Portada » Filosofía » La Teoría de los Dos Mundos de Platón: Un Análisis Filosófico
La filosofía ha pretendido desde sus inicios dar respuesta a diversas preguntas y conceptos que, al ser abstractos, han resultado bastante difíciles de explicar, uno de ellos es el del cambio.
Ya en el siglo VI a.C, Heráclito realizó una primera navegación o intento para hallar la solución, pero tras su fracaso, terminó por admitir que, ya que los elementos siempre están cambiando (tal y como comenta en su obra “Sobre la naturaleza”, con afirmaciones como ‘no te puedes bañar en el mismo río dos veces’) resulta imposible llegar a encontrar una realidad o verdad absoluta.
Platón, aunque reconoce en parte esa visión presocrática, va más allá y en una segunda navegación plantea la necesidad de la existencia de ciertas verdades absolutas, puesto que, si existe una realidad, ha de haber cosas reales, o lo que es igual, eternas e inmutables. A ellas las llama Ideas, realidades inteligibles que contienen la esencia de un objeto o valor, es decir, las características comunes en todo aquello que posee dicha cualidad y que hacen de algo lo que es, y no algo distinto. Por ejemplo, la idea de belleza sería aquello que está presente en todas las cosas bellas, y que incluso si estas no existieran, ella seguiría haciéndolo.
La filosofía de Platón gira entorno a su búsqueda, que ya comenzó Sócrates aunque en menor medida; con el fin de alcanzar el conocimiento necesario para el gobierno tanto en un ámbito público como en uno privado.
Para separar lo realmente real de lo que no lo es hasta tal punto divide el universo en dos mundos. Esta distinción de realidades recibe el nombre de Dualismo Ontológico y está recogida en su ‘Teoría de los dos mundos’.
En ella diferencia por un lado el mundo de las ideas, en el que habita lo auténticamente real, permanente, imperecedero, estable: las ideas. También forman parte de este los objetos matemáticos y los dioses, ya que comparten también las mismas características y son transcendentes. En este mundo la verdad es absoluta porque no está sometida a cambio.
Por otro lado, el mundo sensible, el del devenir, en el que se encuentran objetos que están sujetos a cambio constante, que están dejando de ser una cosa para convertirse en otra que aún no son, debatiéndose entre el ser y no ser. A él pertenece aquello que podemos percibir mediante los sentidos, objetos materiales o apariencias.
Para Platón, no todas las ideas tenían la misma importancia, sino que estaban jerarquizadas y dispuestas en dos grupos.
Las dos esferas de la realidad están relacionadas de la misma manera que un objeto físico lo está con su idea. La idea es un modelo único y perfecto a partir del que se originan copias a las que accedemos en el mundo tangible mediante los sentidos.
Para explicar esta imitación emplea el mito del Demiurgo, un dios artesano que toma como modelo el cosmos inteligible para acabar plasmando el universo visible. Se establece así una dependencia ontológica ya que, tal y como hemos dicho, son las ideas las que permiten la existencia de objetos que las posean (no existiría un cuadro bello si no existiera la belleza en sí) luego son la causa y el origen del mundo que habitamos.
Para Platón, cuya motivación para la filosofía era la mejora de la política en los Estados, era de vital importancia el intelectualismo moral, pensamiento basado en la afirmación de que la virtud consiste en el conocimiento. Ya que este residía en la comprensión de las ideas a través de la reflexión, era imprescindible que fueran comunes a todos los habitantes de la tierra. Por ejemplo, la idea de justicia había de ser la misma para el rey que para el pueblo, convirtiéndose así en conocimiento universal capaz de evitar discusiones por la diversidad de opiniones, lo que podría llevar al desequilibrio de los estamentos que Platón había planeado en “La República”, al explicar su idílica Ciudad Justa.
Puesto que era esencial esa base común, se consideraba un problema a la gente que manipulaba el lenguaje para llegar a unos fines, sin importarles la realidad. Era el caso de los sofistas, personas que pertenecían a una corriente basada en la dialéctica para convencer a otros de ciertos puntos. Eran partidarios del relativismo, el escepticismo y el empirismo político, corrientes que Platón rechazaba contundentemente.
La idea más importante, como ya hemos mencionado antes, era la del bien, que compartida por todos los ciudadanos, serviría como guía ética para llegar a un fin deseado por todos conjuntamente.
En definitiva, la ‘Teoría de los dos mundos’ de Platón no solo daba respuesta por fin al problema del cambio, sino que además explicaba también el origen de las cosas y el camino del conocimiento que se había de seguir para llegar a comprender todo aquello que nos rodea, aún a día de hoy.