Portada » Español » La novela española del siglo XX: influencias y corrientes narrativas
La literatura del siglo XX no puede explicarse sin atender a acontecimientos históricos como las dos guerras mundiales y la Revolución rusa. Frente a la seguridad del mundo del XIX, el XX se presenta lleno de temores y de dudas. Algunos pensadores decimonónicos como Schopenhauer o Marx influirán notablemente en la siguiente centuria. Los temas literarios más recurrentes serán la angustia existencial, la esperanza religiosa y la protesta social. La novela española de este siglo recibió también las influencias de las corrientes narrativas europeas del momento. Autores como F. Kafka, T. Mann, M. Proust o J. Joyce contribuyeron a la renovación de las formas narrativas tradicionales. En la España de comienzos de siglo aún perviven grandes maestros de la literatura realista como Galdós o Blasco Ibáñez. Sin embargo, la nueva narrativa despegará pronto, abandonando la estética realista. En 1902 se publican cuatro novelas que reflejan la aparición de una nueva sensibilidad. Se trata de La voluntad, de Azorín, Amor y pedagogía, de Unamuno, Camino de perfección, de Baroja y Sonata de otoño, de Valle-Inclán. Aunque muy distintas, las cuatro se caracterizan por la irrupción de un subjetivismo que no pretende mostrar fielmente la realidad. Los nuevos autores pueden clasificarse en dos grupos:
Azorín, Valle-Inclán, Baroja y Unamuno.
Pérez de Ayala y Gómez de la Serna.
Es Azorín quien propone esta denominación en 1913. Incluye en dicho grupo a autores como Unamuno, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán y Benavente, que se caracterizan por su espíritu de protesta y su profundo amor al arte. El germen de esta generación lo conformó el denominado «Grupo de los Tres», constituido por Baroja, Azorín y Maeztu. La mentalidad del 98 se caracteriza por los siguientes rasgos:
Los principales novelistas de la generación del 98 son:
Como puente entre la generación del 98 y la del 27, encontramos a un grupo de escritores que reciben la denominación de «novecentistas». Se trata de filósofos, historiadores y literatos: Ortega y Gasset, Eugenio d’Ors, R. Pérez de Ayala y R. Gómez de la Serna. Las características comunes que presenta este grupo tan heterogéneo son las siguientes:
Autores y obras: Gabriel Miró (El obispo leproso); Ramón Pérez de Ayala (La pata de la raposa, Belarmino y Apolonio); Gómez de la Serna (El torero Caracho); Francisco Ayala (Cazador en el alba) o Rosa Chacel (Estación, ida y vuelta).
El carácter solitario y pesimista del autor influye considerablemente en los temas de sus novelas. Fue un escéptico en el terreno religioso y social y un anarquista individualista en el terreno político. A su juicio el mundo carece de sentido, la vida es absurda y no alberga ninguna confianza en el hombre. Para Baroja la novela es un género multiforme y abierto que lo abarca todo. Concibe la imaginación y la amenidad como cualidades supremas de la narración. Por ello se sirve de un estilo antirretórico y espontáneo, con preferencia por la frase corta y el párrafo breve. La maestría de su estilo se refleja sobre todo en la viveza de las descripciones y en la autenticidad de los diálogos. Su obra suele agruparse en trilogías. Entre ellas cabe mencionar:
La polarización de la sociedad española se refleja en la novela, de ahí que distingamos una novela oficialista o de “vencedores” (Torrente Ballester, Sánchez Mazas) y otra existencial o de “perdedores”. Esta última intenta reflejar la amargura de la vida cotidiana, abordando temas como la soledad, la frustración y la muerte a través de personajes desorientados y angustiados; pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia social. En esta línea destaca Nada (1945), de Carmen Laforet, protagonizada por una joven que va a estudiar a Barcelona en los años 40. Allí convive con unos familiares en un ambiente sórdido y mezquino de posguerra, de ilusiones fracasadas y vacío. Además, irrumpen en el panorama narrativo Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte (1942) y Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada.
Se evoluciona de la angustia existencial a las inquietudes sociales. Esta corriente será la predominante entre 1951, año de publicación de La colmena (Camilo José Cela), hasta la década de los 60. Para muchos críticos La colmena es la precursora de la corriente con su despiadada visión de la sociedad madrileña. Una cierta relajación de la censura y la aparición de un nuevo público lector, más inquieto y culto, contribuyen también al cambio de tendencia. A mediados de la década se dan a conocer entre otros Ignacio Aldecoa, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio (El Jarama), Ana María Matute y Juan Goytisolo. Hay entre ellos evidentes rasgos comunes como la solidaridad con los humildes, la disconformidad ante la sociedad española y el anhelo de cambios sociales. En esta tendencia, destacan enfoques como el objetivismo y el realismo crítico. Desde el punto de vista de la técnica y estilo las obras no ofrecen grandes innovaciones: se opta por la narración lineal, sencillez y concisión de las descripciones. Abundan las novelas que concentran la acción en un corto espacio de tiempo (El Jarama) y prefieren el personaje colectivo.
A partir de 1960 se advierte ya cierto cansancio del realismo dominante, y algunos críticos abogan por una renovación formal profunda. Los nuevos autores van asimilando aportaciones de grandes novelistas y corrientes extranjeras (Faulkner, Joyce, Kafka) y de los narradores hispanoamericanos (Vargas Llosa, García Márquez). Ya en 1962 se publica Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, obra saludada por la crítica como el punto de partida de la nueva etapa narrativa. De este modo, la novela experimental introduce importantes novedades como el desorden cronológico o el protagonismo del estilo indirecto libre y el monólogo interior, aportando decisivas innovaciones renovadoras entre 1962 y 1972. Sus autores pertenecen a promociones distintas:
Entre los exiliados se encuentran algunos de los grandes autores españoles del s. XX, que ante todo mantienen vínculos ideológicos: todos rechazan la dictadura y recurren en sus obras a temas como:
La imagen de los exiliados que se dio en la España oficial aparecía a menudo tergiversada y sus libros, con pocas excepciones, fueron prohibidos por la censura. A partir de 1977 los que aún vivían fueron regresando a España, pero su adaptación resultó a veces problemática. Destacan:
Mostró siempre una visión desencantada del mundo, fría y burlona, pero enormemente vitalista. Destaca por su notable capacidad inventiva y el virtuoso manejo del idioma y sus registros: amargo, humorístico, obsceno o lírico. En su primera novela, La familia de Pascual Duarte (1942), muestra una visión agria y violenta de la sociedad que inauguró una nueva corriente llamada tremendismo. Se trata de la falsa autobiografía, en forma de carta que envía desde la prisión, de un condenado a muerte por varios asesinatos, entre ellos el de su madre, que se justifica ante un personaje importante. Se ambienta en un pueblo del sur de Extremadura e ilustra una visión pesimista del ser humano arrastrado por la doble presión de la herencia genética y del medio social. Pabellón de reposo es una novela en la que se transcriben los monólogos de varios enfermos de un sanatorio antituberculoso. La colmena (1951) es un fresco de la miseria y el hambre del Madrid de posguerra. A partir del protagonista, Martín Marco, un pobre poeta fracasado, nos cuenta la vida a lo largo de tres días de más de un centenar de personajes que pululan miserablemente por Madrid como las abejas de una colmena; de ahí que hay quien señale que, en realidad, esta obra tiene un protagonista colectivo. La acción se ubica en un café del centro de Madrid regentado por doña Rosa.