Portada » Filosofía » La vida como unica realidad del hombre
La vida humana no puede existir sin justificarse a sí misma, la vida es imposible sin saber, sin saber a qué atenerse. La razón no es una mera operación intelectual, sino la única posibilidad del hombre para afrontar la vida. Con ello se invierte la concepción de la razón vigente desde Descartes, del «Pienso, luego existo» pasamos al «Pienso, porque vivo».
La razón no es concebida como un lujo sino algo que el hombre necesita. El hombre tiene que hacerse cargo de su situación particular y concreta desde la que parte, debe pues contar con sus circunstancias, de ahí su archiconocida teoría de la circunstancias, sintetizada genialmente en su, no menos famosa, máxima: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»(Meditaciones del Quijote, OC, I, 322).
La vida humana no es una cosa, no se puede reducir a nuestro cuerpo, no tiene un ser fijo, es algo que consiste en hacerse a sí mismo. Nuestra vida es un dialogar con el contorno, es salirse de sí mismo para relacionarse con lo otro, es convivir. La vida humana no es un acontecer subjetivo, es la más objetiva de las realidades. Para Ortega, la vida no es el funcionamiento de una serie de mecanismos, sino el uso que hacemos de ellos.
«La vida es un problema», es un quehacer para el que no existen reglas. La única regla es la invención perpetua de nuestro ser, por tanto, estamos obligados a ser libres desde nuestras propias circunstancias. Ello implica que tengamos que justificar constantemente nuestro ser y siempre con la ayuda de la razón. En conclusión, la razón no es algo transcendente a nosotros sino que se explica por una forma de ser muy especial, la de la vida humana. Superamos de este modo los antagonismos anteriores entre vida y razón, entre vitalismo y racionalismo.
De ahí que sea más apropiado hablar de RACIOVITALISMO, como término que funde dos realidades que de hecho se dan juntas.
En el apartado anterior vimos cómo la vida humana es algo cuyas posibilidades de ser están supeditadas por el contorno o circunstancia. El enfrentamiento entre el individuo humano y lo otro constituía la vida, cuya cualidad primordial es la acción. Pues bien, para Ortega la mayor parte de la vida es el enfrentamiento con otras vidas humanas individuales. Existe una profunda diferencia entre la relación con lo físico y la relación con lo humano. Lo primero lo podemos asumir como un contenido de nuestra vida; lo segundo, se nos presenta como algo independiente a nosotros. Ello supone que mi vida pasa a formar parte de un todo que la completa.
Pero esta relación entre individuos humanos transciende, a su vez, a un plano superior:
Esta vida es anónima y estrictamente colectiva, engloba la vida individual y la interindividual, a parte de influir sobre estas dos. Lo social es el tejido que nuestra vida confecciona por medio de las costumbres. La vida individual e interindividual se forman a través de actos conscientes y voluntarios. Y ésta es la diferencia radical con la vida social, que es anónima, donde sus actos se realizan a nivel de puro autómata, es decir, a nivel del inconsciente.
En la vida tenemos que hacernos a nosotros mismos. Esto ya lo habíamos dicho, lo que no habíamos dicho tan explícito es que el hombre no puede empezar desde cero, por tanto, el hombre debe asumir convicciones que le prejuzguen lo que va a ser el mundo y los hombres que le rodean. Sólo asumiendo estas convicciones puede el hombre adquirir una escala valorativa que le permita preferir una acción u otra.
Estas convicciones no son otra cosa que las creencias.»Creencias son todas aquellas cosas con que absolutamente contamos aunque no pensemos en ellas». Las creencias nos llegan a través de ideas consolidadas de los otros hombres que nos han antecedido en la historia, por tanto, éstas son sociales. De esta forma»…el hombre lleva a cuestas siempre todo su pasado humano», lleva a cuesta su historia. El hombre es necesariamente un ser histórico.
Ortega y Gasset advierte que no ha de confundirse las ideas con las creencias. Las primeras son conscientes, nuestras ideas se agotan en el acto de pensar. Las creencias son inconscientes pero son lo que verdaderamente constituyen nuestra vida, por ello es muy frecuente que se las confunda con la realidad misma.
El verdadero cambio histórico se da cuando una creencia es sustituida por otra nueva. A lo largo de su historia, el ser humano siempre varía, es distinto. La diferencia entre los hombres de distintas épocas históricas la constituye la creencia fundamental de cada momento histórico. Pero el paso de una generación a otra no anula la anterior, sino que la contiene. Podemos decir con Ortega y Gasset que todo hombre es un resumen de la historia, pues, en él está contenido todo el pasado que, de modo inconsciente, le constituye.
La estructura de cada generación está compuesta por dos elementos fundamentales: una minoría de individuos que pretende que sus convicciones e ideales sean propios y una masa que asume, de modo impersonal, los valores o ideales característicos de su época o los dictados por la minoría. El motor de la historia, a juicio de Ortega y Gasset, lo constituye aquello que de novedoso puedan aportar las minorías siempre que sea aceptado por la masa.
Puede pasar que un cambio histórico sea una ruptura total entre generaciones. Este tipo de cambio constituyen las crisis históricas. El tiempo que transcurre entre dos crisis históricas es una época. Épocas son las unidades históricas a las que, a pesar del cambio de generaciones, la creencia fundamental se mantiene.