Portada » Historia » La Restauración en España: el sistema político de Cánovas del Castillo
Cánovas del Castillo fue el político que impulsó lo que históricamente se conoce en España como la Restauración. Inspirado por el régimen político británico, Cánovas defendía que hay una constitución interna o histórica basada en dos instituciones: la Corona y las Cortes, que no se discuten y están por encima de cualquier constitución escrita. Perseguía con ello dotar al país de una base estable que hiciera posible lograr en España un período de paz y estabilidad. Con la vuelta de la monarquía en la persona de Alfonso XII, España parecía volver a la situación anterior a 1868, pero la Restauración no fue una simple vuelta al pasado. El cuadro de fuerzas sociales y económicas se estaba haciendo más complejo, y maduraba un desarrollo industrial, financiero y urbano, que provocaba nuevas tensiones y conflictos. El modelo político y social de la Restauración se caracterizó por el conservadurismo: una reducida oligarquía controlaba los resortes del poder económico y político en todas las esferas. El funcionamiento del sistema se basa en el turno pacífico en el poder de dos partidos dinásticos (Conservador y Liberal), en el caciquismo y en el fraude electoral que acabarían por agrietar ese mismo marco político.
El programa político de la Restauración se recogía en el Manifiesto de Sandhurst, proclamado por el futuro rey y elaborado por Cánovas. El general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII el 29 de diciembre de 1874 con un pronunciamiento en Sagunto. Serrano abandonó el poder y lo transmitió a Antonio Cánovas del Castillo, representante del rey. Este gobierno se encargó de elaborar una legislación para el nuevo régimen que culminó con la proclamación de una nueva ley fundamental, la Constitución de 1876. La referencia fue el modelo bipartidista británico, imponiéndose un sistema político basado en el turno pacífico de dos grupos políticos: conservadores y liberales.
La Constitución de 1876 volvía a los principios moderados de la de 1845. Establecía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Establecía una imperfecta división de poderes. Otorgaba al monarca la facultad de nombrar al Presidente del Gobierno y recortaba libertades respecto a la de 1869. Establecía un parlamento bicameral, con un Senado formado por senadores por derecho propio y vitalicio, y un Congreso con diputados por sufragio censitario, aunque en 1890 se reformó y se impuso el sufragio universal masculino. Se asumió un Estado católico confesional aunque permitía el ejercicio privado de otras religiones. Fue promulgada el 30 de junio de 1876 y permaneció en vigor hasta 1931.
Cánovas, para dotarlo de estabilidad, sustentó el sistema político sobre dos apoyos: la soberanía compartida del Rey y las Cortes y la práctica política del turnismo. Los dos partidos oficiales, Conservador y Liberal, aceptaban la legalidad constitucional y la alternancia pacífica en el gobierno del Estado alejando a los militares de la vida política.
El turno de partidos funcionaba de la siguiente manera:
Para que el sistema funcionara se preparaba el llamado encasillamiento, es decir, la elaboración de listas electorales con notables del partido y personalidades. En las provincias se arbitraban mecanismos para garantizar la victoria del partido de turno. Estos mecanismos eran diferentes en el campo y la ciudad. En el mundo rural actuaban los caciques, que creaban una clientela proporcionando trabajo y favoreciendo económica y socialmente a sus clientes o amenazando a los que no cumplían sus deseos. En las ciudades se extendió el pucherazo, que era el mecanismo para amañar los resultados a través del falso recuento, de la falsificación del censo o de la destrucción de las urnas. Estos mecanismos permitieron el fraude electoral tanto en el sistema de sufragio censitario inicial, como en el posterior sufragio universal. El resultado era que triunfaba el partido previsto y su victoria llevaba consigo la renovación del Congreso de los Diputados y de numerosos cargos y empleos dependientes del poder. A la misma vez se concedía un número razonable de escaños a la oposición para mantenerla dentro del juego político. Por otra parte, a los partidos no dinásticos (fuera del sistema): republicanos, socialistas y nacionalistas, se les impedía toda representación significativa quedando fuera de las posibilidades de alcanzar el poder.
Los partidos políticos contaban con pocos miembros (personalidades distinguidas) y eran grupos de presión que controlaban redes de influencia que llegaban desde Madrid a cada provincia, y desde el gobierno civil de cada provincia a los caciques locales. Los partidos políticos que estaban fuera del sistema conseguían escasos votos y pocos diputados.
Los partidos dinásticos eran: