Portada » Educación Artística » La fachada de San Carlos das Catro Fontes: Un ejemplo del barroco italiano de Borromini
Borromini se enfrentó en esta obra a dos desafíos que complicaban la construcción: Por un lado, la estrecha calle en la esquina donde tenía que erigir el templo de dimensiones reducidas y, por otro lado, la escasez de materiales disponibles debido a los limitados recursos de la Orden Trinitaria, a la que pertenecía la iglesia.
La fachada, curva y achaflanada en las esquinas, se articula en dos pisos separados por un entablamento con una inscripción dedicada a la Santísima Trinidad y a San Carlos Borromeo, fundador de la orden, así como el año 1667.
El piso inferior se articula horizontalmente en dos niveles separados por un entablamento con una cornisa muy pronunciada, y tres calles verticales separadas por columnas de orden monumental con fustes lisos bastante separados de la fachada, que recorren los dos niveles y se coronan con capiteles (no clásicos) profusamente tallados.
En el nivel inferior, sobre un alto zócalo, columnas de menor tamaño enmarcan ventanas ovaladas enmarcadas por medallones y, en el centro, la entrada adintelada.
En el segundo nivel, aparecen tres hornacinas adinteladas, las laterales con imágenes de santos de la Orden Trinitaria y la central, más prominente, con un arco de medio punto flanqueado por ángeles, que alberga la imagen de San Carlos Borromeo.
En el segundo piso, sobre el entablamento ondulante, se repite el esquema con columnas de menor tamaño que enmarcan profundas hornacinas vacías y adinteladas (pero curvas) en los laterales y placas con medallones sobre ellos.
En el centro se sitúa un balcón en forma de templete semicircular con una gran ventana rectangular sobre la que se colocan dos ángeles que sostienen el enorme medallón que se inclina sobre la fachada y que originalmente contenía una pintura representando la Coronación de la Virgen hoy desaparecida.
Rematando todo, un arco conópico reemplaza el habitual frontón triangular.
En el lateral achaflanado se levanta una torre con pares de columnas y cubierta en forma de pagoda de gran originalidad.
Con todo este despliegue de artificios e innovadoras soluciones, la mayor originalidad del edificio se debe al movimiento que el arquitecto logra dar a la fachada disponiendo cuerpos verticales en avance y retroceso con curvas cóncavas y convexas que repite en el entablamento y en el nivel superior. Borromini logra así crear una fachada muy efectista de movimiento ondulante.
Los elementos dispuestos en diferentes planos crean además contrastes lumínicos muy acentuados que dotan a la fachada de una gran plasticidad más propia de una escultura que de una obra arquitectónica.
La esquina resuelta en un chaflán, es decir, cortada en un plano en oblicuo, logra acentuar la perspectiva del edificio y su visión, acentuando la sensación de verticalidad de la fachada y creando un efecto de mayor amplitud y monumentalidad.
Borromini se muestra en esta obra como un auténtico maestro del barroco, llevando los efectos de inestabilidad y movimiento al extremo. Partiendo de elementos clásicos, los modula de tal manera que parece que la piedra se convirtiera bajo su mano en un material dúctil y maleable.
Así, con esta obra, Borromini se aleja de la orden, la mesura y equilibrio, para primar la expresividad de los elementos constructivos a través del movimiento y el juego de luces y sombras (claroscuro).
El arte barroco, del que esta obra es un modelo ejemplar, busca el efectismo, la sorpresa, pretende el mayor impacto visual llegando a los observadores a través de los sentidos y lo emocional que sustituye a la racionalidad renacentista. El arte se concibe pues como espectáculo donde pueden tener lugar los artificios, el engaño de los sentidos e ilusiones ópticas que forman parte sustancial de la estética barroca junto con una inclinación desmedida hacia la monumentalidad, la suntuosidad y los excesos decorativos requeridos para actuar como instrumento de propaganda institucional.
La fachada de la iglesia de San Carlos das Catro Fontes, diseñada por el arquitecto Borromini en la segunda mitad del siglo XVII, es un ejemplo sobresaliente del barroco italiano. Borromini enfrentó desafíos significativos al trabajar en un espacio estrecho y con materiales modestos debido a los recursos limitados de la Orden Trinitaria.
La fachada, curva y achaflanada en las esquinas, se divide en dos pisos. En el nivel inferior, se destacan columnas monumentales que enmarcan ventanas ovaladas y una entrada adintelada en el centro. En el segundo nivel, se encuentran hornacinas adinteladas con imágenes de santos trinitarios y un balcón en forma de templete semicircular en el centro. Todo está rematado por un arco conopial en lugar del típico frontón triangular.
Borromini logra crear un efecto de movimiento ondulante en la fachada mediante el uso de elementos en avance y retroceso, así como curvas cóncavas y convexas. Este diseño, junto con los contrastes lumínicos acentuados, le confiere a la fachada una gran plasticidad y efectismo visual.
La esquina achafranada resalta la perspectiva del edificio, creando una sensación de verticalidad y ampliando la monumentalidad de la obra. Borromini demuestra su maestría al llevar los efectos de inestabilidad y movimiento al extremo, transformando la piedra en un material maleable bajo su mano.