Para cumplir su misión, Jesús no se bastaba a sí mismo. Quiso rodearse de un grupo de amigos. Los necesitaba, ¿por qué no? No vive en una lejana nube de admiración distante. Está con ellos. Vive con ellos. Les habla, les forma, les educa. Come con ellos. Un Buda y un Mahoma están humanamente mucho más lejos de sus seguidores que Jesús de sus apóstoles. En lo humano, entre Jesús y los suyos hay una hermosa corriente de compañerismo y fraternidad. En lo divino, sí, hay una barrera que marca el misterio de la divinidad. A estos íntimos, les hace partícipes de sus secretos, de su amistad, de su misión. Jesús en su paso por la tierra quiso formar una comunidad de íntimos, con la que comenzó su Reino, su Iglesia. Los eligió porque Él quiso, y los llamó de distintos pueblos, condiciones sociales y modos de pensar. Ellos, para seguir a Jesús, dejaron todo, y se lanzaron a este mundo, confiados en este Jefe y Maestro, que les ha invitado, viviendo bajo el aire y el sol, y durmiendo donde les sorprendía la noche.
1. Características de estos doce Los elige uno por uno, así como son, con cualidades y defectos. Cada uno es distinto. Distintos en pueblo, condición social e ideología: unos eran ricos, otros pobres; revolucionarios algunos, colaboracionistas aprovechados otros; solteros, unos, y casados, otros; unos más íntegros moralmente; otros, no tanto. A todos ellos, Jesús llama libremente, no porque hubieran hecho algo especial, sino porque Él quiso, sin mérito alguno. Constituyen un grupo elegido. Los forma en grupo. Jesús les forma de manera especial, les abre su corazón, les explica a solas su mensaje profundo. Les revela quién es su Padre celestial. Jesús actúa con ellos de manera muy diferente a la de un maestro que transmite una enseñanza teórica. Se hace compañero de tarea y misión. No es un Sócrates que enseña desde su elevado puesto, sino un amigo íntimo que comparte y vive con ellos la misma suerte y destino, come con ellos en la misma mesa y duerme a su lado. Les forma en la vida cotidiana. Los lanza a la misión de dos en dos, nunca en solitario. La misión hay que hacerla juntos. Los lanza a la predicación, a anunciar ese Reino que Jesús vino a establecer aquí en la tierra y que tendrá su cumplimiento allá en el cielo. En esa tarea les promete su asistencia, pero no les ahorrará dificultades y las espinas del camino. Lucharán, sufrirán, serán perseguidos. No les esconde la cruz. Al contrario, les invita a llevarla todos los días. Con ellos crea un nuevo estilo de vida, cuya ley suprema es la libertad y el amor. Los quiere libres. Por eso, les invita a seguirle, no les obliga. Esta libertad engendra alegría. Los quiere alegres, porque está con ellos el Esposo en plena fiesta y banquete. Esta libertad no es la libertad para hacer lo que les venga en gana. Es, más bien, la libertad de los hijos de Dios, que quiere a Él sólo servir. La Causa del Evangelio, de la Buena Nueva, les exige dejar todo, para seguir radicalmente a Jesús. Tendrán que romper todos los lazos farni:iares, no porque ya no quieran a su familia, sino porque lo exige la dedicación total, absorbente a la Causa del Reino. Deben optar por Cristo y dedicarse a Él las veinticuatro horas del día, desprendiéndose de todo lo demás.
2. ¿Qué misión les encomendó? Estar con Él: misión a vivir con Él, a hacer la experiencia íntima de Él, a tenerlo como amigo íntimo del alma, hasta llegar a pensar como Él, sentir como Él, amar como Él. Es lo que llamamos la identificación real con Jesús. Predicar el evangelio a todo él mundo: para que todos los hombres lleguen a conocer a Jesucristo y su mensaje de salvación. Por eso, se lanzaron por todas partes y gracias a ellos se esparció la semilla del Evangelio. Ser luz del mundo: Luz que ilumina todos los rincones de la sociedad. Luz que calienta los corazones fríos. Ser sal de la tierra: sal que da sabor a la vida. Sal que preserva de la corrupción. Echar demonios: echar demonios del cuerpo y demonios del alma. Curar enfermos: curar cuerpos y curar almas. Enseñar a guardar todo lo que Él les ha mandado: fidelidad al mensaje. Bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: para hacer a todos hijos de Dios.
3. ¿Quiénes son los doce? Simón Pedro es quien tiene la más recia personalidad del grupo y es un hombre de una sola pieza. Llamado por Jesús, mirado por Jesús, escogido por Jesús. Más allá del pescador de Galilea veía Jesús a toda su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Así como conoce su pasado, también sabe cuál es su porvenir: «Tú serás llamado Cefas». Confiesa la divinidad de Jesús. Un líder indiscutible, ardiente, orgulloso, terriblemente seguro de sí mismo, enemigo de las medias tintas, duro en sus palabras, emocionante en su fidelidad al Maestro, dramático en su traición, generoso en su arrepentimiento. Testigo de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración en el «labor, de la agonía de Cristo en Getsemaní. Quiso andar sobre las olas, pero dudó de Jesús. Jesús le hizo jefe del grupo, pero a renglón seguido, le corrige sus miras humanas y terrenales. A pesar de su caída, Jesús le recupera y le confiere el primado después de la pesca milagrosa: «Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos». Jesús predijo su martirio y Pedro dará la vida por Él, con gusto y valentía.
Andrés, su hermano: un tanto tímido, profundamente religioso. Más constante que su hermano Pedro. Austero. También llamado, escogido por Cristo. Será Andrés quien presentará a Jesús unos griegos que querían verle. Será él quien preguntará a Jesús sobre el fin del mundo.