Portada » Religión » Jesús encarga misión a discipulos
Jesús y el evangelio constituyen el acontecimiento central en la historia de la salvación. Digo Jesús y el evangelio porque la persona y la obra de Jesús han llegado hasta nosotros a través del evangelio. De ahí la importancia de estudiar detenidamente lo que representa el evangelio y su significación para nosotros.
A)
La palabra «evangelio» significa literalmente «buen anuncio, buena noticia». Más concretamentesignifica, en la literatura griega antigua: a) la recompensa que recibe el mensajero que trae una buena noticia, concretamente la noticia de una victoria; b) el mensaje mismo que trae el portador de buenas noticias; c) la noticia que se refiere a las actuaciones del emperador, su nacimiento, su advenimiento al trono, sus discursos, etc.
B) En el Nuevo Testamento: En los evangelios se presenta como la «buena noticia» que se les da a los pobres. Se trata de la gran noticia que anuncia el Antiguo Testamento: Dios, por fin, va a reinar y va a imponer su voluntad. Esta «buena noticia” se refiere al Reino que Jesús predica y se expresa, sobre todo, en la enseñanza de Jesús a sus discípulos y en la pasión del propio Jesús.
C) Su sentido profundo: En los evangelios es la «buena noticia» para los pobres. Ahora bien, la noticia verdaderamente buena que se les puede dar a los pobres es que van a dejar de serlo. El «evangelio», por lo tanto, anuncia la nueva sociedad que Jesús vino a instaurar. De esta manera, el «evangelio» se nos muestra no sólo como una esperanza para la otra vida, sino además como una realidad que se tiene que hacer presente en este mundo, en las situaciones de esta vida y en la sociedad actual. El «evangelio» es la «buena noticia» de la salvación y liberación que Dios ha realizado por medio de Jesús el Mesías. Este evangelio es «buena noticia» para todos los desgraciados de la tierra, porque anuncia, no sólo el reino futuro en la otra vida, sino además la nueva sociedad que Dios quiere establecer en este mundo, la sociedad en que los desgraciados van a dejar de serlo.
/////////// 2. ORIGEN Y FORMACIÓN DE LOS CUATRO EVANGELIOS //// a)
A partir del siglo II, la palabra «evangelio» se empezó a utilizar para designar a los cuatro libros del Nuevo Testamento que tratan de la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Por eso ahora hablamos no sólo del «evangelio», sino además de los cuatro «evangelios». Estos cuatro evangelios se atribuyen a otros tantos autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
// b)
Los cuatro autores indicados no se mencionan nunca ellos mismos en la obra que se les atribuye. Eso quiere decir que el autor primero y fundamental de cada evangelio no fue una persona determinada. El autor es, más bien, la comunidad o las comunidades a las que iban dirigidos esos evangelios. Esos recuerdos se transmitieron de memoria de unos a otros, en forma de frases y narraciones cortas. Pero aquí es de suma importancia insistir en que el autor primero y fundamental de los evangelios es la comunidad primitiva o mejor el conjunto de las primeras comunidades de creyentes que ha habido en el mundo. Aquellos creyentes conservaron en su memoria los recuerdos del Señor, se fijaron en unos más que en otros, pusieron su acento en determinadas palabras o determinados hechos de Jesús y transmitieron para las generaciones futuras el contenido del «evangelio» o la «buena noticia» para los hombres de todos los tiempos.
// c)
Como obra literaria constituyen los evangelios un género nuevo y particular que no se identifica con ninguno de los conocidos hasta la época. No se trata de simples biografías, tampoco pueden clasificarse como meros libros de memorias, no pretenden tampoco suscitar entusiasmo por la doctrina de un gran filósofo, ni admiración por la virtud de un gran hombre, sino despertar la fe en Jesús como mesías e Hijo de Dios, para llevar a un compromiso personal con él y a un cambio de vida hecho posible por la salvación que él trae.
// d)
Para comprender mejor todo el problema de la formación de los evangelios, ayudará tener en cuenta lo que se llama la «cuestión sinóptica». A los tres primeros evangelios, Mateo, Marcos y Lucas, se les llama «evangelios sinópticos». La palabra «sinóptico» viene del griego synopsis, que significa «perspectiva común».
Y se puede decir de esos tres evangelios que son »sinópticos» porque cuentan la vida y la actividad de Jesús de una manera bastante semejante y además porque, en muchas frases y pasajes enteros coinciden curiosamente hasta el punto de que, con frecuencia, utilizan las mismas expresiones y las mismas palabras.
Comparados con el evangelio de Juan, los tres sinópticos ofrecen un estilo muy similar; están ausentes las largas discusiones. Además los tres ofrecen el mismo esquema al presentar la actividad de Jesús: aparición de Juan Bautista, bautismo y tentaciones, labor en Galilea, viaje a Jerusalén, pasión y resurrección. Parece bastante claro que el evangelio más antiguo es el de Marcos, y que Mateo y Lucas lo utilizaron. Muchos detalles de la cuestión sinóptica son prácticamente insolubles; pero, a pesar de eso, la figura de Jesús y su mensaje emergen de esos tres evangelios con una claridad indiscutible.
Queda por explicar una cuestión importante. A pesar de la profunda semejanza que existe entre los tres evangelios sinópticos, es evidente que también hay entre ellos divergencias muy importantes. Estas divergencias son considerablemente mayores con el evangelio de Juan.
Hay algo que está muy claro: cada evangelio, en su forma actual, fue redactado por un autor diferente. Y eso explica, al menos en parte, las diferencias que existen entre los distintos evangelios.
La explicación de todo esto hay que buscarla en otro hecho. Sabemos que el verdadero autor de cada evangelio fue la comunidad cristiana. Ahora bien, esto ¿qué quiere decir?
Quiere decir que cada comunidad tuvo una experiencia determinada del acontecimiento de Jesús el mesías. Cada comunidad tuvo su propia experiencia de fe en Jesús. Y es esa experiencia de fe lo que ha quedado recogido y plasmado en cada evangelio.
Por eso se explican las diferencias que hay entre los evangelios. Porque responden a experiencias de fe distintas. En cuanto a las semejanzas, ya se ha dicho que tienen una explicación comprensible: los evangelios, concretamente los sinópticos, dependen de fuentes en común, en el sentido que ya he expuesto.
Ahora bien, esto quiere decir dos cosas, ambas de suma importancia.
La primera es que lo decisivo para los cristianos es la praxis de Jesús, o sea, lo que Jesús hizo y vivió. Las comunidades en las que se elaboraron los evangelios comprendieron que los cristianos tienen que vivir en conformidad y de acuerdo con lo que fue la praxis de Jesús, su estilo de vida, su compromiso, su actuación, su forma de actuar y de expresarse. Y comprendieron también que todo lo demás interesa en tanto en cuanto está de acuerdo con la praxis de Jesús.
// La segunda cosa que todo esto nos enseña es que, cuando leemos los evangelios, lo que interesa no es tanto saber cómo podemos compaginar unos relatos con otros, sino comprender la experiencia de fe que se refleja en cada uno de ellos.
ES EVIDENTE para todos nosotros que la sociedad en que vivimos, a pesar de sus logros y de sus muchas ventajas, es una sociedad que no nos gusta, desde muchos puntos de vista. En este sentido, el malestar, que se percibe por todas partes, es una cosa que salta a la vista de todo el mundo. De ahí la aspiración de tantas personas, que desean, de una manera o de otra, una nueva sociedad. Una sociedad más humana, más fraterna, más solidaria; una sociedad, en definitiva, más digna del hombre.
Ahora bien: ¿Qué incidencia tiene hoy el cristianismo en esta sociedad? Quiero decir, ¿se puede asegurar que el cristianismo y los cristianos somos un agente de cambio fundamental para transformar la sociedad en que vivimos? ¿Es el cristianismo, por consiguiente, una fuerza revolucionaria que tiende eficazmente a transformar las condiciones injustas que se dan en nuestro mundo y en nuestra sociedad?
A mí me parece que esta pregunta es no sólo importante, sino esencial en este momento. Por una razón: hoy no basta hablar de la verdad (en abstracto) de una cosa; lo que interesa sobre todo, es la significatividad de esa cosa, qué significado tiene esto para el hombre, para nosotros, para cada persona en concreto. Ahora bien, hay significatividad donde hay eficacia. Quiero decir, una cosa puede ser muy verdadera, pero si no sirve para nada, no interesa, es algo que no tiene un significado concreto y práctico.
Pues bien, a esta sencilla reflexión, vuelve mi pregunta de antes: ¿Qué incidencia tiene el cristianismo hoy en la sociedad? O dicho de manera más sencilla: ¿Para qué sirve el cristianismo en nuestro tiempo y en nuestra sociedad?
Hoy está fuera de duda que el centro de la predicación y del mensaje de Jesús está en su enseñanza sobre el reino de Dios. El evangelio de Marcos lo resumió con dos cosas muy claras: por una parte, que el mensaje esencial de Jesús era su predicación sobre el Reino; por otra parte, que esa predicación sobre el Reino es la «buena noticia», el evangelio que Jesús tenía que proclamar. Por consiguiente, queda claro que el centro mismo del evangelio es la predicación sobre el reinado de Dios.
Pero ¿qué quería decir Jesús cuando hablaba del reino de Dios? Empecemos por una observación sobre el término. El reino de Dios es un concepto dinámico. Designa la soberanía real de Dios ejerciéndose in actu. De ahí que la traducción más adecuada no es la palabra «reino» sino más concretamente «reinado» de Dios.
Una cosa es clara: decir que Dios va a reinar es lo mismo que decir que se va a imponer el designio de Dios, la voluntad de Dios, lo que Dios efectivamente quiere.
Hay que tener en cuenta que Jesús predicó su mensaje a un pueblo que vivía de las ideas y de las tradiciones del Antiguo Testamento. Por consiguiente, existía en Israel una profunda corriente de pensamiento según la cual se deseaba la venida de un rey que por fin iba a implantar en la tierra el ideal de la verdadera justicia .Porque para los israelitas eso era lo característico del rey, el significado del rey estaba determinado, para los israelitas, entre otras cosas, por el sentido que la justicia tenía para ellos.
La justicia del rey consistía en defender eficazmente al que por sí mismo no puede defenderse. De ahí que la justicia consistiera, para Israel, en la protección que el rey prestaba —o debía prestar— a los desvalidos, a los débiles y a los pobres, a las viudas y a los huérfanos.
Por eso, cuando Jesús dice en su predicación que ya llega el reinado de Dios, lo que en realidad quería decir es que, por fin, se va a implantar la situación anhelada por todos los descontentos de la tierra; la situación en la que va a realizarse efectivamente la justicia, es decir, la protección y la ayuda para todo el que por sí mismo no puede valerse, para todos los desheredados de la tierra, para los pobres, los oprimidos, los débiles, los marginados y los indefensos. Por eso se comprende que, en la predicación de Jesús, el Reino es para los pobres, para los niños, para los pequeños, en general para todos los que la sociedad margina y desestima.
Está claro que aquí se describe lo que podríamos llamar el ideal de una nueva sociedad. Una sociedad digna del hombre, en la que finalmente se implanta la fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos. Y una sociedad, además, en la que si alguien es privilegiado y favorecido, ése es precisamente el débil y el marginado, el que por sí mismo no puede defenderse. De ahí que el reinado de Dios, tal como Jesús lo presenta, representa la transmutación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Este sistema, como sabemos de sobra, se basa en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Frente a eso, Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir obviamente que todos somos hermanos. Y si hermanos, por consiguiente iguales y solidarios los unos de los otros.
Además, el reinado de Dios supone y exige conversión, cambio de mentalidad y de actitudes, adhesión incondicional al mensaje de Jesús y, en ese sentido, interioridad.
CONSECUENCIAS DEL REINADO DE DIOS: 1.- Por eso el reinado de Dios no se identifica con ninguna situación socio-política determinada.
2.- De ahí que el reinado de Dios, tampoco consiste en una situación que se vaya a implantar por la fuerza de las armas o el poderío de los ejércitos. Ni el reino de Dios consiste en una especie de golpe militar, que por la fuerza haga que las cosas cambien.
3.- Por otra parte, el reinado de Dios tal como lo presenta Jesús no era, ni podía ser, el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel.
4.- En el mismo sentido hay que decir que el reinado de Dios no es tampoco el resultado de una práctica fiel y observante de las obras religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios. Jesús tampoco se refiere a eso en su predicación.
Y todo esto, en última instancia, es así porque el reinado de Dios, como dije antes, es la buena noticia, concretamente la buena noticia para los pobres, los que sufren, los perseguidos y los marginados. Pero es claro que la única «buena noticia» que se les puede dar a tales gentes es que van a dejar de ser pobres, van a dejar de sufrir y van a salir de su situación desesperada.
El reino de Dios es algo que tiene que soportar el enfrentamiento y la contradicción.
Muy sencillo, todos los que disfrutan y se ven privilegiados en la sociedad presente es evidente que no quieren esa otra sociedad. Por eso la predicación del reinado de Dios es una cosa que no se puede realizar impunemente.
Se trata ahora de deducir algunas conclusiones de todo lo dicho hasta el momento. Y la primera de esas conclusiones es que el y el proyecto de Jesús, de acuerdo con todo lo que se ha dicho, no se puede reducir ni a una moral individualista ni a la sola religiosidad. Pero está claro que sólo a base de servicios religiosos no se transforma la sociedad. definitivo. Jamás se dice en el evangelio que a base de servicios religiosos se va a conseguir que Dios reine efectivamente en el mundo. Es más, a mí me parece que los servicios religiosos, siendo por supuesto necesarios, pueden, sin embargo, entrañar un peligro. El peligro de que las Iglesias, al ver que la gente acude a los templos, se sientan satisfechas y se lleguen a imaginar que así cumplen con su misión en el mundo y en la sociedad.
// La segunda conclusión es también importante. Y se puede formular diciendo que el reinado de Dios tampoco consiste en la sola práctica de la caridad, tal como se suele entender corrientemente. En efecto, la práctica de la caridad se reduce a mantener unas buenas relaciones interpersonales y a la ayuda al prójimo por medio de la beneficencia. Es más, aquí vuelvo a decir lo de antes: las buenas relaciones interpersonales y la práctica de la beneficencia nos pueden fácilmente engañar, porque nos pueden hacer la ilusión de que las cosas van como tienen que ir, cuando en realidad de lo que se trata es de cambiar la sociedad que tenemos.
Por otra parte y ésta es la tercera conclusión, el proyecto del reino de Dios es una utopía, en el sentido más estricto de esa palabra. Utopía es lo que no tiene lugar.
Sin embargo, de esa manera de pensar hay que decir que es también ideológica, es decir, generadora de falsa conciencia, porque nos presenta las cosas como realmente no son Quiero decir: la utopía se puede concebir de otra manera muy distinta, ya que se puede entender como la anticipación del futuro, de un futuro mejor, un futuro verdaderamente justo y digno del hombre. Y eso justamente es lo que pasa con el proyecto del Reino que he descrito sumariamente.
Esta conclusión se refiere a que el proyecto del Reino no se puede implantar a nivel de toda la sociedad. Por una razón muy sencilla:, el reinado de Dios se hará realidad en la medida en que haya hombres y mujeres que cambien radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio. Ahora bien, eso no se va a dar a nivel de toda la población, es decir, a nivel de toda la sociedad. A no ser que pretendamos caer en el totalitarismo y en la represión. En este sentido se comprende fácilmente en qué consiste la alternativa que representa el proyecto del reino de Dios con relación a los sistemas establecidos. Quiero decir lo siguiente: la libertad y la igualdad son términos dialécticos. Si se privilegia uno, se excluye el otro, cuando ambos se pretenden imponer a nivel de toda la sociedad. Y así ocurre que en los países del Este se impuso una determinada igualdad, pero fue a base de reprimir la libertad. Mientras que en los pueblos de Occidente se privilegia la libertad, pero es a base de terribles desigualdades. Y a eso no hay más alternativa que el proyecto de aquellos que, con plena libertad, se proponen establecer entre ellos mismos la más plena igualdad. De lo contrario, no tenemos más salida que la represión y el totalitarismo. Pero es claro que eso sería el atentado más brutal y más directo contra el proyecto de Jesús. En este sentido tienen razón los que piensan que las utopías pueden desembocar fácilmente en el totalitarismo.
3. LA TAREA DE JESÚS—–> ¿Cómo es realmente posible llevar a efecto la nueva sociedad que Jesús anuncia en su proyecto, el proyecto del reinado de Dios?
No es posible si se pretende implantar a nivel de toda la sociedad. Porque eso seña lo mismo que caer en el totalitarismo y en la represión. Hacer que toda la sociedad viva el ideal utópico del Reino no es señal posible sino a base de la imposición colectiva. Y eso ya no sería el reino de Dios, sino la dictadura de los hombres. Por eso, ¿Qué hizo Jesús para que el reinado de Dios no fuera sólo un ideal predicado, sino además una realidad divina?
Nos planteamos así cuál fue la tarea de Jesús. Es decir, no nos interesa solamente lo que Jesús dijo, sino además lo que él hizo.
Lo primero que salta a la vista es la sorprendente originalidad de Jesús. En aquel tiempo había diversas respuestas a la cuestión de cómo acercarse a Dios y Jesús no echó por ninguno de esos caminos. Él, no fue un sacerdote dedicado al culto del templo y a las obras religiosas. Tampoco fue un fariseo moralista que predicaba y menos aún se entregó a una vida ascética Y, por último tampoco fue un revolucionario violento y nacionalista, es decir, un zelota o un sicario. Jesús salta por encima de todos los esquemas, de una forma provocadora; ha venido a cumplir la voluntad de Dios, norma suprema e inmediata. Y ¿cuál es la voluntad de Dios?
Para Jesús la respuesta es bien clara:
Pero ¿cómo se procura, en concreto, este bien del hombre? respuesta está en lo que fue la tarea fundamental de Jesús.
Lo primero que hizo Jesús, en cuanto empezó su ministerio apostólico, fue reunir una comunidad, es decir, un grupo de personas que iban siempre con él y vivían como él.
// Esta comunidad de discípulos, tal como aparece en los evangelios, era un grupo relativamente amplio. Es decir, no se limitaba sólo a «los doce». Es más, se puede afirmar que fue un grupo numeroso: setenta y dos de ellos fueron enviados por Jesús a una misión especial en otras ocasiones se habla de un grupo abundante muchos de los cuales se echaron atrás y dejaron de seguir a Jesús, también había mujeres ,seguramente viudas, ya que disponían de sus bienes.
Se trataba, por tanto, de un bloque de personas, diferenciadas del resto de la población, con unos vínculos que les unían muy estrechamente, hablamos de una comunidad. Como sabemos, Jesús escogió a doce de entre los miembros de esta comunidad //
A estos doce discípulos les confió una misión y unos poderes especiales A ellos les comunicó el Espíritu que el resucitado les había prometido ,para que fueran «testigos» de Jesús en todo el mundo. De hecho, estos «doce» desempeñaron una función de primera importancia en la constitución de la Iglesia. Los «doce», además de la función histórica que desempeñaron en la organización y estructuración de la Iglesia, tenían evidentemente una dimensión simbólica: ellos representaban a las «doce tribus» de Israel, es decir, simbolizaban la plenitud del nuevo pueblo de Dios.
La intención fundamental de Jesús fue constituir una comunidad. Dentro de esta comunidad los doce desempeñaron una misión particular. Pero debe quedar muy claro que lo primordial y básico en la Iglesia es la comunidad toda entera. Los doce no son anteriores y exteriores a la comunidad, sino que surgen dentro de ella y al servicio de ella. La tarea principal de Jesús fue, por tanto, formar una comunidad de discípulos.
La función del grupo cristiano o comunidad no consiste en asegurar la salvación para la otra vida.
El concilio Vaticano II se sitúa en esta misma línea de pensamiento. Porque, en definitiva, lo que decide el destino último del hombre es la aceptación o el rechazo, según la propia conciencia, de la gracia salvadora de Dios. Y eso se puede dar tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Se plantea una pregunta: Si el fin de la comunidad no es asegurar la salvación para la otra vida, puesto que eso depende, en última instancia, de la fidelidad del hombre a su propia conciencia y de acuerdo con la exigencia de Dios tal como se le manifiesta a él, entonces, ¿qué pretendió Jesús al formar la comunidad que constituyó en torno a sí?; ¿a qué se orientó, por tanto, la tarea de Jesús?
Para responder a estas preguntas voy a explicar tres puntos: 1) la condición de admisión en la comunidad; 2) el programa de vida y acción que se le plantea al grupo; 3) la actitud básica y fundamental que debe reinar en la comunidad.
Está claro en los relatos evangélicos que la condición indispensable, absolutamente necesaria, para entrar a formar parte del grupo o comunidad es la renuncia al dinero y, en general, a todo lo que se tiene. Este ideal de pobreza no consistía en el solo hecho de la renuncia por la renuncia, como un valor ascético aceptable por sí mismo. Consistía más bien en el ideal de compartir lo que se tiene con los que no tienen, sean o no sean del grupo. Por lo demás, sabemos que en la comunidad de Jesús había bolsa común. Como también sabemos que Jesús educó a los discípulos en esta nueva mentalidad.
En resumen, la condición indispensable de admisión en el grupo cristiano es la renuncia al dinero y a toda atadura humana. Porque la comunidad de Jesús se construye sobre la base del compartir. Sólo a partir de esta base se puede construir la comunidad cristiana. En ella el proyecto de compartir tiene que sustituir al proyecto humano de poseer. Por consiguiente, Jesús quiere una sociedad nueva y distinta, asentada sobre otras bases. De ello hablaremos más adelante.
Jesús presenta al grupo cristiano un programa de vida y acción. Se trata de las bienaventuranzas. Ahora bien, lo primero que aparece en este programa es que Jesús promete a sus discípulos la felicidad . Una felicidad que no proviene de los valores que el mundo considera necesarios para ser feliz, sino exactamente de todo lo contrario. La tarea de Jesús se encamina, ante todo y sobre todo, a rehacer al hombre, devolviéndole la dicha y la paz.
Se trata de la condición de admisión en el grupo cristiano. Jesús acepta entre los suyos solamente a quienes no reconocen como absolutos ni al poder, ni al dinero, ni al prestigio, sino únicamente a Dios.
De este planteamiento de base se siguen tres consecuencias: en primer lugar, los que sufren van a dejar de sufrir ,en segundo lugar, los sometidos van a salir de su situación humillante y humillada; en tercer lugar, los que tienen hambre y sed de justicia van a ser saciados.
Las tres bienaventuranzas siguientes exponen las razones profundas de esta situación desconcertante. En la séptima bienaventuranza, Jesús elogia a los miembros de la comunidad porque van a trabajar por la paz.
//
Finalmente, la última bienaventuranza elogia a los que «viven perseguidos por su fidelidad //// La actitud básica en la comunidad —->
En la comunidad de Jesús se exige una actitud fundamental: el servicio. Concretamente, el servicio a los demás. El tema del servicio aparece aquí en un contexto doblemente polémico: el servicio de Jesús y de sus discípulos se opone a una doble dominación, la política y la religiosa.
Por consiguiente, en la comunidad de Jesús no puede haber ni ambición ni deseo de poder o dominación. Por eso Jesús prohíbe a los suyos la utilización de títulos honoríficos. Y así, «padre», «abad», «papa» (es la misma palabra en tres lenguas distintas) están prohibidos; «maestro», «doctor», «señor»; y lógicamente también «monseñor», «excelencia» y «eminencia» .Por el contrario, en la comunidad, dice Jesús, «todos ustedes son hermanos». De ahí que en el grupo cristiano tiene que reinar la más absoluta igualdad, hasta el punto que ni siquiera Jesús se comporta como «Señor» y llama a los discípulos «amigos» y «hermanos».
La tarea fundamental de Jesús consistió en la formación de la comunidad. Esto quiere decir, obviamente, que Jesús vio claramente, desde el primer momento, que lo más urgente para la implantación del reino de Dios es la existencia de la comunidad cristiana. Ni las prácticas religiosas por sí solas, ni la observancia de la ley por sí sola, ni la ascesis individual por sí sola, ni tampoco la revolución violenta por sí sola son instrumentos adecuados para la implantación del reinado de Dios. Sólo cuando los hombres se ponen a hacer comunidad, reproduciendo el modelo de la comunidad de Jesús, se puede decir que estamos construyendo el reino de Dios. He ahí lo que debe constituir la tarea fundamental de todo cristiano.
La tarea de Jesús no se redujo solamente a formar el grupo cristiano, la nueva comunidad de salvación. Su actividad fue mucho más lejos. Él sabía perfectamente que el enemigo número uno de su proyecto, el proyecto del reino de Dios, es el sistema establecido sobre el dinero, el poder y el prestigio. Y sabía también que los dirigentes del sistema son, y tienen que ser, los más encarnizados enemigos de su proyecto y de su comunidad. Por todo ello, los enfrentamientos entre Jesús y los dirigentes no tardaron en venir, es decir, se produjeron apenas Jesús empezó a predicar y a poner en acción su proyecto. De ello nos ha dejado buena muestra el evangelio de Marcos: los conflictos empiezan casi desde el primer momento.
Pero interesa ver todo esto más de cerca. Es verdad que todos tenemos una cierta idea de los ataques de Jesús contra los judíos, contra los fariseos y contra los sacerdotes. Pero seguramente nunca nos hemos parado a reflexionar seriamente sobre este asunto. Por eso interesa hacer aquí una enumeración de las cosas que dijo Jesús contra los dirigentes. La lista de ataques y hasta de insultos resulta impresionante: Jesús los llama asesinos y les dice que Dios les ha quitado el Reino; compara a los dirigentes con unos chiquillos insensatos e inconsecuentes, los califica de ladrones y bandidos, etc.
Es claro que si todas estas cosas no estuvieran en los evangelios, nos resultaría casi imposible creerlas. Nadie se imagina a Jesús hablando de esta manera, porque la imagen que de él nos ha ofrecido la predicación y la literatura religiosa es completamente distinta. Sin embargo, ahí están los testimonios de los cuatro evangelios, para decirnos hasta qué punto de la imagen usual de Jesús, como una persona dulce y bonachona, es completamente falsa. Por otra parte, es evidente que si quitamos de los evangelios todo lo que se refiere a los enfrentamientos de Jesús con los dirigentes, mutilamos esencialmente lo que el mensaje del Nuevo Testamento nos quiere transmitir. Y lo que nos quiere transmitir es muy claro: que Jesús fue el más radical de todos los profetas, porque no transigió con la injusticia y la opresión que las clases dirigentes ejercían sobre el pueblo, falseando de esa manera el significado de la religión.
Para comprender a fondo el mensaje de Jesús no basta conocer lo que él dijo e hizo, es necesario saber quien fue Jesús de Nazaret, comprender sus palabras y sus obras y especialmente su personalidad.
Muchas personas tienen una determinada imagen de Jesús, unos se imaginan a Jesús como una especie de ser celestial y divino que poco tiene que ver con lo que es un hombre de carne y hueso. Otros, como si hubiera sido un revolucionario socio-político o un anarquista subversivo, que pretendió luchar contra la dominación romana en Palestina. Evidentemente Jesús no pudo hacer ambas cosas. Por un lado o por otro se falsea la imagen de Jesús, lo más importante es que esa imagen falsificada determina de manera decisiva la espiritualidad de las personas y su propia comprensión fundamental del cristianismo. Hay quienes sólo piensan en el dulce Jesús del sagrario que les consuela en su intimidad y les mantiene alejados de las preocupaciones del mundo. Mientras en el extremo opuesto están los que sólo tienen en su cabeza al Cristo luchador y violento que golpeaba con su látigo a los comerciantes del templo. De ahí dos espiritualidades opuestas basadas en dos cristologías también diametralmente contrarias. Esta diversidad de imágenes de Jesús nos da idea de un hecho: la figura de Jesús, precisamente por su extraordinaria riqueza, se presta a toda clase de imaginaciones y hasta manipulaciones. Analizando los evangelios en ellos se pueden descubrir con suficiente claridad los rasgos más característicos de la personalidad de Jesús. Ahora bien, esos rasgos son fundamentalmente tres: su libertad, su cercanía a los marginados y su fidelidad al padre del cielo.
Con relativa frecuencia los cristianos tenemos el peligro de dar una respuesta demasiado simplista a la pregunta de por qué mataron a Jesús. Lo mataron porque tenían que morir, ya que ese era el designio y la voluntad del padre del cielo. A Jesús lo mataron porque él se porto, actuó y habló de tal forma y terminó como tenía que terminar según su comportamiento provocativo, desde el punto de vista de la libertad en aquella sociedad.
Análisis del comportamiento de Jesús en relación a las grandes instituciones de su tiempo, las cual eran cuatro: la ley, la familia, el templo y el sacerdocio.
La libertad en relación a la ley. La ley religiosa era la institución fundamental del pueblo judío, el cual era el pueblo de la ley y su religión la religión de la ley. Violar la ley era la cosa más grave que podía hacer un judío, hasta el punto de que su violación llevaba consigo la pena de muerte.
//
El comportamiento de Jesús con relación a la ley:
//
Jesús quebrantó la ley religiosa de su pueblo repetidas veces al tocar a los leprosos, curar intencionadamente en sábado o tocar los cadáveres.
Jesús permitió que su comunidad de discípulos quebrantase la ley religiosa y defendió a sus discípulos al comer con pecadores y descreídos al no practicar el ayuno en los días fijados en la ley, al hacer lo que estaba expresamente prohibido en sábado.
Jesús anuló la ley religiosa, la dejó sin efectos, y lo que es más importante hizo que la violación de la ley produjera el efecto contrario, por ejemplo: al tocar a los leprosos, enfermos y cadáveres.
Jesús corrigió la ley e incluso se pronunció expresamente en contra de ella en más de una ocasión al declarar puro todos los alimentos y cuando anuló de manera terminante la legislación de Moisés sobre el privilegio que tenía el varón para separarlo de la mujer.
En la religión judía del tiempo de Jesús había dos clases de ley: la torá (ley escrita) y la hallachach (interpretación oral de la torá). Cuando Jesús toca al leproso, se opone directamente a lo mandado por dios en la ley de Moisés; cuando permite que sus discípulos arranquen espigas en sábado y justifica esa conducta, se opone igualmente a la ley mosaica.
La libertad de Jesús frente a la ley contiene para nosotros una enseñanza fundamental: el bien del hombre está antes que toda ley positiva. De tal manera que ese bien del hombre tiene que ser la medida de nuestra libertad. Así fue para Jesús. Y a así tiene que ser también para todos los que tenemos que creer en él.
Las palabras y la conducta de Jesús, con respecto a la familia son casi siempre críticas. Cuando Jesús llama a sus seguidores lo primero que les exige es la separación de la familia, de tal manera que a uno que quiso seguir a Jesús pero antes pretendió enterrar a su padre, Jesús le contestó secamente: “sígueme y deja que los muertos entreguen a los muertos”.
Jesús llega a decir que él ha venido para traer la división precisamente entre los miembros de la familia: “¿pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no división y nada más”.
El evangelio habla insistentemente de las relaciones familiares de una manera crítica, debido a que la familia en tiempo de Jesús era una estructura sumamente opresiva, siendo el modelo predominante el patriarcal, en el cual el padre tenía todos los derechos y libertades, mientras que la mujer y los hijos tenían que vivir en el más absoluto sometimiento y en la esclavitud. Y es éste hecho el que Jesús no tolera, por ello las relaciones familiares del propio Jesús con su familia tuvieron que ser enormemente críticas, incluso sus parientes consideraban que Jesús estaba loco, considerando éste a sus familiares a los discípulos y miembros de la comunidad que le seguía, pues para él la estructura comunitaria basada en la fe esta antes que la estructura de parentesco basada en la sangre, ya que es una estructura de igualdad, fraternidad y libertad. Por ello, él prohíbe el sometimiento a cualquier padre, ya que él mismo no tiene padre humano, por tanto, el discípulo de Jesús no tiene más modelo que el padre del cielo.
El templo de Jerusalén era el centro de la vida religiosa de Israel y el lugar de la presencia de Dios. Los evangelios nunca presentan a Jesús participando en las ceremonias religiosas del templo. Jesús iba al templo a hablar con la gente, ya que era el sitio donde el público se reunía a veces iba a las sinagogas. La costumbre de Jesús era ir a la montaña o al campo a orar al Padre del cielo. Jesús se arroga el derecho de expulsar violentamente del lugar santo a quienes proporcionaban los elementos necesarios para los sacrificios y el culto. Además, considera el templo como una cueva de bandidos y como una fuente de ingresos para el clero judío y Jerusalén. Éste se consideraba un templo y al templo como un espacio de libertad, sino una estructura de sometimiento, dado los abusos que en él se sometían. Por ello, los dirigentes religiosos que estaban en contra de él utilizaron esta afirmación como la violación a la ley.
Siempre que aparecen los sacerdotes en los evangelios es en contextos polémicos y de enfrentamientos entre Jesús y aquellos sacerdotes, ya que éste se comportó y habló con una libertad absoluta respecto a los sacerdotes y a los que ellos representaban.
Los sacerdotes se dividían en simples sacerdotes y sumos sacerdotes, además había dos grupos de familias sacerdotales: las legitimas desplazadas de Jerusalén y del templo y las ilegitimas se había hecho con el poder.
La intención del evangelio manifiesta a Jesús por encima de los sacerdotes, puesto que lo propio de Jesús es el amor misericordioso que recoge al marginado social. No obstante, en los evangelios se nombra a los sumos sacerdotes en múltiples ocasiones, pero nombra en pocas ocasiones a los simples sacerdotes. Ello se debe a que en los evangelios se habla de los sumos sacerdotes desde un doble punto de vista: el poder autoritario y el enfrentamiento directo y moral con Jesús.
En conclusión, Jesús sabía que todo ello le llevaría hasta la muerte, pues era consciente del peligro pero no retrocedió ni un paso. Éste murió desamparado y abandonado de todos. Jesús entendió que el valor supremo de la vida no es el sometimiento sino la libertad liberadora que pone por encima de todo el bien del hombre.
Eran los marginados por causa de la religión (no tenían un origen legítimo, como los hijos ilegítimos de sacerdotes, los prosélitosà paganos convertidos al judaísmo; los esclavos; los bastardos; los hijos de padres desconocidos; los que ejercían oficios despreciados…) también eran marginados los “pecadores” y los que padecían ciertas enfermedades sobre todo leprosos, también los samaritanos y los paganos en general.
// Sabemos que Jesús curó a varios leprosos, reintegró a la convivencia social a los que se tenía por marginados, también dio a sus discípulos la orden de curar leprosos, no tuvo el menor inconveniente de alojarse en casa de un leproso, pues para él no existe marginación alguna, ni tolera en modo alguno la marginación. Además, su comportamiento era el mismo con los pecadores, prostitutas y demás personas de mala fama.
Los pobres no eran marginados religiosos pero si desde el punto de vista social. Lo que Jesús hace con estas personas no es una simple labor de beneficencia, ya que los pobres y desgraciados de la tierra son los privilegiados en el reino, Jesús proclama dichosos a los pobres.
La nueva sociedad es una sociedad basada en la igualdad, la fraternidad y la solidaridad, en el reino de Dios no se toleran marginaciones de ningún tipo por lo que no está de acuerdo con el mensaje del reino de Dios.
Según los evangelios, el hecho de sentarse a la mesa con los pecadores o curar a los enfermos tiene el valor de una nueva revelación de Dios. El aspecto teo-lógico se pone de relieve cuando se trata de los marginadores, es decir, los ricos. El dinero es el competidor de Dios porque exige servicio total y exclusivo.
La libertad de Jesús y su postura ante los marginados tienen una raíz, un origen: la profunda religiosidad del propio Jesús. Para él Dios era el único absoluto, todo lo demás es relativo, de ahí el sentido de su libertad. Jesús vivió a Dios como padre de todo.
La cercanía, la familiaridad y hasta la intimidad de Jesús con Dios ha quedado reflejada en su forma de orar. Jesús tenía por costumbre de llamar a Dios abba, la intimidad entre Jesús y el Padre del cielo era total.
La personalidad de Jesús está marcada por tres características: su originalidad, su radicalidad y su coherencia. Por ello, rompe con todos los esquemas, puesto que salta por encima de todos los convencionalismos, no se dedica a imitar a nadie y está por encima de todos los modelos preestablecidos.
Jesús fue radical por su total dedicación y entrega para buscar el bien del hombre y sobre todo el bien y la liberación de los pobres y oprimidos por el mundo. Del mismo modo, todo Jesús fue coherente, pues todo en él estuvo determinado por su profunda experiencia de Dios hasta el punto de que Dios mismo se rebeló en Jesús, en su persona, en su vida y en sus actos.
5. LA MUERTE DE JESÚS–
—-> ¿Cómo es posible que la pasión y la muerte de Cristo sean cosas tan importantes para mucha gente, pero luego resulta que eso no se nota en la vida de tantas personas?
Hay una cosa evidente: nosotros hemos sacralizado la cruz, es decir, la hemos convertido en un objeto sagrado, que merece todo nuestro respeto y nuestra mayor veneración. Sin embargo, originalmente la cruz no fue algo sagrado o religioso. La cruz era, en tiempos de Jesús, el tormento, la humillación y la vergüenza que sufrían los esclavos, los delincuentes más peligrosos, los revolucionarios y subversivos que se rebelaban contra el Estado. En realidad, la cruz era «la más vergonzosa de las penas, además el que moría en la cruz sólo podía ser un blasfemo indeseable, que merecía semejante reprobación y desprecio. Y sin embargo, nosotros hemos convertido la cruz en una reliquia santa y sagrada, la hemos metido en los templos, la hemos colocado sobre los altares y de esa manera le hemos quitado toda su fuerza subversiva y revolucionaria.
De esta manera la cruz ha venido a perder su significación original. De un instrumento de tortura y reprobación hemos hecho un distintivo de honor, grandeza y poder.
Pero hay más. Además de eso, la hemos manipulado en beneficio de los instalados ypoderosos. Como se ha dicho muy bien, pocos temas de la teología han sido tan manipulados y tergiversados en su interpretación como el de la cruz y la muerte de Jesús. Especialmente, las clases poderosas han utilizado el símbolo de la cruz y el hecho de la muerte redentora de Cristo para justificar la necesidad del sufrimiento y de la muerte en el horizonte de la vida humana. Así, oímos decir, piadosa y resignadamente, que cada uno debe cargar con sus cruces de cada día, que lo importante es vivir con paciencia y resignación…
Por eso es necesario analizar con alguna detención el sentido y el significado de la pasión y la muerte de Jesús.
Los evangelios sinópticos dicen que Jesús anunció tres veces lo que le iba a pasar al final de su vida. Por lo tanto, según los evangelios, Jesús sabía de antemano lo que le iba a suceder.
// Tal como fueron ocurriendo las cosas, Jesús se tuvo que dar cuenta de que su vida terminaba mal. Hubiera sido un ingenuo si no advierte que esto, más que una probabilidad, era un final irremediable. En realidad, si Cristo era un hombre medianamente inteligente y sensible, podía prever con bastante seguridad la posibilidad de su muerte violenta.
Por otro lado, la conducta de Jesús fue de tal manera provocativa, que en repetidas ocasiones se puso al margen de la ley.
Merece aquí especial atención la violación del sábado. Pero hay algo más concreto que debe retener nuestra atención. Tenemos numerosos ejemplos de que Jesús quebrantó el sábado. Cuando los discípulos arrancan espigas en sábado, Jesús es advertido públicamente de la falta.Pero, casi a renglón seguido, Jesús vuelve a quebrantar el sábado cuando cura, en plena sinagoga, al hombre del brazo atrofiado.
Estando así las cosas, merece especial atención el gesto de cuando expulsó a los comerciantes del templo. Es evidente que Jesús, al realizar el gesto simbólico del templo, se estaba jugando la vida.
Por lo tanto, la cosa está clara: Jesús había perdido, por muchos conceptos, el derecho a la vida; se veía constantemente amenazado, de tal manera que sin cesar debía tener presente que su muerte habría de ser una muerte violenta. Hasta eso llegó la conducta de Jesús. De ahí el riesgo en que puso su vida. La libertad de Jesús fue provocadora. Y así terminó. Como tenía que terminar un hombre que se comportaba de aquella manera.
La predicación y la actividad de Jesús en Galilea no terminaron en un éxito, sino más bien en un fracaso, por lo menos en el sentido de que su mensaje no fue aceptado. En realidad, ¿qué ocurrió allí? Esto supone que había gente que se escandalizaba de Jesús, de lo que decía y hacia. Lo cual no nos debe sorprender. La amistad de Jesús con publicanos, pecadores y gente de mal vivir tenía que ser una cosa escandalosa para aquella sociedad. Y sobre todo las repetidas violaciones de la ley tenían que hacer de Jesús un sujeto sospechoso desde muchos puntos de vista.
Por eso, en torno a la persona y la obra de Jesús llegó a provocarse una pregunta tremenda: la pregunta de si Jesús traía salvación o más bien tenía un demonio dentro. De ahí que hubo ciudades enteras que rechazaron el mensaje de Jesús.
La respuesta parece clara: durante el ministerio público de Jesús no todo fueron éxitos populares. Más bien hay que decir que allí se produjeron conflictos y enfrentamientos, de manera que paulatinamente las grandes masas fueron abandonando a Jesús, hasta el punto de que incluso sus discípulos más íntimos llegaron a tener la tentación de abandonar el camino emprendido junto al maestro. La pasión y la muerte de Jesús fueron el resultado del conflicto que provocó su vida. Este conflicto se apunta ya en su relación con la gente en general. Pero, sobre todo, se puso de manifiesto en su enfrentamiento con los dirigentes y autoridades.
/// b)El enfrentamiento Con los dirigentes :
Ya hemos visto que los enfrentamientos con los dirigentes judíos se produjeron relativamente pronto. Por consiguiente, está claro que la vida de Jesús se veía cada día más amenazada, en mayor peligro. Y si no lo mataron antes es porque todavía una parte del pueblo estaba con él y los dirigentes no querían provocar un levantamiento popular.
Ahora bien, estando así las cosas, lo más impresionante, en todo este asunto, es que Jesús se dirige a la capital, Jerusalén, muy consciente de lo que le iba a pasar, y allí se pone a hacer las denuncias más fuertes que uno pueda imaginarse contra las autoridades centrales. Por eso aquello terminó como tenía que terminar: la condena y la muerte de Jesús fueron el resultado de su vida. Es decir, Jesús se comportó de tal manera que acabó como tenía que acabar una persona que adoptaba semejante comportamiento.
Dios no podía querer el sufrimiento y la muerte de su hijo. Ningún padre quiere eso. Lo que Dios quiso es que Jesús se comportara como de hecho se comportó. Aunque eso le tuviera que acarrear el enfrentamiento y la muerte. Así, sí. Entonces la muerte de Jesús no es el resultado de una decisión del Padre sino la consecuencia de una forma de vida, la consecuencia de su ministerio y de su libertad; en definitiva, la resultante de un comportamiento de compromiso incondicional en favor del hombre.
// c)
A Jesús le hicieron un doble juicio: el religioso y el civil. Y en cada uno de ellos se dio una razón distinta de la condena a muerte.
En cuanto al juicio religioso, está claro que la condena se produjo desde el momento en que Jesús afirmó que él era el mesías, el Hijo de Dios bendito. Los dirigentes religiosos interpretaron esas palabras de Jesús como una auténtica blasfemia . Pero al decir esas palabras, Jesús estaba afirmando que Dios estaba de su parte y que le daba la razón a él. Y, por tanto, estaba afirmando que les quitaba la razón a los dirigentes. Ahora bien, eso es lo que aquellos dirigentes no pudieron soportar. El verse descalificados como representantes de Dios fue lo que les impulsó a condenar a Jesús.
Pero la cuestión es más complicada fue el silencio de Jesús ante el interrogatorio del sumo sacerdote , pues fue una postura crítica ante el tribunal.
Después vino el juicio político.
Pero ahí la cosa está más clara. Por lo que pusieron en el letrero de la cruz, sabemos que a Jesús lo condenaron por una causa política: por haberse proclamado rey de los judíos .Por otra parte, Jesús explicó ante el gobernador que su reinado no era como los reinos de este mundo. En realidad, el gobernador militar dio la sentencia de muerte porque los dirigentes religiosos lo amenazaron con denunciarlo al emperador.
Jesús fue considerado por las primeras comunidades cristianas como el último y definitivo profeta que Dios había enviado al mundo, y que, al igual que los demás, fue asesinado por la maldad de Israel.
Pero, en realidad, la cosa resultó más problemática. Porque también es cierto que Jesús fue considerado como el «gran adversario», el falso profeta, que engañaba a la gente. Lo cual quiere decir que la vida de Jesús tuvo un sentido ambivalente, positivo y negativo al mismo tiempo. Por eso a partir de la resurrección Jesús fue presentado como el verdadero profeta, el auténtico enviado por Dios.
/// b) El plan divino de salvación:
Una segunda corriente de pensamiento en el Nuevo Testamento, interpreta la muerte de Jesús desde el punto de vista del plan divino de la salvación. Aquí no se trata ya de una descripciónde los hechos, tal como ocurrieron, sino de una reflexiónde los primeros cristianos sobre lo que había ocurrido para dar una explicación de ello.
Por una razón que se comprende enseguida: en el Antiguo Testamento se dice que «ser crucificado es una maldición divina. Por consiguiente, los primeros cristianos tuvieron que demostrar que Jesús, a pesar de ser un crucificado, no era un maldito. Ahora bien, para llegar a esa demostración echaron mano del siguiente argumento: la muerte de Jesús en la cruz responde al plan divino de la salvación; es decir, se trata de que Dios mismo ha sido quien ha querido y quien ha dispuesto que las cosas sucedieran como de hecho sucedieron. Esta corriente de pensamiento tiene su palabra clave en la expresión «debía» suceder así. Es decir, la muerte de Jesús «debía» suceder como de hecho sucedió.
Así pues, la pasión y la muerte de Jesús se interpretan, en esta corriente de pensamiento, como un hecho que Dios mismo puso en movimiento y en el que es perceptible la intervención divina. Por otra parte, aquí los hombres aparecen como aquellos en cuyas manos es entregado el mismo Jesús.
En definitiva, ¿qué es lo que todo esto nos viene a decir?
En aquel tiempo y en aquella sociedad tuvo que significar y representar la muerte de Jesús, tal como ocurrió. Para aquellas gentes, un crucificado era un maldito, un condenado, un desautorizado total por parte de Dios y de sus representantes en este mundo. Y Jesús murió así. Para nosotros hoy esto representa un heroísmo supremo. Pero entonces no era así. Representaba, por el contrario, el fracaso y la reprobación más absoluta. Por eso se imponía la necesidad urgente de demostrar que tal fracaso y tal reprobación significaban paradójicamente para los cristianos un «acontecimiento querido por Dios». Y un acontecimiento, además, que los creyentes tenían que imitar.
//// c)
La tercera corriente de pensamiento que hay en el Nuevo Testamento sobre la muerte de Jesús interpreta como un sacrificio que Jesús sufrió en lugar de los demás, para salvarlos y redimirlos a todos.
Esta interpretación supone que el hombre se encuentra, de una manera inevitable, en una situación de desgracia y de perdición, que se debe a la propia condición humana y al pecado personal, en cuanto que es ruptura con Dios. Ahora bien, esta situación sólo puede ser remediada por Dios mismo, que en Jesucristo se hace como uno de nosotros, y mediante su entrega total a Dios en la muerte hace posible lo que para el solo hombre era imposible: el acercamiento a Dios, la participación de su vida divina, la superación de la muerte y el destino feliz para siempre.
Dios no quiere el sufrimiento humano. Dios no quiere que el hombre fracase y se vea machacado. Dios es Padre de todos los hombres. Y eso quiere decir que Dios quiere la felicidad y la realización plena del hombre, de cualquier hombre. Lo que pasa es que de sobra sabemos que, en este mundo, luchar contra la opresión y la esclavitud es caer inevitablemente en el conflicto y en la contradicción. Porque los que oprimen y esclavizan no están dispuestos a soltar su presa. Ahora bien, es desde este planteamiento desde donde hay que entender el sentido histórico y concreto que tiene la cruz de Cristo, el destino y la muerte de Jesús. Por eso seguir a Jesús es ir derechamente a la cruz.
Esto quiere decir que soportar la cruz no es aguantar con paciencia y resignación la injusticia de este mundo, sino que es rebelarse contra esa injusticia. Para que en el mundo no haya más atropellos ni más esclavitudes. Ahora bien, esto quiere decir que existe una relación esencial entre la cruz de Cristo y la situación de todos los crucificados de esta tierra: los pobres, los oprimidos, los marginados y los humillados.
LA RESURRECCIÓN de Jesús es el hecho central de esa historia. Porque es el acontecimiento decisivo en la existencia de Jesús; y en la vida y en la fe de los cristianos.
Jesús se presentó como enviado de Dios para anunciar la salvación de todos los hombres. Pero, en contra de lo que se podía esperar de él, murió en una cruz, abandonado por todos y con este grito en la boca: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». De esta manera, la muerte de Jesús vino a enterrar todas las esperanzas que se habían puesto en él. Sin duda alguna, aquellos hombres se sintieron decepcionados, porque pensaban que Jesús había fracasado totalmente. Esto indica claramente que si no llega a acontecer la resurrección, el fracaso de Jesús se habría confirmado plenamente. Y con el fracaso de Jesús habría fracasado también su proyecto y el incipiente movimiento que él originó.
a)
Algunos días después de la muerte de Jesús resonó en Jerusalén una noticia asombrosa: Dios ha resucitado al que fue crucificado. Nadie había visto el hecho mismo de la resurrección, pero la cosa se presentaba como incuestionable. Los seguidores de Jesús afirmaban que está vivo, porque ellos lo habían visto, se les había aparecido. Ahora bien, a partir de este hecho se plantea una pregunta elemental
Los argumentos, como enseguida vamos a ver, son fundamentalmente dos: el sepulcro vacío y las apariciones del resucitado.
/// b)
Se ha dicho muchas veces que el primer argumento para afirmar la resurrección de Jesús es el hecho del sepulcro vacío. Este hecho, en vez de provocar la fe, causa miedo y espanto, hasta el punto de que «las mujeres salieron huyendo del sepulcro». Por su parte, María Magdalena interpreta este hecho como robo del cuerpo del Señor. Y para los discípulos la cosa no pasa de ser un chismorreo de mujeres. Las afirmaciones sobre el sepulcro vacío eran, en el fondo, afirmaciones de la fe en la resurrección.
Por otra parte, parece que las afirmaciones sobre el sepulcro vacío estaban asociadas con una práctica, en la primitiva Iglesia, de peregrinación y culto al santo sepulcro.
Todo esto quiere decir que la tradición del sepulcro vacío expresa, de manera indirecta, una fe sólida y profunda en la resurrección.
//// c)
El argumento definitivo para afirmar la resurrección de Jesús se basa en las apariciones del mismo Jesús a su comunidad de discípulos. Estas apariciones no fueron visiones subjetivas, sino hechos objetivos, que se podían afirmar con toda seguridad.
Los datos que poseemos son inevitablemente fragmentarios e incompletos.
En cuanto al modo, las apariciones son descritas como una presencia real y hasta carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se deja tocar, dialoga con ellos. Su presencia es tan real que puede ser confundido con un caminante, un jardinero, un pescador. El hecho es que los discípulos que lo vieron tenían la seguridad de que no era un «espíritu ni un «ángel» .El que murió y fue sepultado era el mismo que resucitó. Como conclusión de los relatos de apariciones se puede decir que tales relatos constituyen una base sólida de la fe en la resurrección.
//// d
Para entender correctamente la resurrección hay que hacer una distinción elemental: una cosa es resucitar y otra cosa es revivir. Jesús no revivió, sino que resucitó. En consecuencia, se puede decir que quien resucita traspasa para siempre las fronteras de este mundo.
Ahora bien, ¿se puede decir que la resurrección fue un hecho histórico?
Sí, si se entiende como lo que acontece realmente; pero si por hecho histórico se entiende lo que se puede comprobar en el espacio y en el tiempo, entonces hay que decir que la resurrección no fue un hecho histórico. Porque Jesús resucitado no estaba ya en el espacio y en el tiempo, es decir, no estaba en este mundo, sino que había rebasado definitivamente las condiciones de la historicidad.
Ante los ojos de aquella sociedad, muerto de aquella manera y sepultado era un fracasado total, un desecho del que no vale la pena hacer caso.
Ahora bien, con la resurrección todo cambia: Jesús es visto por los suyos como el hombre cabal y perfecto. De tal manera que las confesiones de fe que presenta el Nuevo Testamento en Jesús como Señor y como Hijo de Dios tienen su fundamento en la resurrección. A partir de entonces los discípulos predican con gran valentía delante de los judíos: «Ustedes lo han matado… Dios lo resucitó».
Pero hay otro aspecto en la predicación de la resurrección que conviene resaltar. Según el testimonio del libro de los Hechos, cuando los apóstoles proclamaban la resurrección eran perseguidos y encarcelados. Esto quiere decir, obviamente, que el tema de la resurrección era un tema peligroso, que provocaba el enfrentamiento y que representaba una amenaza para quienes lo predicaban.
Ahora bien, esto tiene dos consecuencias: 1ª :Cuando se predica la resurrección y eso no acarrea ningún tipo de persecución, hay que preguntarse si lo que se predica es la resurrección de Jesús o es más bien otra cosa. 2ª: Predicar la resurrección no es solamente decir que Jesús vive. Es mucho más que eso. Es persuadir a la gente de que Jesús tenía razón, es persuadir a la gente de que el camino de Jesús es el verdadero camino.
a)
El mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección se refiere no sólo a Jesús, sino también a los cristianos. Ese mensaje nos viene a decir lo siguiente: si Jesús ha triunfado sobre la muerte, también nosotros los cristianos tenemos resuelto el problema de la muerte. Porque el destino de Jesús es también nuestro destino. Y por eso, si Jesús ha vencido a la muerte, nosotros también la hemos vencido. La muerte ya no debe ser objeto de miedo, porque es simplemente un paso, cuestión de un instante, ya que enseguida tenemos la vida que no se acaba.
El problema concreto que aquí se plantea es que esta certeza de la resurrección solamente la poseemos en la fe. Y la fe es esencialmente oscura, es decir, no se basa en la evidencia, ni de ella podemos tener nunca evidencia alguna. Por eso la muerte será siempre un problema para el creyente, el problema decisivo de la vida. Un problema que sólo puede ser superado a través de la oscuridad de la fe, entre tanteos, dudas e inseguridades.
/// b)
El hombre resucita, no a la vida biológica, sino la vida eterna, ya nunca amenazada por la muerte ni aun siquiera por cualquier tipo de limitación. Esta certeza acaba con el carácter dramático de la muerte. La muerte no es la última palabra sobre el destiño humano. La última palabra sobre el destino del hombre es la vida. Y por cierto, la vida sin ningún tipo de limitación.
/// c)
La resurrección tendrá lugar al final de los tiempos, cuando venga el fin del mundo y se consume la historia. Esta concepción tiene su fundamento en tres afirmaciones básicas:
La muerte no es total: afecta sólo al cuerpo del hombre.
La resurrección tampoco es total: afecta solamente al cuerpo.
El hombre es fundamentalmente un compuesto de dos sustancias incompletas, cuerpo y alma.
// ¿Qué quiere decir esto en consecuencia?
Lo que llamamos la muerte no es propiamente una muerte, sino una transformación o, mejor dicho, una resurrección. Por eso el cadáver no es ya el cuerpo de la persona. Es la materia, el último despojo que queda de lo que fue esa persona en su condición carnal. Téngase en cuenta que la materialidad biológica no es lo mismo que la corporalidad. Nuestro cuerpo renueva casi todas las células cada siete años, o sea, cambia su realidad biológica. Pero sigue siendo el mismo cuerpo. Por eso cabe hacer la distinción, que hemos hecho, entre materialidad y corporalidad.
ESTE CAPÍTULO nos enfrenta al problema central de nuestra fe: la fe en Jesucristo como verdadero Dios y como verdadero hombre. Los cristianos afirmamos esta fe con una cierta connaturalidad: es algo que se nos ha dado, se nos ha transmitido; y algo también que nosotros repetimos como la cosa más natural del mundo. Ahora bien, al proceder de esta manera corremos un doble peligro:
primero, el peligro de ignorar cuál es el verdadero origen de esa fe;
segundo, el peligro de no comprender el verdadero sentido y las consecuencias que entraña esa fe. Todo esto representa un desconocimiento de quién es Jesús para nosotros.
// ¿Cuál es el origen de nuestra fe en Jesucristo como verdadero Dios y como verdadero hombre? ¿Cómo podemos entender esa afirmación esencial de la fe? //// 1. EL PROBLEMA:
La doctrina oficial de la Iglesia católica sobre Jesucristo se basa en una afirmación esencial: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.
Jesús de Nazaret fue un hombre de verdad; es decir, en Jesucristo existe una sola persona y dos naturalezas, la naturaleza humana (propia del hombre) y la naturaleza divina (propia de Dios). En esto consiste, dicho en pocas palabras, el dogma central de nuestra cristología.
Pero es claro que esta doctrina, a poco que se piense en ella, entraña una dificultad enorme
: ¿cómo es posible que un mismo ser personal sea, a un tiempo y esencialmente, verdadero Dios y verdadero hombre? //
La dificultad pasa entender esto ha desencadenado dos corrientes de pensamiento: por una parte, la corriente de los que han acentuado la divinidad, con el consiguiente detrimento de la humanidad; por otra parte, la corriente de pensamiento de los que han puesto el acento en la humanidad, con el consiguiente detrimento de la divinidad.
Estas dos corrientes se dan en nuestros días entre los católicos bajo la forma de comportamientos determinantes de la vida cristiana en su totalidad. Y así tenemos, de una parte, lo que podemos llamar el monofisismo práctico y, de otra parte, lo que podemos llamar el cristianismo ateo.
//
El monofisismo como doctrina teológica.
//
Se trata de la manera de pensar que en Cristo ve a un hombre ejemplar, pero nada más que eso.
El origen de esta fe se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. Más concretamente, en las abundantes confesiones de fe que aparecen en los varios autores y tradiciones del Nuevo Testamento.
Se trata de frases predicativas, en las que se afirman de Jesús tres predicados: Jesús es el Señor; Jesús es el mesías; Jesús es el Hijo de Dios.
En segundo lugar, esos tres títulos se refieren a Jesús. Lo cual quiere decir lo siguiente: había y hay ideas falsas sobre mesianismo, sobre señorío y sobre filiación divina. De tal manera que esos tres títulos, en su estadio más original y primitivo, se refieren al resucitado.
Por consiguiente, el origen de nuestra fe en Jesús como Dios y como hombre está en las abundantes confesiones de fe que nos presenta el Nuevo Testamento. Pero aquí se vuelve a plantear la segunda pregunta que ya he formulado antes: ¿Cómo debemos entender esa afirmación esencial de la fe?
Ahora bien, desde este punto de vista se puede afirmar que existen dos corrientes contrapuestas, que marcan las dos orientaciones clave de la cristología. Se trata de la cristología descendente, por una parte, y de la cristología ascendente, por otra parte.
La cristología descendente parte de Dios, es decir, es una cristología que parte «desde arriba». Dios desciende al mundo y se hace hombre, es decir, asume una naturaleza humana, mediante el misterio que se llama de la «unión hipostática». En consecuencia, el momento clave de esta cristología es la encarnación, de tal manera que el resto de la vida de Jesús no añade nada esencial a su ser y a su obra. Por el contrario, la cristología ascendente parte del hombre, es decir, se trata de una cristología que parte «desde abajo». Según esta manera de enfocar las cosas, Jesús fue un hombre singular y único, que vivió la existencia amenazada e insegura de todo hombre, que se comprometió en la más radical obediencia a Dios para liberar al hombre, puesto que para eso había sido elegido por Dios, y después de realizar exactamente el plan trazado por Dios fue resucitado y constituido Señor.
En definitiva Jesús aparece de esta manera como alguien a quien se puede seguir y a quien se puede imitar. Igualmente en esta interpretación Jesús aparece como un ciudadano que se da cuenta de la verdadera situación de su pueblo, y se compromete hasta el fondo para liberar a los hombres de sus múltiples cadenas y esclavitudes (morales, religiosas, humanas) por obediencia al Padre del cielo, que es el Dios liberador que se había revelado en el Antiguo Testamento.
En consecuencia, nos encontramos con el hecho siguiente: en el Nuevo Testamento aparecen claramente delineadas dos cristologías, que hemos designado como cristología descendente y cristología ascendente . En cuanto a las ventajas, no hay que olvidar que cada una de ellas cuenta con una serie de textos del Nuevo Testamento que la apoyan sólidamente. Y en cuanto a los inconvenientes, simplificando mucho la cuestión, se podría decir que mientras la cristología descendente tiene el peligro de incurrir en el monofisismo práctico, la cristología ascendente corre el riesgo de caer en el cristianismo ateo.
1. Está claro que la fe en Cristo tiene que tomar muy en serio la humanidad de Jesús. Es decir, la fe tiene que afirmar que Jesús fue un hombre verdadero, un hombre como los demás hombres. Y en ese sentido afirmamos que Jesús fue un hombre en el pleno sentido de la palabra, un hombre igual a los demás hombres menos en el pecado.
2. Vistas las cosas de esta manera, el seguimiento y la imitación de Jesús adquieren su significación más plena. Es decir, de esta manera Jesús es un modelo a la medida del hombre y al alcance del ser limitado que es cada uno de nosotros los hombres. Jesús se sintió realmente abandonado por Dios y completamente fracasado. Han caído por tierra las ideas que Jesús había formado. Jesús se encuentra desnudo, desarmado, absolutamente vacío ante el misterio».
La cosa resulta comprensible. Jesús predicó el reino de Dios. Pero no sólo eso. Porque Jesús anunció, además, que el reino está próximo o incluso ya «entre ustedes». Pero el hecho es que esa intervención de Dios no se produjo. Y no solamente no se produjo, sino que, además, lo que Jesús vio que se le venía encima era su propia muerte. En este sentido, Jesús pensó que Dios realmente lo había abandonado y se sintió completamente fracasado, sin futuro y sin sentido. Tal fue el motivo de su grito en la cruz y la razón de su total entrega a Dios.
3. Por otra parte, en todo este asunto hay que tener muy en cuenta el sentido que tienen la mayor parte de las confesiones de fe que aparecen en el Nuevo Testamento. Como ya hemos podido ver, esas confesiones de fe afirman que Jesús fue constituido Señor, mesías e Hijo de Dios mediante su resurrección. Desde este punto de vista, se ve claramente que las confesiones de fe más originales y más abundantes del Nuevo Testamento van decididamente en la línea de una cristología ascendente.
4. En el fondo, todo esto quiere decir que no podemos disociar la cristología (doctrina sobre el ser de Cristo) de la soteriología (doctrina sobre la obra realizada por Cristo). Conocemos quién es Jesús a partir de lo que hizo el propio Jesús.
5. La cristología ascendente parece tropezar con una dificultad insuperable: las afirmaciones del Nuevo Testamento que hablan de la preexistencia de Cristo Este acontecimiento consiste en que Dios se ha revelado, se ha dado a conocer en Jesús. Eso quiere decir que la revelación verdadera de Dios se ha realizado en Jesús. Por tanto, hay que desaprender lo que se sabía de Dios para aprender de Jesús, que es su explicación . Por consiguiente, no conocemos a Jesús a partir de Dios, sino que conocemos a Dios a partir de Jesús.
De ahí que la afirmación «Jesús es Dios» tiene su razón de ser y su explicación en otra afirmación previa, que es más fundamental: «Dios es Jesús». Ahora bien, en la medida en que Jesús nos revela a Dios, en esa misma medida se puede afirmar, con todo derecho, que Jesús pertenece a la definición de la esencia eterna de Dios.
6. Pero, por otra parte, hay que decir que no se puede disociar la soteriología de la cristología. Esto quiere decir lo siguiente: Cristo actuó de tal manera, durante su vida mortal, que tuvo que ser considerado por sus seguidores como verdadero Dios. Es decir, si Jesús hizo tales cosas es porque él era Dios.
7. Creemos en Jesucristo, no en dos personas separadas o divididas, sino en uno y el mismo Hijo unigénito, palabra de Dios, Señor Jesucristo, como antes los profetas creyeron en él y el propio Jesucristo nos enseñó y el credo de nuestros padres nos transmitió».
En primer lugar decir que no se trataba de hacer una declaración sobre lo que Cristo es y nada más, sino sobre lo que Cristo hizo. Lo que ocurre es que para eso era necesario afirmar quién era Cristo, para poder saber exactamente lo que hizo Cristo. En este sentido, lo que pretendía la definición era afirmar que al hombre le fue otorgada plenamente la salvación. Pero eso sólo podía ser realizado por quien fuera de verdad Dios y de verdad hombre.
La persona es un modo de existir del hombre. Mediante estos conceptos, el concilio quería expresar dos cosas: 1) que a Jesús no le faltaba nada para ser perfecto hombre. 2) que Jesús-hombre, debido a su unión con Dios, es sustentado con la misma sustentación ontológica de Dios, es decir, Jesús está de tal manera unido a Dios, que en él el ser humano recibe su sustentación del absoluto.
8. Por último, indicar algo acerca de lo que sería la tarea de una «cristología desde abajo». Por todo lo que se ha dicho en este capítulo se comprende perfectamente que tal cristología es posible y aceptable.
8. LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA –
—-> Para mucha gente los sacramentos constituyen una actividad muy importante para la Iglesia. Para muchas personas, la práctica sacramental es el criterio de identificación de los verdaderos católicos: es buen católico el que recibe asiduamente los sacramentos; y no es buen católico el que no se acerca a ellos.
En los evangelios la práctica religiosa no parece tener la importancia que hoy le atribuye el clero. Abundan los cristianos que ponen en cuestión o incluso rechazan los sacramentos, porque los ven como rituales o como si fueran instrumentos de dominación.
En la práctica sacramental existe siempre el peligro de vivir los sacramentos como si fueran ritos mágicos. Esto ocurre siempre que al rito sacramental se le atribuye una eficacia automática, independientemente del comportamiento y de la experiencia que vive la persona.
Ante todo, es importante tener muy presente que hay magia cuando la ceremonia ritual se le atribuye una eficacia automática, en orden a conseguir el efecto hacia el que empuja el deseo.
Por otra parte, la magia, por su misma estructura fundamental, no hace relación ni con el comportamiento ético de la persona ni con otras experiencias que deciden el destino de un hombre, el sentido de la vida o la convivencia humana.
Por otra parte, este peligro se ha acentuado en la Iglesia desde el momento en que, según la doctrina teológica tradicional, hay verdaderos sacramentos si el rito se ejecuta, en sus constitutivos esenciales (materia y forma), exactamente y como está determinado por la autoridad eclesiástica.
Es un símbolo es la expresión de una experiencia. El símbolo se compone de dos elementos: por una parte, una experiencia que adentra sus raíces en el inconsciente de la persona; por otra la expresión externa de esa experiencia. Por consiguiente, se puede y se debe decir que donde no hay experiencia no hay símbolo como es igualmente cierto que donde hay solo una experiencia (inexpresada o incomunicada) tampoco hay símbolos. La fe cristina comporta experiencias muy fuertes y poco profundas, sobre todo la experiencia del amor de Dios y del amor a Dios; la experiencia del amor del hombre y del amor al hombre. Por eso cabe decir con todo el derecho que los sacramentos son los símbolos de la fe.
Cuando los autores del Nuevo Testamento hablan de bautismo y de la eucaristía, en lo que ponen su atención es en describir las experiencias que tales sacramentos comportaban. Todo lo dicho no significa que los sacramentos sean puros símbolos espontáneos. Los sacramentos constituyen una verdadera celebración y por otra parte toda celebración colectiva o comunitaria comporta una determinada ritualización.
/ C) CONSECUENCIAS PASTORALES:
Si los sacramentos son esencialmente símbolos, eso quiere decir que hay sacramentos cristianos donde hay experiencia cristiana. Por consiguiente, donde no hay experiencia cristiana no hay ni puede haber sacramentos.
Los sacramentos no pueden consistir en servicio religiosos puestos a disposición del público. Porque cuando los sacramentos se practican de esa manera, inevitablemente se convierten en simples ceremonias sagradas a las que mucha gente acude por cumplir un precepto legal. Pero nada de eso es lo que esta en juego cuando se trata de celebrar un sacramento.
Los sacramentos, en cuanto a símbolo de fe, tienen que ser celebrados por la comunidad de fe para que sean verdaderamente tales símbolos. Una comunidad de fe es un grupo de personas que comparten la experiencia del seguimiento de Jesús. Cuando tales experiencias no son vividas y compartidas por un grupo, no hay ni puede haber símbolos cristianos, es decir, no hay ni puede haber sacramentos.
D
El sacramento primordial y radical es Cristo mismo. Esto se explica porque Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Eso significa que Cristo es Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina. Lo cual quiere decir que el Dios inaccesible e invisible se hace visible y cercano a Jesús. De ahí que Jesús puede ser considerado el sacramento por excelencia.
Si todo sacramento se explica a partir de Cristo eso quiere decir que se puede celebrar en coherencia con lo que es la sacramentalidad de Cristo. Él es el sacramento radical porque es la experiencia visible de Dios mismo, de la experiencia de Dios.
el Concilio Vaticano II ha afirmada repetidas veces que la Iglesia es un sacramento. Esto quiere decir que la Iglesia prolonga en el espacio y el tiempo, la presencia salvadora y liberadora de Jesús el mesías entre los hombres. Porque la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Y es propio del cuerpo hacer visible y presente a la persona. Por consiguiente, la Iglesia tiene que organizarse y funcionar de tal manera que lo visible que hay en ella sea real y efectivamente un motivo para que la gente conozca a Jesús, acepte a Jesús y viva de acuerdo con el evangelio de Jesús.
Si la Iglesia es el primer sacramento, de donde brotan los demás sacramentos, ello quiere decir que todo sacramento se debe interpretar y comprender a partir de la sacramentalidad de la Iglesia. Lo comunitario es esencialmente constitutivo de todo sacramento y eso significa que la colaboración sacramental debe ser siempre una experiencia comunitaria.
En la Iglesia hay sacramentos porque la vida de fe comporta experiencias tan decisivas que no pueden expresarse y comunicarse nada más que por medio de símbolos. La vida de fe, de esperanza y de amor, que caracteriza a la comunidad creyente no puede comunicarse y expresarse en todo su plenitud nada más que por medio de símbolos. Y esos símbolos son nuestros sacramentos.
Por lo tanto, la razón de por qué hay sacramentos en la Iglesia no está en que hay una ley divina que así lo ha dispuesto. El bautismo de Jesús es el gesto simbólico en el que expresa su destino, de la misma manera que el bautismo de cada cristiano es el símbolo que celebra y expresa el destino del hombre de fe, que se adhiere mediante el seguimiento al destino del mesías. La Iglesia es fiel a Jesús cuando celebra, por la fuerza del Espíritu, los mismo gestos simbólicos que realizó Jesús.
Si decimos que los sacramentos son los símbolos fundamentales de nuestra fe, resulta extremadamente peligroso interpretar tales símbolos con un criterio utilitario y funcional. De ahí que preguntarse para qué son los sacramentos es una cosa que ni siquiera tiene sentido.
El sacramento se usa, se utiliza y se instrumentaliza con un fin determinado: para obtener la gracia de Dios, para salvarse y santificarse. Según la antigua teología escolástica el sacramento es “causa instrumental” de la gracia. Así el sacramento aparece como el “signos eficaz” de la relación entre el hombre y Dios (el hombre obedece a Dios y Dios santifica al hombre).
Es importante señalar los posibles peligros en que puede incurrir esta manera de entender la eficacia de los sacramentos. En primer lugar, se puede deslizar la imagen del sacramento hacia una concepción casi mágica del mismo. Por otra parte, si se da esa idea de que el sacramento está dotado de una especie de eficacia automática, las cosas se orientan en la Iglesia hacia un cierto consumismo sacramental. Y entonces se produce la inevitable incoherencia de una Iglesia que es más religiosa que cristiana.
Nadie va a conceder más importancia a las prácticas religiosas que a las exigencias éticas porque las prácticas religiosas resultan menos comprometidas y menos arriesgadas que las exigencias éticas y sociales del evangelio. Y además las prácticas religiosas ejercen una especie de fascinación sobre los fieles, que no suelen dar en el caso de los compromisos sociales, civiles y hasta políticos. Las prácticas religiosas producen casi siempre la impresión de ser lo mejor y lo más santo que un creyente puede hacer. Estando así las cosas, la Iglesia orienta su presencia en la sociedad para salvaguardar y asegurar sus prácticas sacramentales. Los sacramentos cristianos no pueden ser interpretados y comprendidos desde el criterio que nos suministra la llamada “causalidad instrumental” de los sacramentos. Cuando el sacramento se comprende como símbolo que expresa y comunica una experiencia, entonces la finalidad del sacramento resulta coherente. Porque ya no se trata de que el fiel creyente recibe un rito religioso para que así Dios le devuelva la gracia santificante, sino que se trata de que el hombre de fe participa en la celebración simbólica porque a ello se siente impulsado por su experiencia. En este sentido, los sacramentos comunican y acrecientan la gracia de Dios en el que los pone en práctica. La comunidad hace los sacramentos y los sacramentos hacen a la Iglesia. Cuando la experiencia que lleva a los cristianos a celebrar el sacramento es una verdadera experiencia de fe, se puede decir que la comunidad se reúne porque siente como cosa propia el sufrimiento y la angustia de todos los desgraciados.
Celebración o fiesta es la expresión comunitaria, ritual y gozosa de experiencias y aspiraciones comunes centradas sobre un hecho. La celebración es la expresión de experiencias colectivas, compartidas por la comunidad. Por eso la diferencia que hay entre celebración y diversión es que la diversión cada cual va a disfrutar centrado sobre sí mismo; por el contrario en la celebración el sujeto está abierto a los demás. Por otra parte, la celebración consiste de hecho en una serie de símbolos colectivos que vive el pueblo y que el pueblo expresa comunitariamente. De ahí que el sacramento es una autentica celebración.
hay dos estilos de celebración: un estilo sacral y un estilo secular. el primero se basa en la distinción entre lo sagrado y lo profano; el segundo tiene su razón de ser en la sacralización del universo, que es la propia fe cristiana. Ambos estilos deben coordinarse en la celebración cristiana. El estilo sacral y ritual corresponde a la experiencia que se apunta claramente en los padres de la Iglesia y es el que está más de acuerdo con la tradición litúrgica de la misma Iglesia. El estilo secular corresponde más bien a la experiencia y a la praxis de las primeras comunidades cristianas.
Por eso el local de la celebración debe ser el lugar del encuentro con Dios y la gran sala de reunión de la comunidad. Un local, por tanto, que invita a la oración con Dios y también a la comunicación con los hermanos.
Finalmente, en la celebración debe darse un clima de recogimiento y oración y al mismo tiempo debe reinar un ambiente de acogida, sencillez y espontaneidad que ayude a la edificación común y no se convierta en desorden.
Nuestra liturgia son actos reglamentados. A pesar de que la celebración se trata de un símbolo no individual, sino colectivo o comunitario; cuando lo que está en juego es un signo compartido por un grupo o una colectividad se tiene que llegar a un común acuerdo para que la celebración resulte aceptable para todos los participantes. Por consiguiente, la celebración sacramental no puede ser una expresión puramente espontánea, sino que debe existir una determinada reglamentación que unifique a todos en la manera concreta de celebrar.