Portada » Historia » La Restauración Borbónica y el Reinado de Alfonso XII
La Restauración Borbónica en España se inicia con la proclamación como rey de Alfonso XII, hijo de Isabel II, tras el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 29 de diciembre de 1874, prolongándose hasta la dictadura del general Primo de Rivera en 1923.
Esta Restauración supone:
Se puede dividir en dos etapas:
El proyecto restaurador en la figura de Alfonso XII fue preparado, durante el Sexenio Revolucionario, por Antonio Cánovas del Castillo quien, integrado en las filas unionistas, no había participado en la Revolución de septiembre, pero tampoco había defendido a Isabel II y, asustado por el giro democrático, social y republicano del Sexenio, consigue plenos poderes de Isabel II para preparar la vuelta al trono de su hijo.
En esa planificación figura el envío a la Academia Militar de Sandhurst (Gran Bretaña) del príncipe Alfonso, para facilitar una identificación del mismo con la monarquía parlamentaria británica, y la publicación de un manifiesto, redactado por Cánovas, conocido como el Manifiesto de Sandhurst (1-XII-1874).
Este texto, que supuestamente se presentaba como una respuesta a las felicitaciones recibidas por el príncipe en su cumpleaños, supone:
Su objetivo de conseguir con este manifiesto un amplio respaldo popular que evitase el recurso al pronunciamiento militar para acceder al poder, fue frustrado por el inmediato pronunciamiento de Martínez Campos que llevó a Alfonso XII al trono.
Una vez entronizado Alfonso XII, fue Antonio Cánovas del Castillo también el que fijó los principios ideológicos del sistema y sus bases institucionales y jurídicas, alejando los peligros que habían provocado el fracaso del régimen isabelino.
Para ello, se propuso:
Para la construcción del nuevo régimen, era necesario pacificar el país, lo que se consiguió con:
A imitación del sistema británico de bipartidismo, los partidos políticos leales a la Corona, llamados partidos dinásticos, eran el Partido Conservador y el Partido Liberal, que se turnan en el poder mediante los mecanismos propios de un sistema parlamentario, mientras que el resto de las formaciones políticas queda excluido del juego político.
El Partido Conservador, liderado por Cánovas, se formó a partir de la integración de los moderados, los unionistas y parte de los progresistas de la época isabelina.
El Partido Liberal, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, integraba, por su parte, a demócratas, radicales y algunos republicanos moderados.
Las diferencias ideológicas y políticas entre ambos partidos eran mínimas:
El sistema ideado por Cánovas basaba su funcionamiento en el turno pacífico de los dos partidos dinásticos que pactaban el acceso al gobierno, sin recurrir a los pronunciamientos militares; de esta forma, se evitaba que la monarquía se identificase con un solo partido, al tiempo que se garantizaba la continuidad del régimen al alejar del poder a las fuerzas políticas obreras y republicanas, que comenzaron a asomar en el período anterior.
En la práctica, el turnismo no pasa de ser una ficción de democracia parlamentaria, que ha de recurrir al fraude electoral para sobrevivir.
El mecanismo del turno era el siguiente: cuando uno de los partidos se desgastaba mucho en el poder, el Rey encargaba la formación de un nuevo gobierno al otro quien, tras la disolución de las Cortes por el Rey, convocaba unas elecciones que sistemáticamente ganaba gracias a su falseamiento.
El Ministerio de Gobernación preparaba el “encasillado” o listas de diputados que debían salir elegidos en cada distrito, reservando siempre algunos escaños a la oposición dinástica.
Ese encasillado se entregaba a los gobernadores civiles para que lo impusieran en la provincia y los ayuntamientos, a través del cacique local.