Portada » Historia » La Crisis de la Restauración en España (1898-1917)
España inició el siglo XX bajo la regencia de María Cristina, conmocionada por el desastre de 1898 en la guerra con Estados Unidos. La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas confirmó su declive como potencia colonial, desbancada por las nuevas potencias europeas y americanas. Este evento evidenció el desfase entre la España «oficial» y la España «real», entre la base ideológica y política de la Restauración y la realidad económica y social. Se hacía evidente la necesidad de regenerar el sistema político, económico y social vigente desde la restauración alfonsina, que se mostraba caduco.
Económicamente atrasada, con un dominio de la agricultura y una industria incipiente, la sociedad española era mayoritariamente campesina y con escasa alfabetización. En política, regía un sistema parlamentario ficticio, basado en el turno pacífico de los partidos liberal y conservador. Sin embargo, este turno no era decidido por el parlamento, sino por el rey, quien otorgaba su confianza a un líder político para formar gobierno, convocar elecciones y controlar las Cortes. Este sistema se sustentaba en la oligarquía terrateniente y el caciquismo rural. La implantación del sufragio universal masculino en 1890 puso de manifiesto la corrupción y el fraude electoral.
En 1902, Alfonso XIII fue declarado mayor de edad y continuó el sistema de turno pacífico. Los partidos mayoritarios mantuvieron sus programas prácticamente inalterados hasta 1907, aunque plantearon una «revolución desde arriba» para asumir desde el poder algunas aspiraciones regeneracionistas. Fuera del sistema canovista, se encontraban los partidos antidinásticos (carlistas y republicanos), los nacionalistas periféricos (catalanismo) y el movimiento obrero (socialista y anarquista). En estos primeros años del siglo, los republicanos formaron un importante partido de masas en torno a Alejandro Lerroux (republicanismo radical), y al final del período, surgió el partido reformista. El catalanismo cultural y regionalista dio origen a la Lliga Regionalista, apoyada por la burguesía catalana. El movimiento obrero, por su parte, creció notablemente con sus sindicatos, la UGT (socialista) y la CNT (anarquista). La escasa fuerza política de estos grupos contrastaba con su enorme fuerza social y capacidad de movilización.
Antonio Maura, líder del partido conservador, intentó llevar a cabo un programa regeneracionista. Buscaba una aproximación entre el Estado y el pueblo, creando instituciones de servicio público y fomentando la conciencia ciudadana. Para combatir el caciquismo, presentó una reforma de la Ley electoral en 1907, pero fracasó por la oposición de republicanos y socialistas. Ofreció la creación de mancomunidades para las aspiraciones regionalistas, legitimó el derecho a la huelga y el derecho de asociación en sindicatos, creó el Instituto Nacional de Previsión y desarrolló una política económica nacionalista. Sin embargo, el envío de tropas a Melilla provocó la Semana Trágica de Barcelona en 1909, una huelga general anticlerical organizada por socialistas, anarquistas y republicanos, que fue duramente reprimida y provocó la dimisión de Maura.
Con la descomposición de los partidos dinásticos, se inició la crisis de la monarquía de Alfonso XIII. Se sucedieron gobiernos de gestión sin programa definido y con frecuentes crisis internas, incapaces de solucionar la agitación obrera y los problemas económicos y sociales. La Primera Guerra Mundial, si bien supuso un estímulo para la economía española, coincidió con una profunda crisis interna que la convirtió en una potencia de segundo orden.
En 1917, la crisis se manifestó en tres sectores: Juntas Militares de Defensa (descontento por el abandono del gobierno, bajos salarios, etc.), Asamblea de Parlamentarios (incapacidad para afrontar los problemas) y crisis social (agitación obrera, problema regionalista). El régimen de la Restauración quedó herido de muerte, y la «monarquía de las oligarquías turnantes» parecía abocada al fracaso. El problema de Marruecos seguía sin resolverse, lo que aumentaba el resentimiento de los militares hacia los políticos. La posibilidad de una intervención militar se hacía cada vez más palpable.