Portada » Filosofía » La visión griega y su evolución a lo largo de la historia
Muchas de las teorías más destacadas que se han dado históricamente acerca del ser humano parten de la distinción entre el alma y el cuerpo.
En la época griega todavía no existía la idea del cuerpo como una unidad. Mientras vive, las referencias al cuerpo se hacen a partir de una pluralidad de términos correspondientes a sus partes visibles u órganos internos. Todo ello se considera que se encuentra bajo el efecto de distintas fuerzas y energías que causan tanto los movimientos corporales como las emociones. Esta concepción se halla presente en el siglo 8 a.C en los relatos homéricos de la Ilíada y la Odisea, en los que el término psyche se refiere a la vez a:
Para hablar de la voluntad de una persona, Homero habla de thymos mientras que apunta al noos cuando hace referencia al sentido de la vista y nuestra capacidad para representarnos las cosas. Por ello, desde esta visión, el máximo bien consiste en lograr la aceptación y el reconocimiento de los demás, mientras que el mayor mal sería cosechar su burla o desprecio.
En el siglo 6 a.C los defensores del orfismo y el pitagorismo pasaron a interpretar la psyche como una sustancia o entidad espiritual, el alma, de origen sobrenatural e inmortal, que estaba en comunicación intelectual con la divinidad, mientras que el cuerpo era simple materia corruptible. Influidos por ellos, Platón recogerá la idea de que el alma es de naturaleza espiritual, hallándose unida temporalmente al cuerpo. Una vez sale del mismo, su futuro dependerá de cómo haya vivido en él. Si ha logrado mantenerse pura y no dejarse contaminar por las tendencias negativas del cuerpo, logrará volver con los dioses. Si se encuentra muy contaminada, descenderá al Hades y padecerá castigos durante años. En el caso de que no suceda nada de lo anterior, se reencarnará en otro cuerpo, para disponer de una nueva oportunidad para limpiarse.
Hubo también en la antigua Grecia concepciones discrepantes como la de los atomistas. Leucipo, Demócrito y Epicuro optaron por una concepción materialista. Para ellos, todo lo que existe se compone de átomos y vacío. Por tanto, no consideraban que cuerpo y alma fueran de naturaleza distinta, sino que ambos eran materia. Los atomistas entendían que una persona es una estructura formada por átomos del cuerpo, del alma y vacío. Como pensaban que los átomos del alma eran los responsables de la vida, y asociaban la vida con el calor, llegaron a la conclusión de que los átomos del alma debían ser esféricos, como los del fuego pero aún más sutiles y ligeros. Desde este enfoque se rechazaba por completo la posibilidad de existencia del yo después de la muerte del cuerpo. Cuando morimos, la configuración atómica que nos define comienza a desmontarse. Y es que, mientras vivimos, al respirar o comer ganamos átomos, y al sudar, por ejemplo, los perdemos.
En el politeísmo grecorromano, los dioses se parecían a los seres humanos y su comportamiento reflejaba las maldades y virtudes humanas. El cristianismo incorpora el concepto de un Dios personal, con el que el hombre puede mantener una relación de intimidad a través de la oración. Todo ser humano nace con una mancha que deberá limpiar a través del bautismo, mediante el cual manifiesta su voluntad de ingresar en la comunidad de vida cristiana. Este sentimiento de amor universal hacia el resto de los seres humanos dará lugar a una idea altamente novedosa, la necesidad de saber perdonar a quienes nos ofenden. De la misma manera que el hombre reconoce su imperfección, debe imitar el modelo de Cristo para perdonar a quienes le causen algún tipo de daño. Durante la Edad Media, grandes teólogos como San Agustín de Hipona o Santo Tomás de Aquino destacaron en la elaboración de una filosofía cristiana. El objetivo de la misma era hacer más comprensibles cuestiones controvertidas como, por ejemplo, de qué manera había que entender la relación entre la razón y la fe, o cómo hacer compatibles la libertad humana y el hecho de que Dios lo sepa todo.
Entre los siglos 14 y 16 tiene lugar un movimiento artístico y cultural denominado Renacimiento que se origina en Italia y desde allí se expande al resto de Europa. Los artistas renacentistas hallan su inspiración en el legado de la antigüedad greco-romana. Tanto a nivel estético como filosófico se vive un gran interés por recuperar las fuentes clásicas. El movimiento intelectual más destacado es el humanismo, donde se pasa de una cultura medieval de corte teocéntrico a una cultura antropocéntrica. El ser humano se muestra ahora más optimista respecto a la posibilidad de disfrutar de la vida terrena, a la vez que sitúa como valor supremo su capacidad de pensamiento. Los humanistas exaltaron la autonomía intelectual y moral del individuo, sin renunciar a las creencias de la religión cristiana. En esta exaltación entusiasta destacará Giovanni Pico della Mirandola por reivindicar que todo ser humano está dotado de una dignidad esencial, porque ha sido creado por Dios como un ser libre por naturaleza. Los pensadores renacentistas reivindicaron el valor intrínseco de la existencia y dentro de esta, la capacidad creativa del ser humano. De este modo se defendió el valor de la conciencia subjetiva.