Portada » Filosofía » La Ilustración y la Autonomía Moral: El Imperativo Categórico de Kant
En este texto, Kant analiza las causas de la minoría de edad. Dice que por pereza y cobardía algunas personas aceptan gustosamente ser dirigidas por otras. De ese modo esas otras personas se convierten en tutores. Y si tengo un profesor que piense por mí, un guía espiritual que me diga qué hacer y un médico que me oriente sobre cómo debo cuidarme, no necesito pensar qué quiero hacer con mi vida. Evidentemente, esto es muy cómodo y, a la vez, hace que los tutores se sientan útiles. Por eso y de esta manera, la labor de los tutores se convertirá en un impedimento para conseguir la mayoría de edad.
En el texto, Kant plantea los fundamentos de una acción ética que sea válida por sí misma. Para ello busca en la misma estructura de la razón práctica su propio fundamento, de modo que no sea necesario buscar tal fundamento fuera de la misma actividad práctica. La base de esta fundamentación se encuentra en el “imperativo categórico”, que Kant se esfuerza en presentar adecuadamente en el texto. Con esta argumentación, Kant presenta como autónomo al fundamento de la actividad práctica humana, inaugurando una línea de influencia muy notable en la historia de la ética posterior.
Es necesario también hacer hincapié en la diferencia que establece Kant entre “máxima” y “ley”. La máxima no es sino una norma particular que orienta, en cada caso, la acción humana. La ley, por el contrario, posee un alcance más universal y no se encuentra sometida a las condiciones particulares de la subjetividad. Por ello, en la deducción del imperativo categórico, Kant unifica los dos niveles representados, respectivamente, por la máxima y por la ley, haciendo que el sujeto individual se comporte de un modo tal que su acción concreta pueda tener una validez universal, como si de una acción ejemplar se tratase.
Pero, asimismo, hay una importante operación lógica en esta doble formulación del imperativo categórico. La primera formulación hace hincapié en el nivel del comportamiento a nivel particular; la segunda formulación tiene un alcance más general, al hacer de la ley que regula el comportamiento individual una ley cuya universalidad es semejante a una ley de la naturaleza. Mediante esta doble operación, Kant no hace sino buscar para la conducta humana, para la razón práctica, el mismo nivel de universalidad y necesidad que buscaba para la razón teórica: es decir, pretende construir una ética fundamentada en principios a priori, y no en principios particulares y contingentes.
Este texto corresponde al final del artículo cuando Kant distingue entre la libertad civil y la libertad religiosa y argumenta que un grado menor de esa libertad civil procura el ámbito para que esta libertad espiritual se despliegue con arreglo a toda su potencialidad. Aquí tenemos una de las ideas más importantes de este texto. En ella se explica cuál debe ser el primer paso para conseguir la autonomía; es decir, la capacidad de pensar por sí mismo y actuar por respeto a la ley y no por temor a los castigos que pudieran derivar del incumplimiento de una acción. Este primer paso sería conceder al pueblo libertad religiosa. Sin embargo, mientras que el pueblo no haya adquirido esa autonomía no es conveniente conceder la máxima libertad civil porque el pueblo podría no saber hacer uso de ello. Ocurre como cuando un país sale de un gobierno dictatorial, en el transcurso del cual ha estado reprimido, desinformado, controlado por la propaganda política y, de pronto, se pasa a una democracia y se da rienda suelta a las libertades. El resultado no es otro que el caos, la corrupción, la chabacanería. No hay verdadera libertad sin educación. No puede dejarse a un pueblo a su libre albedrío si este no posee la mejor herramienta para valerse en estos casos: la cultura. De ahí que haya que ilustrar al pueblo, sacarlo de la minoría de edad.
Otra idea importante es la última frase: tratar al hombre, quien ahora es algo más que una máquina, conforme a su dignidad. En esta frase se expresa el imperativo categórico kantiano. El ser humano es un fin en sí mismo y nunca debe convertirse en un medio para obtener otros fines, porque lo más valioso que tiene la persona es su respeto a sí misma, su dignidad.