Portada » Filosofía » La Alienación en Feuerbach y Marx: Crítica Filosófica y Propuesta de Superación
La realidad no es la idea, sino la materia y, más concretamente, el hombre. Pero un hombre genérico, es decir, el género humano.
El hombre necesita conocerse. Entonces se enfrenta consigo mismo, se opone a sí mismo como objeto de su conocimiento. Lo consigue proyectando fuera de sí un conjunto de cualidades que le pertenecen. Todas estas cualidades las sitúa en un ser fuera de sí, lo crea y le llama Dios. Dios es simplemente una pura proyección del hombre. Si se queda en el primer momento, de la afirmación de Dios, queda alienado. El hombre debe volver a reencontrarse consigo mismo. ¿Dónde? En ese Dios que él mismo ha creado. Proyectando sus cualidades en ese ser se ha conocido a sí mismo.
Es, por tanto, una alienación religiosa, que también es necesaria para poder conocerse, pero que debe quedar después reducida, eliminada para que el hombre pueda reencontrarse consigo mismo de nuevo y se pueda suprimir la alienación.
Para Feuerbach, Dios no es otra cosa que la esencia del género humano en su limitada potencialidad, es decir, Dios es la proyección de todo lo que al ser humano le gustaría conseguir, ser, etc., y por eso Dios nos muestra las limitaciones que tenemos al descubrir en él todo lo que nos gustaría tener.
Marx parte de la crítica que realiza Feuerbach a la religión y afirma que la alienación religiosa es el modelo o paradigma de la alienación del hombre. Marx sospecha que la religión es la forma o producto visible de una conciencia ideológica que encubre una realidad social humana contradictoria y desgarrada. La situación de las clases sociales no es la adecuada para el bien común.
Según Marx, lo que padece el ser humano concreto, lo que sufrimos cada uno de nosotros, está determinado por la clase social a la que pertenecemos y, por lo tanto, está determinado por la sociedad.
Marx propone abrir los ojos ante esta situación y darnos cuenta de que la religión solo es “el opio del pueblo”, que trata de engañarnos y hacernos creer que la situación en la que vivimos es así y no se puede cambiar.
La alienación política consiste en la división que existe entre la idea de libertad e igualdad de los ciudadanos y la situación creciente de desigualdad y dominación en las relaciones laborales privadas que se derivan de la libertad económica. Por ese motivo, esos principios políticos de libertad y de igualdad de los ciudadanos sirven como coartada para la desigualdad y dominación en la nueva sociedad industrial que se ha reflejado en las dos clases sociales antagónicas: la burguesía y el proletariado.
La burguesía liberal se caracteriza por estar formada por burgueses progresistas y emprendedores, con fe inquebrantable en las leyes de la economía y en el principio de libre cambio. Es una clase ascendente, con un futuro de producción sin límites y con la acumulación del capital. Pero esta burguesía engendra una nueva clase social universal, que aglutina a antiguos pequeños propietarios y comerciantes. Es la clase social del proletariado.
La alienación social consiste en la “dialéctica de amo y esclavo”, en la degradación y deshumanización de ambas, convirtiendo las relaciones humanas en relaciones mercantiles, es decir, convirtiendo al ser humano en mercancía. El enfrentamiento entre las clases sociales no puede tener solución política, porque la clase burguesa dominante ha conquistado el poder político, es decir, es la clase que gobierna, que manda.
La mercancía tiene un valor de uso y un valor de intercambio.
El valor de uso es satisfacer necesidades humanas. Las mercancías no son intercambiables: si lo que tengo es hambre, de nada me sirve un objeto muy valioso, como una joya; tendría que cambiarla por un trozo de pan, es decir, tendría que convertirla en mercancía.
En el intercambio de mercancías sólo importa su valor de intercambio: depende de lo único que todas las mercancías tienen en común, que es ser producto del trabajo humano, es decir, la cantidad de trabajo incorporado al producto, aunque invisible y abstracta.
El dinero socializa el trabajo. Además, el dinero resulta tan necesario para la sociedad como amenazado para la misma, porque convierte las relaciones humanas en relaciones económicas.
La acumulación de mercancías con valor de uso, pero sin valor de intercambio lleva como consecuencia la destrucción de puestos de trabajo y la disminución del poder adquisitivo de la clase trabajadora. Las crisis periódicas parecen reproducirse al mismo tiempo que la alienación de la clase trabajadora.
Según Marx, la explotación del obrero por parte del patrón le proporciona una plusvalía que conduce a la acumulación de capital y a continuar con la explotación. Si en el proceso productivo se reinvierte la acumulación, se producen, entonces, los avances técnicos, pero, en contra, habrá un empobrecimiento general, reducción de salarios, disminución del número de capitalistas, concentración del capital y formación de monopolios, y, finalmente, la crisis de la superproducción. Estos hechos serán lo que conducirán a la revolución socialista.
La historia se ha caracterizado por una lucha constante entre clases sociales: burguesía (dominadora, propietaria del poder y de los medios de producción) y el proletariado (clase agredida por la burguesía). Este enfrentamiento también llevará a un proceso revolucionario que derribará al capitalismo.
En la transición de una a otra etapa, el proletariado deberá acceder al poder y, una vez conseguido, ejercerá una dictadura despótica. Entonces el Estado pasará a controlar los medios de producción, pero una vez desaparecido por completo el capitalismo, también desaparecerá el Estado.
La propiedad privada de los medios de producción no existirá ya en la sociedad socialista y con ella desaparecerán las clases sociales.
La antropología de Marx se define como naturalista y, al mismo tiempo, materialista. Pero el materialismo de Marx no es el materialismo mecanicista de la época: la materia, que es lo natural, incluye en Marx el dinamismo propio de lo humano y del espíritu, sólo que entendidos “naturalmente”, no desde ninguna realidad trascendente. Y porque es un naturalismo, la concepción de Marx es ateísmo: la explicación dialéctica, si ha de ser puramente natural, ha de excluir toda realidad trascendente o “sobrenatural”. Es decir, la materia del ser humano (como la unión de un elemento físico y un elemento mental) es algo natural y no sobrenatural, y por ese motivo elimina todo elemento religioso, ideológico o metafísico.
El ateísmo tiene en Marx una raíz ética: es el reconocimiento de la alienación religiosa del hombre. Si la religión está privando al hombre de la posesión de sí mismo y lo mantiene alienado, será preciso suprimir o reducir la religión. El marxismo es de esta manera un humanismo, pues se ha impuesto la tarea ética de suprimir la alienación del hombre real e histórico.