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5.3. El nacionalismo gallego
Otro nacionalismo con cierto relieve fue el galleguismo. La lengua gallega se usaba sobre todo en el medio rural e intelectuales y literatos gallegos emprendieron el camino a convertirla en lengua literaria. Ello dio lugar al nacimiento de la corriente llamada Rexurdimiento, cuya figura fue Rosalía de Castro.
Unas minorías cultas, empezaron a responsabilizar del atraso económico a la subordinación política de Galicia que forzaba a los gallegos a emigrar. El galleguismo fue adquiriendo un carácter más político, pero este movimiento se mantuvo muy minoritario a pesar del prestigio de algunos de sus componentes. Más tarde fue importante la figura de Vicente Risco que se convertiría en el gran líder del nacionalismo vasco.
5.4. Valencianismo, aragonesismo y andalucismo
Los movimientos de resurgimiento cultural se dieron de manera incipiente en otras regiones como Valencia o Andalucía. Su expansión no se produjo hasta la Segunda República cuya Constitución preveía la creación de autonomías regionales. El más importante fue el movimiento valencianista, que nació como una corriente c cultural de reivindicación de la lengua y la cultura propia y que tuvo en Teodor Llorente y Constantí Llombart como máximos representantes. El nacimiento del valencianismo político hay que situarlo con la creación de la organización de Valencia Nova que promovió la Primera Asamblea Regionalista Valenciana.
El aragonesismo surgió en el seno de una incipiente burguesía que impulsó:
La defensa del Derecho Civil
La reivindicación de valores culturales particularistas
La recuperación romántica de los orígenes del reino.
A estos factores se añadió, el arraigo aragonés de Joaquín Costa, que reclamó insistentemente sobre los derechos del mundo campesino aragonés. Hasta la Segunda República no aparecieron las primeras formulaciones política autonomista de distintos signos.
El apóstol del andalucismo fue Blas Infante, cuyo ideario político, fue heredero de los movimientos republicanos y federalistas del siglo XIX. Fundó el primer Centro Andaluz en Sevilla con la intención de ser un órgano expresivo de la realidad cultural y social de Andalucía. Más adelante participó en la primera asamblea regionalista andaluza celebrada en Ronda que estableció las bases del particularismo andaluz y propuso la autonomía. Durante la Segunda República, el movimiento andalucista abordó por primera vez la redacción de un proyecto de Estatuto de Autonomía que fue elaborado por una asamblea de municipios sevillanos. Esta iniciativa logró escaso respaldo popular y tuvo que esperar hasta el fin del franquismo para encontrar un sentimiento andalucista con arraigo popular.
6. LA GUERRA EN ULTRAMAR
6.1. Cuba, la perla de las Antillas
Tras la Paz de Zanjón, los cubanos esperaban una serie de reformas que les otorgasen los mismos derechos de representación política en las Cortes que los españoles de la Península, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud.
Siguiendo el modelo bipartidista se crearon en Cuba dos grandes partidos:
El Partido Autonomista integrado por cubanos. Pedía la autonomía para Cuba, propugnaba un programa de reformas políticas y económicas y había conseguido una representación en el partido español.
La Unión Constitución, partido españolista que contaba con una fuerte militancia de los peninsulares instalados en la isla.
El Partido Liberal de Sagasta se mostró proclive a introducir mejoras en la isla, pero durante sus sucesivos mandatos sólo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud. En 1893 propuso a las Cortes la aprobación de un proyecto de reforma del estatuto colonial de Cuba.
La ineficacia de la administración para introducir reformas en la colonia estimuló los deseos de emancipación y el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo. José Martí, fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia y de inmediato consiguió apoyo exterior. El independentismo aumentó rápidamente su base social y contó con el respaldo de caudillos revolucionarias que se había distinguido en su lucha contra las tropas españolas en la guerra de los Diez Años y se habían negado a aceptar los acuerdos de Zanjón.
En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla que no procediesen de la Península. El principal cliente económico de Cuba era Estados Unidos, que adquiría el azúcar y el tabaco mientras que esta solo podía exportar a Cuba productos con fuertes aranceles de entrada. El presidente norteamericano William McKinley manifestó su protesta ante tal situación y amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y al tabaco cubanos si el gobierno español no modificaba su política arancelaria en la isla. Al temor a una nueva insurrección independentista, se sumó el receso a que esta pudiese contar con el apoyo de Estados Unidos.
6.2. La gran insurrección
En 1879 se produjo un nuevo conato de insurrección contra la presencia de los españoles en la isla, que dio lugar a la llamada Guerra Chiquita. Pocos años después, el Grito de Baire dio inicio a un levantamiento generalizado. La rebelión comenzó en el este de la isla, pero se extendió rápidamente a la zona occidental donde estaba la capital, la Habana. Cánovas del Castillo, envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que entendía que la pacificación de la isla requería una fuerte acción militar que debía acompañarse de un esfuerzo político de conciliación con los sublevados.
Martínez Campos no consiguió controlar militarmente la rebelión, por lo que fue sustituido por Valeriano Weyler, que se propuso cambiar los métodos de lucha e iniciar una férrea represión. Para evitar que los insurrectos aumentases su adeptos en el mundo rural, organizó las concentraciones de campesinos, a los que se obligaba a cambiar de asentamiento recluyéndolos en determinados pueblos sin posibilidad de contacto con los combatientes. Weyler trató muy duramente a los rebeldes y también a la población civil.
La guerra no era favorable a los soldados españoles, ya que se desarrollaba en plena selva y contra unas fuerzas muy extendidas en el territorio. Ni los soldados españoles estaban entrenados para hacer frente a una guerra de este tipo ni el ejército contaba con los medios adecuados. El mal aprovisionamiento, la falta de provisiones y las enfermedades tropicales causaron gran mortandad entre las tropas.
En 1897, tras el asesinato de Cánovas y conscientes del fracaso de la vía represiva propiciada por Weyler, el nuevo gobierno liberal lo destituyó del cargo y encargó el mando al general Blanco. Además, inició una estrategia de conciliación con la esperanza de empujar a los separatistas a pactar una fórmula que mantuviera la soberanía española en la isla y evitase el conflicto con Estados Unidos. Para ello decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.
Paralelamente al conflicto cubano, se produjo una rebelión en las Islas Filipinas. La colonia del Pacífico había recibido una escasa inmigración española y contaba con una débil presencia militar, que se veía reforzada por misioneros de las principales órdenes religiosas. Los intereses económicos españoles eran mucho menores que en Cuba, pero se mantenían por su producción de tabaco y por ser una puerta de intercambios comerciales con el continente asiático.
El independentismo fraguó en la formación de la Liga Filipina, fundada por José Rizal y en la organización clandestina Katipunan. La insurrección s extendió y Camilo García llevo a cabo una política represiva condenando a muerte a Rizal. El nuevo gobierno liberal de 1897 nombró capitán general a Fernando Primo de Rivera, que promovió una negociación indirecta con los principales jefes de la insurrección, dando como resultado una pacificación momentánea del archipiélago.
6.3. La intervención de Estados Unidos
Estados Unidos había fijado su área de expansión en la región del Caribe y en el Pacífico. El interés de Estados Unidos por Cuba había llevado a realizar diferentes proposiciones de compra de la isla, que España siempre había rechazado. El compromiso americano se evidenció cuando el presidente McKinley mostró su apoyo a los insurrectos.
La ocasión para intervenir en la guerra la dio el incidente del acorazado estadounidense Maine, que estalló en el puerto de La Habana. Estados Unidos culpó falsamente a España y envió un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba. El gobierno español negó a cualquier vinculación con el Maine y rechazó el ultimátum estadounidense, amenazando con declarar la guerra en caso de invasión de la isla. Los dirigentes políticos españoles eran conscientes de la inferioridad militar española, pero consideraron humillante la aceptación, sin lucha, del ultimátum. Comenzaba así la guerra hispano-norteamericana.
Una escuadra mandada por el almirante Cervera partió hacia Cuba, pero fue derrotada en la batalla de Santiago. Estados Unidos derrotó igualmente otra escuadra española en Filipinas, en la batalla de Cavite. Después se firmó la Paz de París, por lo cual España se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser un protectorado norteamericano. El ejército español regresó vencido y en condiciones lamentables.