra de Irak no logró sus objetivos:
El 11 de marzo de 2004, un atentado terrorista reivindicado por Al Qaeda en la estación de Atocha (Madrid) causó 191 muertes. En julio de 2005, un grupo integrista islamista atentó contra el metro y autobuses de Londres, causando 56 muertes.
Tras años de hostilidades, la situación en Irak y Afganistán es desastrosa. En Afganistán, la OTAN mantiene una ocupación con más de 50.000 efectivos, debido a la incapacidad del débil gobierno prooccidental para controlar la situación. La desestabilización se ha extendido a Pakistán, donde un régimen autoritario aliado de Estados Unidos ha sido golpeado por grupos fundamentalistas islámicos que realizan actos terroristas constantes y aspiran al poder (en 2007 murieron más de 35.000 personas en atentados). Irak sufre creciente violencia interétnica (especialmente con la población kurda) y religiosa (entre sunitas y chiítas), lo que amenaza con una guerra civil y dificulta la retirada de las tropas angloamericanas.