Portada » Historia » La Revolución Francesa y la Unificación de Italia y Alemania: Causas, Etapas e Ideologías
En Francia, la revolución estalló por diversas causas:
En la segunda mitad del siglo XVIII, el absolutismo había sido criticado por la Ilustración, y la revolución americana mostró que era posible derribarlo. La nobleza y el clero habían perdido poder a causa del absolutismo real. La burguesía carecía de influencia política y veía obstaculizados sus negocios por el control monárquico de la economía.
Todos los grupos sociales estaban descontentos. La burguesía, a pesar de su riqueza, tenía dificultades económicas debido a sus elevados gastos. El campesinado, agobiado por los impuestos, apenas tenía para subsistir. Los grupos populares urbanos vivían en la miseria.
La chispa que encendió la revolución fue una doble crisis económica: una crisis alimentaria, debida a las malas cosechas de los años anteriores, que hizo que el hambre se extendiera por amplias zonas del país; y una crisis financiera, motivada por el endeudamiento del Estado por los altos gastos militares y de la corte.
La única solución era que los privilegiados pagasen impuestos. Ante su negativa, el rey Luis XVI convocó en 1789 a los Estados Generales, una asamblea de origen medieval que llevaba sin reunirse desde 1614 y estaba formada por representantes de los tres estamentos. Era la única institución con poder para aprobar nuevos impuestos. Antes de su reunión, cada estamento redactó sus «cuadernos de quejas», para ser expuestas por sus representantes.
Las sesiones de la asamblea se iniciaron el 5 de mayo de 1789. La discusión inicial se centró en la forma de votar. La nobleza y el clero querían un voto para cada orden o estamento; mientras el Tercer Estado, más numeroso, exigía el voto por cabeza. Al rechazarse sus peticiones, los representantes del Tercer Estado se proclamaron Asamblea Nacional, o representantes de toda la nación.
Luis XVI, alarmado, trató de disolverla, pero no lo consiguió. Al contrario, los representantes se trasladaron a la sala próxima del Juego de Pelota y juraron no disolverse hasta haber aprobado una constitución. Se iniciaba así un proceso revolucionario que repercutió en el mundo entero y sirvió de modelo a muchas revoluciones posteriores.
El 7 de julio de 1789, la Asamblea Nacional decidió transformarse en Asamblea Constituyente, a fin de dotar a Francia de una constitución. Ante el temor de que el ejército la disolviese, el 14 de julio el pueblo de París asaltó la fortaleza-prisión de la Bastilla para obtener armas y defender a sus representantes. En los días siguientes, los disturbios se extendieron a otras ciudades y al campo, donde los campesinos atacaron las casas y las propiedades de los señores.
Las primeras disposiciones aprobadas por la Asamblea Constituyente fueron la abolición del feudalismo, al eliminar los derechos señoriales y el diezmo, y nacionalizar los bienes de la iglesia. También se aprobó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), que reconocía los derechos de libertad, propiedad e igualdad. Dos años después, se aprobó la primera constitución francesa: la Constitución de 1791. En ella se proclamaba la soberanía del pueblo y se establecía la división de poderes y el sufragio censitario restringido a los varones que poseían ciertas propiedades. Así, el absolutismo daba paso a un sistema político liberal.
Tras aprobarse la Constitución, la Asamblea Constituyente se disolvió y fue sustituida por una Asamblea Legislativa. En su corta existencia tuvo que enfrentarse a varios problemas. Los más importantes fueron la oposición de los nobles exiliados, que conspiraron desde el exterior contra la revolución; la oposición del rey, que fue detenido cuando intentaba huir del país (1791); y la guerra contra Austria y Prusia, países que apoyaban a los contrarrevolucionarios temiendo que la revolución se extendiese a su territorio.
También se produjeron enfrentamientos entre revolucionarios moderados -los girondinos- y grupos radicales -los jacobinos-, que agitaban a los ‘sans culottes’, grupos populares compuestos por trabajadores independientes, pequeños comerciantes y artesanos. Para resolver estos problemas, la Asamblea Legislativa nombró una nueva asamblea, denominada Convención.
La Convención estuvo dominada inicialmente por los girondinos. En este periodo se abolió la monarquía, se proclamó la República (1792) y se procesó y guillotinó a Luis XVI (1793). Ante este hecho, las potencias absolutistas europeas declararon la guerra a Francia. El descontento popular ante la guerra permitió a los jacobinos radicales acceder al poder, en 1793. Su líder, Robespierre, rechazó la invasión extranjera; promulgó una constitución más democrática (1793) que permitía el sufragio universal masculino; dictó medidas económicas favorables al pueblo; y eliminó la oposición con el terror y la guillotina. La revolución alcanzaba su etapa más sangrienta.
A pesar de los intentos absolutistas, la Restauración no pudo impedir la expansión por Europa de nuevas ideas y valores, representados por el liberalismo y el nacionalismo.
El liberalismo defendía la libertad individual, plasmada en el reconocimiento de derechos a los ciudadanos; la igualdad ante la ley, suprimiendo los privilegios; y la implantación de regímenes constitucionales, basados en la soberanía nacional y la división de poderes. La ideología liberal se extendió, sobre todo, entre los burgueses y las clases populares de las grandes ciudades.
El nacionalismo sostenía que el marco fundamental de la vida de las personas es la nación, o comunidad con rasgos propios derivados de una historia, una lengua o una cultura comunes. Su objetivo era que cada nación tuviese su propio Estado (estado nación); y, por tanto, reclamaba que las fronteras de las naciones coincidieran con las de los Estados. La ideología nacionalista se extendió por los territorios sometidos a un poder extranjero, como Grecia; o por los que aspiraban a formar un Estado unificado, caso de Italia y Alemania.
El proceso de unificación fue dirigido por el reino de Piamonte-Cerdeña. Sus protagonistas fueron el rey Víctor Manuel II y su primer ministro Cavour, que se ganaron la confianza de las corrientes nacionalistas más significativas, y el revolucionario Garibaldi. La unificación se realizó en varias etapas. Primero, Víctor Manuel II incorporó Lombardía al reino de Piamonte-Cerdeña luchando contra Austria, y los ducados centrales de Italia. Mientras, Garibaldi conquistaba el reino de Dos Sicilias, en el sur, al frente de un ejército conocido como «los mil camisas rojas». Tras esta unificación parcial, se proclamó el reino de Italia (1861). Finalmente, la unidad se completó con la anexión de Venecia (1866) y la conquista de los Estados Pontificios (1870). El nuevo Estado implantó un sistema político liberal basado en el sufragio censitario.
Los protagonistas de la unificación fueron el reino de Prusia, regido por Guillermo I, y el canciller Bismarck. Ambos se propusieron unificar Alemania sin incluir a Austria, su rival político. El proceso de unificación se llevó a cabo en dos etapas. Primero, Prusia se enfrentó y derrotó a Austria en Sadowa (1866), lo que permitió unificar los estados alemanes del norte. Luego, se enfrentó y venció a Francia en Sedán (1870), incorporando Alsacia y Lorena; y unificó los estados alemanes del sur. Se iniciaba así el II Reich (imperio alemán) (1871). El nuevo Estado adoptó una constitución que establecía el sufragio universal masculino y un sistema político federal, formado por estados con amplias competencias.
La Santa Alianza, formada por Austria, Prusia y Rusia, a la que luego se sumaron otros estados; y la Cuádruple Alianza formada por Austria, Prusia, Rusia y Reino Unido.