Portada » Historia » La vuelta de narvaez y la inestabilidad politica. la crisis del gobierno largo tuvo lugar en marzo de 1863
– El bienio moderado y la hegemonía de la Unión Liberal (1856-1863) La nueva situación se correspondía con la de un golpe contrarrevolucionario con una constitución sin promulgar. Resistencia en algunas ciudades, sobre todo Barcelona y Zaragoza. Sorprendentemente, el golpe (que contó con el apoyo francés) mejoró la situación de las cotizaciones bursátiles españolas. El gobierno empezó a actuar: se suprimió la Milicia Nacional, se disolvieron las Cortes (quedando la constitución, para siempre “non nata”), se paralizó la desamortización y se restituyó la constitución de 1845. Tres meses después, la reina despachó a O’Donnell eligiendo a Narváez en un baile celebrado en palacioA partir de entonces se sucedieron varios gobiernos abiertamente reaccionarios. Es en este ambiente en el que surge una nueva agrupación política encargada de denunciar la situación y finalmente de dominarla: La Unión Liberal pretendía dar soluciones socioeconómicas modernizadoras superando una situación política paralizante. La base debe buscarse en los antiguos progresistas moderados y en los moderados puritanos, con el visible liderazgo, como no, de un militar de prestigio, O’Donnell, en medio de un ideario político muy ambiguo. Sería una fuerza útil para frenar la revolución pero también para paralizar las intentonas reaccionarias (sobre todo las del entorno del rey) tendentes a la aproximación del régimen al carlismo. Posada Herrera, el “Gran Elector”, un antiguo progresista, sería su ideólogo. No puede negarse a la agrupación un cierto éxito político que hizo posible el “gobierno largo” de O’Donnell, el más largo de la España isabelina (1858-1863). El nuevo poder político buscaría la estabilidad. El orden se garantizará mediante la adhesión militar, a su vez premiada desde el autoridad con una amplia acción exterior. Esta procuraba alcanzar una cierta exaltación nacional (en una época presidida en Europa por las políticas “de prestigio”) que sirviera como catalizador para la convergencia política interior, tan inalcanzable antes y alentada por su principal valedor exterior, la Francia del II Imperio. Las aventuras exteriores de la Unión Liberal se desarrollaron en tres escenarios: Los discretos logros exteriores redundaron en la política interior negativamente. O’Donnell podía haber virado hacia el progresismo, pero no lo hizo. Es posible que su cercanía personal a la reina se lo impidiera. Sea como fuere, cada vez más aislado. O’Donnell optó por la dimisión en marzo de 1863. La crisis final del reinado (1863-1868) Tras el fin del Gobierno Largo, se sucedieron siete gobiernos en medio de una aguda y creciente crisis política. Tuñón de Lara habla de situación “prerrevolucionaria” aunque Burdial matiza que “asombrosamente larga”. En septiembre de 1863, los progresistas anunciaron su retraimiento de la vida electoral, con lo que se iniciaba su salida del régimen. Los ostensibles errores de la monarquía en estos sus últimos años llevarían a sus enemigos a una amplia alianza que acabaría por derrotarla. Dos aspectos deben ser valorados especialmente en esta dinámica: el sustancial incremento del peso político de las posiciones demócratarepublicanas y por otro, en íntima comunión con él, la actitud suicida de la Corona que no intenta aproximarse al progresismo y reconducirlo hacia la lealtad al régimen.21 Hacia 1860, el carlismo reapareció con la intentona de San Carlos de la Rápita intento frontal e imprudente de enfrentarse al asentamiento del liberalismo que estaban llevando a cabo los unionistas. Fue un fracaso claro, tanto del carlismo como del reaccionarismo que rodeaba al rey. No obstante, no dejaba de indicar que el malestar carlista estaba lejos de haberse disipado. Al otro lado del espectro político, sus líderes también manifestaron de manera creciente su malestar. Buena prueba de ello fueron las diversas sublevaciones campesinas que tuvieron por escenario diferentes puntos de Andalucía, sobre todo en 1857 en el área sevillana y en 1861 en la granadina (Loja). Se inició con motivo de la separación del catedrático universitario Emilio Castelar de su cátedra en la Universidad Central por la publicación de unos artículos en la prensa entendidos como ofensivos hacia la reina. En solidaridad con Castelar dimitió el rector y se convocaron protestas estudiantiles en apoyo de su profesor que culminaron en la Noche de San Daniel. La represión resultaba absolutamente desproporcionada. Estos acontecimientos dejaron tocado al gobierno. En un último esfuerzo, Isabel II volvió a llamar al gobierno a O’Donnell (junio de 1865). Este intentó acercarse al progresismo, ofreciendo una serie de medidas reformistas. No obstante, la asamblea progresista, cada vez más radicalizada e incluso en contra del parecer de algunos de sus líderes (como Prim u Olózaga), mantuvo su retraimiento (octubre, 1865). Dadas las circunstancias, Prim precipitó un pronunciamiento, intentado salir de la parálisis a la que había llevado la reina al régimen y alcanzar una solución que evitara la, para él, indeseable opción revolucionaria. Se alzó en Villarejo de Salvanés (2 de enero de 1866) fracasando en su empeño y exiliándose en Portugal. El desenlace parecía sugerir que no sería posible derribar al gobierno sin el apoyo de fuerzas civiles. Unos meses más tarde, el 22 de junio, se produjo el levantamiento de los sargentos del cuartel de San Gil con apoyo de civiles provenientes del progresismo de izquierda y de demócratas. Auténtica carnicería seguida de una brutal represión: fueron sesenta y seis los fusilados en unos pocos días con la aquiescencia de los monarcas que exigían del gobierno mayor dureza. La reina relevó a O’Donnell que, amargado, se exilió voluntariamente en Francia. Mientras se sucedían estos acontecimientos políticos, la sociedad española se enfrentaba a una profunda crisis económica. La producción del textil algodonero se vio afectada por el encarecimiento de la materia prima en los mercados como consecuencia de la guerra civil norteamericana así como por la caída de la demanda en el mercado interior por la generalizada pérdida de poder adquisitivo, consecuencia de las malas cosechas y el estancamiento de las exportaciones agrarias. Aunque, con este escenario de fondo, el detonante se produciría con la crisis industrial y financiera. El hundimiento de las empresas ferroviarias arrastró a las entidades bancarias y a la Bolsa. El desastre llegó en 1866 con la cascada de suspensiones de pagos de poderosas entidades.