Portada » Historia » Las consecuencias de la Ley General de Ferrocarriles de 1855
El ritmo de crecimiento de la población española a lo largo del Siglo XIX, comparado con otros países europeos, fue lento (aumento del 77% frente al doble europeo). El crecimiento demográfico y la modernización económica –industrialización- irán de la mano en este período. La tasa de natalidad española, al finalizar el siglo, era de las más altas de Europa. Sin embargo, si la relacionamos con la muy elevada mortalidad, se advierte que fue insuficiente para permitir un fuerte crecimiento de la población, como el que se estaba produciendo en los países más desarrollados. Igualmente la esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Todo ello muestra la pervivencia de un régimen demográfico antiguo (alta natalidad y mortalidad, con el resultado de un crecimiento lento). Las causas principales de esta situación fueron: crisis de subsistencias, epidemias y enfermedades endémicas. Las crisis de subsistencias podían deberse a dos tipos de motivos: coyunturales, como las malas condiciones climáticas; y estructurales, como el atraso técnico de la agricultura, y un sistema deficiente de transportes y comunicaciones. De entre las epidemias, las que más afectaron a España fueron, la fiebre amarilla y el cólera. Por su parte, las enfermedades endémicas de mayor incidencia fueron la tuberculosis, la viruela, el sarampión, la escarlatina o la difteria. La situación en Cataluña era algo diferente ya que su despegue industrial se situó en la segunda mitad del Siglo XVIII, desmarcándose así del atraso económico general del resto de España. Del mismo modo, la población catalana inició su propia transición al régimen demográfico moderno, en un proceso similar al de los países europeos más adelantados. La causa de esta diferencia es evidente: mientras en el resto de España la proporción de población campesina apenas varíó a lo largo del siglo, en Cataluña descendíó de forma constante y se trasvasó a las ciudades (éxodo rural). En cuanto a los movimientos migratorios, la población española durante el Siglo XIX continuó las dos tendencias iniciadas a finales de la Edad Media: el desplazamiento del norte hacia el sur y el abandono de la meseta central, salvo en el caso de Madrid, para concentrarse en la costa mediterránea y atlántica meridional.
La explicación se encuentra en dos ventajas: las tierras son más fértiles que las de secano del interior y; los transportes y comunicaciones por mar eran más rápidos, baratos y seguros que las difíciles comunicaciones por el interior. En consecuencia, la población levantina y meridional se duplicó entre 1787 y 1900. En cambio, tanto la población del norte como la del centro, en conjunto, descendieron. En una segunda etapa, a finales del Siglo XIX, la emigración fue dirigíéndose a América, destacando sitios como Cuba, Argentina o Paraguay. El proceso de urbanización fue muy limitado. El movimiento migratorio del campo a la ciudad revistió especial importancia por ir asociado a la revolución agrícola e industrial: la mano de obra sobrante en el campo, como consecuencia de la revolución agrícola, era absorbida por las industrias urbanas, en plena expansión con la revolución industrial. Sin embargo, durante el Siglo XIX España apenas modernizó su agricultura, e inició una industrialización lenta, escasa y tardía, por lo que el éxodo rural se aplazó hasta finales del siglo y, sobre todo, a la centuria siguiente. En 1900 la gran mayoría de la población española era todavía rural (el 91% habitaba en localidades de menos de 100.000 habitantes). De hecho, a finales del Siglo XIX solo Madrid y Barcelona estaban en torno al medio millón de habitantes, mientras que en Europa más de veinte ciudades superaban esta cifra. País Vasco y la costa peninsular se desarrollaron con posterioridad. El crecimiento urbano en estas zonas dio lugar a transformaciones urbanísticas: se derribaron sus cercas y murallas y surgieron nuevos barrios (los ensanches) burgueses y obreros. Los barrios burgueses surgieron de forma planificada, contaron con todo tipo de servicios y alta calidad constructiva (ej. Barrio de Salamanca en Madrid) mientras que los barrios obreros crecieron de forma desordenada junto a las fábricas, su calidad constructiva era ínfima y carecían de servicios (agua corriente, alcantarillado, escuelas etc.).
8.2. La revolución industrial en la España del Siglo XIX. El sistema de comunicaciones: el ferrocarril.
Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna. En España, durante el Siglo XIX, se pretendíó impulsar, como en otros países de Europa, el proceso de Revolución Industrial. Sin embargo, evoluciónó a un ritmo muy lento debido al limitado desarrollo agrícola, la escasa capacidad productiva de las manufacturas tradicionales, la inexistencia de un mercado nacional, y la escasez de capitales españoles. La industria se limitó a dos focos periféricos: la industria textil catalana y la siderurgia vasca. O Cataluña fue la única zona donde la industrialización se originó a partir de capitales autóctonos, con predominio de la empresa de tamaño mediano, siendo el sector más dinámico el algodonero. O El desarrollo de la siderurgia fue más irregular debido a la inexistencia de buen carbón y una demanda insuficiente. Su localización fue cambiando a lo largo de la centuria: la siderurgia andaluza (Marbella y Málaga), la asturiana (Mieres y Langreo), y la vizcaína (favorecida por la importación de carbón británico y la calidad del hierro). Esta última inició un crecimiento sostenido a partir de la Restauración, sobre todo tras la fusión empresarial de 1902 en la sociedad “Altos Hornos de Vizcaya”. La siderurgia sirvió de estímulo para el desarrollo de empresas metalúrgicas vascas y la construcción de astilleros. Por su parte, la explotación de la riqueza minera española (plomo, Mercurio, cobre, hierro) no alcanzó su pleno apogeo hasta el último cuarto del siglo. Esto fue posible gracias a cambios en la legislación (Ley de bases sobre minas de 1868), pero sobre todo, a la inversión de compañías extranjeras. No obstante, el carbón español, fuente de energía de la Primera Revolución Industrial, era escaso, de mala calidad y caro, por lo que la mitad del carbón consumido era importado. Otro elemento unido a la industrialización fueron los transportes y comunicaciones. España se encontraba en clara desventaja respecto a Europa, pues las peculiaridades de la geografía peninsular supusieron una dificultad añadida. No obstante, mejorarán notablemente desde 1840 gracias al ferrocarril. Las primeras líneas construidas fueron algunos tramos cortos. Pero, el verdadero desarrollo vendrá con la Ley General de Ferrocarriles de 1855 que fomentaba la creación de sociedades anónimas ferroviarias; contemplaba subvenciones e, incluso, permitía la importación de materiales ferroviarios.
El resultado fue un rápido ritmo de construcción en los primeros diez años, hasta la crisis de 1866, debido sobre todo a la afluencia masiva de capital (francés), tecnología y material extranjero. El último impulso constructor del Siglo XIX comenzó en 1876, y coincidíó con el desarrollo de la minería, por lo que una gran parte de los nuevos tramos conectaban las zonas mineras con el resto del país. En definitiva, entre las consecuencias derivadas de la Ley de Ferrocarriles y de la forma en que se aplicó, se podrían señalar: las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras (no estimuló apenas la industria siderúrgica nacional); el escaso capital privado español se invirtió en ferrocarriles y no en industrias; apenas había mercancías que transportar por lo que muchas compañías quebraron, arrastrando en su caída a bancos y sociedades de crédito. Por otro lado, frente a la primacía industrial inglesa, las naciones europeas trataron de proteger sus nacientes industrias de la fuerte competencia inglesa. La política arancelaria española a lo largo del Siglo XIX fue alternando el proteccionismo (apoyo de la industria catalana, siderurgia vasca y cerealistas castellanos) con algunas medidas librecambistas (apoyo de los comerciantes y compañías ferroviarias), entre las que destacó el Arancel Figuerola (1869) que no prohibía la importación de ningún producto, y se rebajaban los aranceles sobre los productos importados. La Restauración significó de nuevo la vuelta al proteccionismo con la Ley arancelaria de 1875. La Revolución Industrial vino también acompañada de la aparición de la banca moderna. Al mismo tiempo que se iniciaba la transición a un sistema monetario moderno, con la implantación de una sola unidad monetaria, lo que se consiguió en 1868 tras la instauración de la peseta, se emprendía también la creación de un nuevo sistema bancario articulado en torno al Banco de España (creado en 1856 tras una fusión bancaria; posteriormente quedó configurado como banco nacional con el monopolio de la emisión de papel moneda). A partir de las leyes bancarias de ese mismo año, relacionadas con la Ley de Ferrocarriles, surgieron numerosos bancos y sociedades de crédito, muchos de los cuales se hundieron por la crisis financiera de 1866. Tras el desastre colonial de 1898, se repatrió a España gran parte de los capitales situados en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y se inició una nueva fase de desarrollo bancario, con fundaciones tan importantes como la del Banco Hispano Americano en 1901.